CAPÍTULO 8: Melissa
—Srta. Villanueva, el Sr. Montenegro quiere que vaya a su oficina —dice Lucas con un tono serio que no le queda bien. Yo lo miro con la misma seriedad, aunque por dentro estoy un poco molesta.
—¿Cuántas veces tengo que pedirte que no me trates por mi apellido? No es de mi agrado que tú o Pau me llamen así —digo, haciendo una mueca de fastidio. No entiendo por qué insiste en seguir las reglas al pie de la letra cuando estamos prácticamente solos en la oficina.
—Srta. Villanueva, esas son las reglas de la oficina, y debemos cumplirlas —responde Lucas, con una firmeza que me hace arquear una ceja.
—Sí, pero aquí solo estamos nosotros tres —digo, señalando a Pau, que está concentrada en su computador con los audífonos puestos. Siempre nos ha dicho que se concentra mejor cuando oye música.
—Lo que tú digas, pero igual tenemos que seguir las normas —sentencia Lucas, dando por terminada la discusión.
Mientras caminamos hacia la oficina del Sr. Montenegro, le voy contando lo que había pasado en la mañana. No había tenido oportunidad de contarle a él, solo a Pau. Al llegar a su escritorio, Lucas me hace seña para que entre. Error mío, porque debía tocar, pero pensé que, mientras iba de espalda, él ya me había anunciado con el Sr. Montenegro. La escena que me encuentro me revuelve un poco el estómago. La srta Swan está allí, y no puedo evitar preguntarme cómo es posible que una mujer tan mal educada y odiosa sea la novia de él, un hombre tan educado y aparentemente atento. Esto último lo pienso porque fue lo que me dio a entender después del pequeño incidente de hoy en la mañana.
Salgo de ahí un poco molesta, aunque no sé exactamente por qué. Le digo a Lucas si me puede cubrir la espalda porque me siento mal y creo que debería ir a la enfermería.
—Pero, ¿qué te sientes? —pregunta, con genuina preocupación.
—No es nada, solo que me arde un poco la quemadura y no creo poder ser útil hoy. Sin contar que me duele mucho la cabeza —respondo, tratando de sonar convincente. Voy a la oficina que compartimos Pau y yo, y le digo: —Adiós, nos vemos mañana —pero ella sigue en su mundo, concentrada en su trabajo. Sonrío y me voy.
Paso por donde el médico, solo para que me dé un justificativo y así poder ausentarme el resto del día de trabajo. Sé que es irresponsable de mi parte hacer eso, pero tampoco es que no me sienta mal. Es como un vacío en el estómago y un malestar raro en el pecho que no logro explicar.
Cuando ya estoy de regreso a mi casa, me encuentro con que Paúl me vino a visitar.
—¿Y eso? ¿Tú aquí y a esta hora? —pregunto, sorprendida. La verdad es que es raro verlo por aquí a esta hora del día.
—Es que llamé a Paula para saber si querían que las fuera a buscar, y ella me dijo que te habías ido temprano porque te sentiste mal. Así que supuse que ya estarías aquí —explica, con una sonrisa tímida—. Pero dime, ¿quieres que te lleve a ver al médico?
—Sí, me vine temprano, pero no fue nada grave. Solo una quemadura leve. Pasé por el hospital, y me mandaron unos analgésicos. Pero gracias por la intención —respondo, tratando de sonar agradecida.
—¿Quieres ir a tomar algo? —pregunta, con un tono que delata sus intenciones.
—No, Paúl. Quisiera descansar. Además, tengo que mandar el justificativo médico al trabajo para que no me descuenten el día, y luego de eso, quisiera dormir un poco —digo, sin mentir. En los últimos días, no he podido dormir bien. Me levanto muy temprano y me acuesto ya pasadas las once.
—Bueno, cualquier cosa, sabes que puedes llamarme —dice, un poco apenado y cabizbajo por mi rechazo.
Luego de que Paúl se fue, hice lo que dije que iba a hacer. Después de enviar un correo a recursos humanos con mi justificativo médico, me di una ducha y me dispuse a dormir. Aunque, por más que lo intento, ese malestar en el pecho no desaparece. Y no sé si es por la quemadura, por el incidente con la srta Swan y el sr Montenegro, o por algo más profundo que no logro entender.