CAPÍTULO 9: Alexter
—Hola, hermano. ¿Cómo estás? —le hablo a Antonio, puesto que hace mucho tiempo que no le hablo. Exactamente, desde que se casó. Aunque no somos hermanos de sangre, nos criamos juntos. Desde que tengo memoria, Alba ha trabajado en mi casa, y en las tardes traía a Antonio porque no tenía con quién dejarlo. A mi madre le encantaba, porque así yo tenía con quién jugar.
—¿Hasta que te dignas a llamar? —responde con un tono de indiferencia, pero sé que está bromeando. Antonio siempre ha sido así, sarcástico pero con un corazón enorme.
—Lo siento, señor, por no haber hablado antes, pero es que no quería interrumpir tu luna de miel. Además, ambos sabemos que lo menos en lo que estarías pensando es en hablar por teléfono —digo, riéndome.
—Todo bien, hermano —responde, y luego se oye la voz de Clara a lo lejos—. ¿Quería saber si Clara te daba permiso de salir hoy a tomar un trago con tus amigos?
—Te estoy escuchando, Alex —dice Clara, con una risa traviesa—. Tiene permiso hasta las doce, como la Cenicienta —se ríe a carcajadas.
—¿Por qué no me dijiste que tenías el altavoz activado? —pregunto, un poco avergonzado.
—No te preocupes, es que pensé que estabas llamando para saludarnos a los dos —responde Antonio, riéndose—. Pero dime, ¿a qué hora y en dónde? ¿Ya le dijiste a Daniel?
—Cuidado a dónde llevas a mi marido, mira que él es un hombre casado —vuelve a oírse la voz de Clara—. No quiero saber que lo llevas a mirar culos.
—Tranquila, Clara, que solo seremos él, Daniel y yo —digo, tratando de calmarla—. No es mi plan ir a buscar mujeres.
—¿Con Daniel y no van en ese plan? Mira que donde Melina se entere, te las corta —dice Clara, riéndose.
—Oye, Antonio, te mando la ubicación del club. Es un sitio que abrió hace unos cuantos días —digo, antes de colgar.
Luego de llamar a Daniel y decirle que nos encontraremos allá, me doy un baño y me coloco unos jeans y una franela blanca. Cuando voy bajando las escaleras, veo a mi madre casi dormida en el sofá del recibidor. La despierto y le digo que se vaya a acostar y que no me espere. Ella asiente, más dormida que despierta, y yo salgo hacia el Redmoon.
Más tarde, en el club, nos encontramos Daniel, Antonio y yo. El ambiente está animado, la música suena fuerte, y las luces parpadean creando un ambiente festivo.
—Ajá, ¿y a qué se debe que el “Sr. No tengo tiempo para nadie” haya solicitado reunirse con nosotros? —pregunta Antonio, con una sonrisa burlona.
—Es que se peleó con Melina y necesita llorar —dice Daniel, con tono de burla.
Le indico al muchacho de la barra que nos traiga tres whiskys. Mientras bebemos, hablamos de cómo les fue en la luna de miel a Antonio. Me dice que Clara estaba encantada con el viaje a Venecia que les regalé. Por su parte, Daniel habla de la chica con la que está saliendo, que resulta ser amiga de su hermana.
—Y hablando de mi hermana, ¿se puede saber qué le hiciste a la insufrible de Melina? Hoy llegó azotando puertas y demás —pregunta Daniel, con un tono que delata su curiosidad.
—Nada, solo tuvimos un malentendido porque tuve un accidente con una de las muchachas nuevas —digo, sin ninguna expresión.
—Ajá, pero cuenta —insiste Antonio.
Les cuento todo lo que había pasado mientras los tragos van y vienen. Antonio y Daniel escuchan atentamente, aunque no tardan en soltar sus comentarios.
—Será muy hermana mía y todo, pero es insoportable —dice Daniel, con un suspiro—. Mis padres no le enseñaron respeto por nadie. A mí mismo me trata como su empleado cuando va a tu oficina, y eso que no trabaja allá.
—Hermano, tú me vas a disculpar, pero siempre les he sido sincero en todo —dice Antonio, muy serio—. Corre mientras puedas, porque si eso es ahora, no me quiero ni imaginar cómo será cuando te cases con ella.
—Por la amistad que nos une es que acepto que hables así de mi hermana —dice Daniel, casi ebrio—. Y por esa amistad es que digo que Antonio tiene toda la razón.
No les doy mucha importancia a ninguno porque sé que ya están ebrios. Ambos tomaron como si no hubiera un mañana. Pido la cuenta y los guío a mi auto; no puedo dejar que manejen en ese estado. Antes de arrancar, llamo a Clara para decirle que voy a dejar a Daniel y luego llevo a Antonio. Enciendo el auto y me dispongo a mi primera parada. Antonio va dormido en la parte trasera, mientras que Daniel revisa su celular.
—Gracias, Alex. Nos vemos mañana en la oficina —dice Daniel, al bajar del auto.
—Querrás decir dentro de unas cuantas horas —dice Antonio, burlándose, porque sabe que Daniel tiene que presentarse al día siguiente, mientras que él todavía tiene cuatro días libres antes de reintegrarse.
—¿Y este no venía dormido? —pregunta Daniel, riéndose—. Búrlate, ya te quiero ver el lunes.