CAPÍTULO 11: Melissa
La tarde pasó rápido. Paula y yo esperábamos ansiosas la respuesta de Alexter Montenegro sobre nuestras propuestas, pero llegó la hora de irnos a casa y no obtuvimos ninguna noticia. Eso nos tenía muy asustadas a las dos. ¿Habríamos hecho un buen trabajo? ¿O habríamos fallado en algo?
—¿Vamos a tu casa y allá me cambio para irnos al Redmoon? —preguntó Paula, tratando de no pensar demasiado en lo que podría pasar mañana.
—Claro, tú sabes que así no me siento tan sola —le respondi Paula—. Desde que mis papás decidieron tomarse una segunda luna de miel extendida, he sentido esa casa más grande de lo normal.
Paula siempre ha dejado una muda de ropa en mi casa para cuando teníamos que madrugar para ir a la universidad o simplemente para ocasiones como la de hoy: celebrar. Aunque todavía no nos habían dado las buenas noticias, tampoco nos habían dicho que no les gustó. Eso era algo, ¿no?
Ya listas y perfumadas, nos disponemos a llamar a los muchachos para que se vayan adelantando. Hoy es viernes, y sabemos que el Redmoon va a estar abarrotado, más sabiendo que es el sitio de moda.
Subimos al auto de Paula -su papá terminó de hacerle las reparaciones pendientes- y, mientras maneja, vamos hablando de todo un poco.
—Tengo ganas de beber y bailar toda la noche —le digo con sinceridad— Fue una semana estresante: adaptarnos a un horario, el accidente en la sala de descanso, poder tener a tiempo los tres proyectos que nosotras mismas nos pusimos como meta, y la guinda del pastel fue la “noviecita” del jefe esta mañana. Esa mujer me cae demasiado mal.
—Lo bueno es que mañana no trabajamos y el domingo tampoco, así que son dos días para pasar ese ratón —dice Paula, resignada a que, si quiero celebrar, vamos a celebrar.
Salimos de la casa luego de llamar a Paúl para que pasara por Lucas a su departamento y fueran haciendo fila. Treinta minutos después, nos encontramos en la entrada del club, pero, como ya lo presentíamos, está a reventar.
—Si fuéramos gente adinerada y con influencias, ya estuviéramos adentro —dice Paúl, algo molesto al ver que a ciertas personas sí las dejaban pasar sin formarse.
En eso, me percato mejor de un carro que viene llegando. Es la odiosa de la Srta. Swan.
—Creo que mis ganas de festejar hoy se me acabaron —dice Paula, con una cara de desagrado.
—¿Y si nos vamos a otro lugar? —pregunta Lucas, un poco desanimado.
—¿Podemos ir a Sweety Bell? No es tan llamativo como este, pero sigue siendo bueno. Bastante que rumbeamos en ese; así recordamos viejos tiempos —dice Paúl, tratando de que no se nos quiten las ganas de celebrar.
—¿Y por qué tenemos que irnos? Si esperamos un poco, igual pasamos. No nos han dicho que el lugar está lleno, solo se está tardando el entrar —digo, tratando de mantener la calma. No me quiero ir.
—¿Ya viste quién llegó? Yo no me la quiero tropezar, ya bastante con verla todos los días —dice Paula, refiriéndose a la Srta. Swan.
—En primer lugar, dudo que ella, creyéndose mejor que nosotros, vaya a estar en la sección de abajo. Lo más seguro es que se vaya a la planta dos. Y si por alguna razón nos la encontramos, hacemos como que no la conocemos —digo, restándole importancia a la odiosa esa. La verdad es que no creo que nos la tropecemos. El club está dividido en tres partes: la planta baja, donde estás más cerca del DJ y las mesas son más pequeñas; en la primera planta está la barra, algunas mesas y los baños separados por alas; y por último, la zona VIP. No he subido, pero sé que en vez de mesas y sillas tienen butacas con mesitas, baños menos abarrotados y te llevan los tragos a donde estás. Pero aun así, me encantó este sitio desde que vine la primera vez, y ya se nos ha hecho costumbre venir al menos dos veces al mes.
—Mel tiene razón. ¿Por qué vamos a cambiar de sitio solo porque ella esté aquí? —dice Lucas. Nos hemos dado cuenta de que él tampoco soporta a la mujer. Pobresito, él tiene más tiempo soportándola.
—¿Y si no nos dejan pasar porque ya está lleno? —todos volteamos a mirar a Paúl, fulminándolo con la mirada. Estábamos tratando de seguir con nuestros planes de beber y bailar, y él sale con esto.
—Bueno, yo solo decía, es una posibilidad —termina diciendo, encogiéndose de hombros.
En ese momento, volteo como por instinto cuando me topo con la mirada de mi jefe. Era de esperar que él estuviera aquí, ya que su noviecita está aquí, pero aun así me sorprende. De repente, él se acerca, y yo no le quito la mirada. No está vestido de traje; lleva unos jeans, un suéter rojo de bordes negros y unos zapatos deportivos. Es como si fuera otra persona. Me he acostumbrado a verlo siempre de traje y corbata. Por más que trato de quitarle la mirada de encima, no puedo. Detallo ese color de ojos negros, casi como un par de ónix, labios definidos, hombros anchos… ¿Pero qué estoy haciendo? ¿Acaso me estoy buceando a mi jefe?
—Hola, Lucas. ¿Cómo estás? —lo saluda de mano, y no se nota nada distante. Lucas tampoco.