CAPITULO 21: Melissa
No sé qué sentir en este momento. Ha pasado tanto desde la última vez que sentí algo por alguien, y no fue ni la mitad de lo que Alex me hace sentir. Fui una tonta al decirle que también me sentía atraída por él. ¿Por qué no pude guardármelo? ¿Por qué tuve que confesar algo que solo iba a complicar las cosas?
Porque si, después de besarnos, él me dijo que yo le gustaba mucho y yo como idiota le dije que él a mi también. El problema vino cuando recordé que él tenia novia;una muy intensa y...bella.
Tomo un taxi para que me lleve a casa, y mientras el auto avanza por las calles iluminadas, le escribo a Pau.
¿Puedes venir a casa?
¿Tan rápido de regreso? ¿Qué pasó?
Pau me conoce mejor que nadie. Me ha visto reír y también llorar. No es que Lucas no sea un súper amigo, pero en temas de amor me da algo de vergüenza contarle lo tonta que soy.
Ya de regreso en casa, espero en el sofá a que Pau llegue. Pienso en lo maravilloso de ese beso. Nunca me habían besado con tanta ternura, con tanta... sinceridad. Fue como si, por un momento, el mundo entero se detuviera y solo existiéramos nosotros dos. Pero, por supuesto, mi cerebro tuvo que arruinarlo todo, haciéndome bajar de la nube en la que me encontraba y caer de golpe contra la realidad.
Tocan el timbre, y sé que es Pau. Abro la puerta y solo atino a abrazarla y comenzar a llorar. No sé ni por qué lo hago. Tampoco es que hubiera estado en un noviazgo con Alex o algo así. Pero sí siento una sensación de rompimiento en mi pecho, como si algo se hubiera quebrado dentro de mí.
—¿Qué pasa, Mel? —pregunta Pau, cerrando la puerta con la mano con la que no me abraza—. ¿No me digas que se sobrepasó contigo? ¿Te hizo algo?
Noto que está preocupada, pensando lo peor.
—No —respondo, soltándola y secando mis lágrimas con mis antebrazos—. Solo que soy una tonta.
Nos dirigimos al sofá, y ella solo me mira, esperando que yo empiece a contarle. Y es lo que hago. Le cuento todo, con detalles. Desde cómo me sentí cuando Alex me besó, hasta cómo me arrepentí al recordar que él todavía está en una relación con Melina.
—Ay, amiga, ¿por qué no me habías contado lo que sentías? —pregunta Pau, y yo solo pienso: porque soy una tonta.
—No puedo decirte que vayas corriendo hacia él porque, obviamente, estaría mal. Él está en una relación con otra mujer, y eso estaría mal —dice Pau, con un tono de voz que intenta ser razonable—. Pero tampoco te puedo decir que dejes de sentir lo que me dices que sientes. ¿Por qué no esperas unos días a ver qué pasa? Si te está diciendo la verdad, apenas llegue su “noviecita” —hace comillas con sus manos—, debería terminar con ella.
—¿Y si no lo hace? —pregunto, sintiendo cómo el nudo en mi estómago se aprieta—. ¿Y si no termina con ella? Peor aún, ¿y si termina con ella por mí? Eso no me haría una mala persona. Yo me estaría metiendo en una relación que lleva años.
—Creo que estás malinterpretando las cosas —dice Pau, con una paciencia que solo ella tiene—. Tú no te metiste en esa relación. Por algo te regresaste.
—Pero dejé que me besara, y peor aún, le correspondí el beso a sabiendas de que él tiene novia —respondo, sintiendo cómo la culpa me carcome por dentro.
Pau se me queda viendo, como si estuviera evaluando mis palabras.
—Solo fue un beso —aclara, y yo le digo que fueron dos. Ella abre los ojos, sorprendida, pero luego dice—Bueno, dos besos. Y entraste en razón a tiempo.
Sé que lo dice para hacerme sentir bien, pero no puedo evitar sonreír un poco.
—No tienes por qué preocuparte —continúa Pau—. Velo de esta manera: si él de verdad siente todo lo que te dijo, y si tú sientes lo mismo, ¿prefieres que él siga con ella?
Ella tiene razón. No sería justo con ninguno de los tres que él siguiera en una relación que no lo hace feliz. Peor aún es que siga con ella solo por compromiso o por no hacerle daño, manteniendo una mentira.
—Tienes razón —le digo, sintiéndome un poco mejor conmigo misma.
—Ahora cuéntame —dice Pau, cambiando el tono de la conversación—. ¿Cómo que te enamoraste de tu jefe, y yo que soy tu mejor amiga no lo sabía?
—No sé —respondo, riéndome un poco—. Ni yo misma me di cuenta en qué momento empecé a sentirme tan atraída hacia él.
Es la verdad. Todo pasó tan deprisa. Sin contar que siento que ya lo conocía. Hay algo en él que me lo hace sentir familiar. No sé cómo explicarlo. Son sus ojos, su sonrisa, la tranquilidad que me hace sentir cuando está cerca.
Y es en este momento que me doy cuenta de algo que no había querido admitir hasta ahora: me he enamorado de Alexter Montenegro, dueño de una de las textileras más importantes del país y, para completar, mi jefe.