Dos Vidas ,un Camino

Parte 25

CAPITULO 25: Melissa

Aunque no quiero, tengo que ir al trabajo. Las referencias personales que obtendré aquí sé que me serán útiles en el futuro. Solo tengo que aguantar tres meses más.

Hola, Pau. No vengas hoy por mí, necesito camina.

¿Segura? Ya estoy cerca.

No, tranquila.

Está bien, como quieras.

Hoy, la verdad, no tengo ánimos para nada, pero no me voy a echar a morir.

En ese momento, tocan la puerta. Paula es tan terca como yo.

—Hola, Meli. ¿Cómo has estado? Hace tiempo que no sé de ti —dice Paúl, con una sonrisa tímida.

—Tú fuiste el que se alejó estas últimas semanas —le respondo, arqueando una ceja.

—Sí, es que... —se lleva la mano a la nuca— desde nuestra última conversación, no sabía cómo acercarme sin que me vieras como un idiota.

—Sabes que yo no pienso eso de ti —lo abrazo, intentando tranquilizarlo.

—Sé que a veces uno puede decir cosas que, en el calor del momento, ni siquiera pienso. Solo las suelto—se sonroja mientras habla.

—Sí, me lo dirás a mí —murmuro, mirando al suelo.

—¿Te pasa algo? —pregunta, con genuina preocupación.

—Paúl, me pasa de todo —lo abrazo de nuevo. Ayer, por sentirme tan mal, me cerré a hablar. No quise ni siquiera desahogarme con Paula, y sé que si lo hubiera hecho, hoy no me sentiría así.

—Mel, sabes que puedes hablar conmigo. Mira, yo sé que eres más de Paula y Lucas, pero yo también estoy aquí. No solo para salir a beber o bailar. Aunque no lo creas, puedo ser un buen hombro para llorar y un amigo que te defendería a capa y espada. Y no lo digo por lo que te confesé hace unos días... —hace una pausa y luego agrega—, que, por cierto, propongo que hagamos como si eso jamás hubiera pasado —hace un gesto como si estuviera haciendo un juramento, lo cual me saca una sonrisa—. Ves, así te ves más bonita que con esas lágrimas a medio salir —con su dedo pulgar, seca una lágrima que no sabía que había escapado—. Ahora dime, ¿a quién le tengo que partir la cara para que nunca más te haga llorar?

—A nadie. Solo sé mi amigo —lo abrazo nuevamente, agradecida por su presencia.

En eso, llega un mensaje de Paula:

¿Dónde estás? Ya se te hizo tarde. Más vale que te hubiera ido a buscar. Si te apuras, llegas a tiempo. Alex no ha llegado todavía. Yo te cubro.

—¡Se me hizo tardísimo! ¡Ya no llego! —exclamo, frustrada.

—¿Quieres que te lleve? No tengo ningún problema —ofrece Paúl.

—¿En serio? —pregunto, y él asiente con la cabeza.

Salgo rápidamente a buscar mi bolso y mis lentes. Ni siquiera me maquillé hoy.

Durante el camino, solo hay silencio, pero no es incómodo. Paúl es un buen amigo. Lo malo de él es que se enamoró de la persona incorrecta, al igual que yo.

Al llegar a la entrada del edificio, noto que el auto de Alex acaba de llegar también. Respiro hondo y me bajo del coche. Cuando ya he recorrido parte del camino, Paúl grita:

—¡Oye, bonita! Se te olvidó esto —lanza las llaves de mi casa, que seguramente se me cayeron al subirme—. Paso por ti a la salida.

La verdad es que, al no saber nada de lo que pasó con Alex, Paúl no va a estar preguntando cosas de las que no quiero hablar. En cambio, Paula no se va a quedar tranquila hasta no sacarme una confesión firmada y todo.

Alex hace ademán de acercarse a mí, pero en eso, Melina lo llama desde el auto:

—¿Cariño, no vas a abrirme la puerta?

Él titubea y termina regresando a abrirle la puerta. Yo sigo mi camino, pero me veo forzada a compartir el ascensor con ellos, ya que Melina pide que lo detengan.

—¿Ves lo que te decía anoche? Les estás dando demasiada cancha a tus empleados. Ya hasta llegan después de la hora de entrada —dice Melina, con tono despectivo.

—¿Disculpe? —pregunto, conteniendo las ganas de soltarle algo más fuerte.

—Creo que mi conversación no es contigo —responde, fría.

—Melina, te lo dije anoche y te lo repito hoy: de mis empleados me ocupo yo —interviene Alex, con firmeza.

No aguanto más y me bajo dos pisos antes. La verdad, no me importa subir por las escaleras. Prefiero eso antes que seguir en un espacio tan reducido con ellos.

Mientras bajo, Alex y yo cruzamos miradas por unos segundos, pero Melina, al darse cuenta, se le engancha del cuello.

Subo las escaleras lo más lento posible. No quiero volvérmelos a encontrar en la recepción.

Al entrar, saludo a Lucas sin mucho ánimo. Él se me queda viendo y termina diciendo:

—¿Se puede saber, señorita Villanueva, por qué Paula y yo te estuvimos llamando todo el día de ayer y no te dignaste ni siquiera a escribir? Y para colmo, decides venirte tú sola caminando y llegar tardísimo —usa ese tono de voz que es entre regaño y burlón, un poco pasivo-agresivo, diría yo.

Yo solo me encojo de hombros, intentando quitarle importancia.

—¿Qué pasa, Mel? —cambia a un tono más suave.

—Nada, solo no me he sentido bien. Creo que me voy a enfermar de gripe —en eso, sale Melina de la oficina de Alex, seguida de él—. O quizás estoy indigesta. No importa, ya se me pasará.

—Pero si te sientes mal, deberías ir al médico. Y si es necesario, pide un reposo —sugiere Lucas, preocupado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.