Dos Vidas ,un Camino

Parte 28

CAPITULO 28: Alexter

—¿A dónde vas, cariño? —pregunta Melina, con esa voz dulce que a veces me resulta tan familiar como ajena.

—Hermanita, deja a ese hombre ser —interviene Daniel, con su típico tono de broma.

—Me voy a adelantar a escoger la mesa y luego voy a la barra a pedir los tragos —respondo, intentando sonar natural.

—Recuerda que Melina y yo solo podemos tomar tragos sin alcohol. En nuestro estado, tenemos que cuidarnos mucho, ¿verdad, Melina? —dice Clara, con un tono que no logro descifrar, pero que al parecer incomoda a Melina. No entiendo por qué. —Por mi parte, me puedes traer un Shirley Temple, si no es mucha molestia. Y como yo indagué qué tragos sin alcohol venden aquí, a Melina le puedes traer un cóctel San Francisco, claro, si a ella no le molesta que pida por ella.

—Claro que me molesta. Si no puedo beber, entonces ¿a qué vine? —responde Melina, con un dejo de irritación.

—Entiende que una mujer embarazada debe cuidarse. No queremos que tengas ninguna complicación con el embarazo —le dice Daniel, intentando calmarla.

—Disculpa, Melina, por meterme en lo que no me estaban llamando —se disculpa Clara, aunque su tono no parece del todo sincero.

—No tienes por qué disculparte, Clara. Sé que lo haces por el bien del bebé, y como yo también soy responsable de ese niño, entonces serán un Shirley Temple y un San Francisco para ustedes, y para nosotros, un whisky —digo, intentando poner fin a la discusión.

Mientras camino hacia la barra, creo haber visto a Melissa. No sé si son las ganas de verla, de hablarle... Unos cuantos metros más adelante, la veo entrar al baño de damas. Sin pensarlo, me dirijo a esperar a que salga. Mientras camino, me cuestiono a mí mismo: ¿Qué estás haciendo? ¿Qué le vas a decir?

Espero unos minutos, y por fin sale.

—Mel... ¿Cómo estás? —pregunto, sabiendo que es un comienzo torpe.

—Buenas noches, señor Montenegro —me responde, con un tono frío y distante.

—Sabes que me puedes decir Alex —le digo, intentando romper la barrera que ha puesto entre nosotros.

—Señor Montenegro, pienso que lo más razonable sería guardar distancia y respeto entre nosotros. No quiero problemas ni con su prometida...

No resistí más y la besé. Lo necesitaba desde esa tarde en la feria. Sé que no está bien; Melina está en este mismo lugar, pero estoy cansado de pensar y sobrepensar las cosas.

Al principio, Melissa se resistió al beso, pero luego se dejó llevar... hasta que sentí cómo me mordía.

—¡No te atrevas más nunca, Alex! —me da una cachetada que sé que me merezco.

—Disculpa, Mel. Sé que no debí, pero no has querido que te explique cómo pasaron las cosas.

—No hace falta que me expliques nada. Te recuerdo que usted y yo nunca fuimos nada, y considero que, como tú y tu novia están esperando un bebé, no tienes cómo ni por qué explicármelo.

—No es como tú crees... Las cosas no las hice con mala intención.

—Señor Montenegro, no quiero ni necesito explicaciones. Y como le decía, no quiero problemas ni con su novia ni con el mío por culpa de sus arrebatos.

—¿Cómo que novio? —eso sí que me cayó de sorpresa y me disgustó bastante—. ¿Quién es?

—Pienso que no es de su incumbencia lo que yo haga en mi vida privada.

De la nada, aparece el hermano de Paula.

—¿Pasa algo, Mel? —pregunta, con una mirada protectora hacia ella pero retadora hacia mí.

—Nada, cariño —veo cómo Melissa lo abraza de la cintura—. Vamos, que nos están esperando.

—¿Cariño? ¿Él es tu novio? —pregunto, incapaz de ocultar mi desconcierto.

—Así es, señor Montenegro. Creo que ya nos conocíamos. Usted es el jefe de mi hermana y mi novia —me extiende la mano, la cual no estrecho.

—Cielo, tengo rato buscándote —es Melina, colgándose de mi cuello.

—Buenas noches, ¿cómo está, señorita Villanueva? —llega Antonio—. Le dije a Melina que no tardabas mucho, pero insistió en irte a buscar, así que la acompañé. Clara se encontró con unas amigas en la entrada.

—Con su permiso, pero nos están esperando —dice el que tiene a Melissa agarrada de la cintura.

—Espera —la tomo de la muñeca—. Tenemos que hablar.

—Disculpe, señor Montenegro, pero creo que mi novia no tiene por qué obedecer fuera del horario de oficina y mucho menos en sus días libres sin una previa notificación —me dice Paul, el hermano de Paula.

—No te estoy hablando a ti —lo digo mientras me zafo del agarre de Melina—. El asunto es entre ella y yo.

—Hermano, yo creo que no es el momento —siento cómo Antonio me pone la mano en el hombro, la cual quito con brusquedad.

—¿Pero qué te pasa, Alex? —pregunta Melina—. ¿Por qué todo este alboroto? ¿Qué te pasa con esa muchachita? —luego de unos segundos, agrega—: Creo que me siento un poco mareada...

—Señor Montenegro, si el tema del cual me quiere hablar es laboral, no tendré ningún problema en pasar el lunes por su oficina.

—¿Y de qué otro tema podrían hablar tú y mi futuro esposo? —Melina la interrumpe de golpe.

—De ningún otro tema, ¿verdad, señor Montenegro? Ahora, si nos disculpan... —dice Melissa mientras se marcha.

—Mel, por favor —digo, casi suplicando.

—Señor Montenegro, vaya y atienda a su señora —me dice con un tono de voz que no logro descifrar. ¿Es enojo? ¿Es tristeza?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.