Dos Vidas ,un Camino

Parte 29

CAPITULO 29: Alexter

UNOS DIAS DESPUES...

Hoy es la cita de Melina con la doctora. No quiso que la acompañara; me dijo que me mantendría informado de lo que le dijera la doctora. La verdad, me hubiera gustado ir, pero la junta con los socios me dificultó la ida, más la insistencia de Melina en ir sola.

Tocan a la puerta.

—Adelante.

—Hola, hijo —es mi madre. ¿Qué hará por aquí?

—Pasa, siéntate. ¿Y eso? ¿Tú por aquí? ¿Te pasa algo? ¿Te sientes bien? ¿Les pasó algo a los abuelos?

—No, para nada.

—¿Y entonces?

—¿Es que acaso una madre no puede ir a ver a su hijo al trabajo? Hijo, que vale decir, últimamente no comes con ella ni le cuentas qué pasa por su cabecita —me da un beso y un abrazo.

—Es que he estado muy ocupado y estresado, si te soy sincero —veo que se sienta en el sofá que da hacia la ventana.

—Ven acá y cuéntame. ¿Qué es lo que te ha tenido tan ocupado? —palmea el asiento para que me siente al lado de ella.

Me siento a su lado.

—Cuéntame... —me dice y hace silencio; un silencio que acompaño por algunos segundos.

—Es todo, mamá. Es el bebé, es la oficina, es Melina... Es...

—¿Es Melissa, verdad? —dio justo en el clavo.

—¿Cómo sabes su nombre?

—Recuerda que una vez me lo dijiste, y hace unos días llegaste algo tomado y te quedaste en el estudio dormido mientras decías su nombre. ¿De verdad amas a esa chica que casi ni conoces?

—Sí —agacho la cabeza porque me da hasta vergüenza—. Suena bastante inmaduro pensar que me enamoré de solo verla. Que, como tú dices, no la conozco, pero si hoy llegara y me dijera que me ama, estaría dispuesto a todo por ella. Pero se piensa fácil. El problema sería hacerlo.

—¿Y qué te impide hacerlo? —pregunta mi madre, muy seria.

—¿Te estás oyendo? ¿Cómo me preguntas eso, mamá? Melina está embarazada, espera un hijo mío. ¿Cómo puedo dejar a un niño sin su padre, a mi hijo? Aun cuando tú sabes que fue muy duro para mí crecer sin mi padre, sin contar con la figura paterna, porque ni siquiera pude contar con mi tío Gale... —la veo que me mira muy fijamente—. No es que no lo hayas hecho bien, mamá, es que había cosas que, como hombre, no te podía decir o comentar a ti. ¡Ay, mamá, no me veas así!

—Cariño, sé que la partida de tu padre te afectó mucho. Que más hubiera querido yo que él todavía estuviera aquí con nosotros, pero tuvo que partir antes de lo esperado. El tiempo que estuvo con nosotros dio lo mejor de sí, y eso incluye un hogar lleno de amor.

—Y eso es lo que quiero darle a mi hijo o hija.

—¿Cómo le vas a dar un hogar lleno de amor cuando no amas a la mujer con la que te piensas casar?

—Eso es distinto, mamá.

—Es lo mismo. Yo sé que, aunque no lo digas, estás emocionado por ser padre, pero la idea de casarte con Melina no te gusta porque no la amas. Y si no la amas, por más que trates de darle estabilidad emocional a tu hijo, por más que estés ahí para él, ¿dime qué le vas a decir cuando empiecen las peleas entre tú y su madre? ¿Cómo le vas a brindar felicidad a tu hijo cuando tú no lo eres y su madre tampoco? Melina va a estar feliz los primeros meses porque habrá conseguido lo que quería, quizás los primeros años, pero cuando tu infelicidad se le contagie a ella y luego a tu hijo, te vas a lamentar.

—¿Y tú qué sugieres entonces? ¿Que abandone a mi hijo a la buena de Dios? ¿Que deje a Melina sola con esta responsabilidad de los dos? ¿Que huya de todo solo por mi egoísmo de querer estar con Melissa? ¿Crees que ella acepte estar con un hombre que huyó de sus responsabilidades? —llevo mis manos a mi cabeza—. Discúlpame por gritarte, mamá.

—No he dicho en ningún momento que dejes de lado las responsabilidades. Te estoy diciendo que actúes responsablemente. Que tú puedes estar ahí para tu hijo en cada etapa de su vida sin necesidad de condenarte a estar al lado de una mujer que no amas. Te estoy diciendo que tu hijo va a ser un adulto sano si se cría en un ambiente de respeto. ¿De qué le va a servir a tu hijo ver a sus padres juntos si no se aman? Asume tu responsabilidad, cuida de mi nieto, llénalo de amor, dale todo lo que quisiste de pequeño, juega con él. Pero sé tú feliz también. Él se merece unos padres felices para poder ser feliz. Y sabemos que tú no amas a Melina. Piensa en lo que te acabo de decir. Hay muchos niños felices porque sus padres se aman y están juntos, como fue en algún momento tu caso, pero también hay niños felices aunque sus padres no estén juntos —mi madre se levanta y me da un beso en la cabeza—. Te amo, hijo, y mi mayor felicidad es verte feliz —con esto último, se va cerrando la puerta.

Me quedo pensando en la conversación que acabo de tener con mi madre. ¿Podría yo hacerme responsable de mi hijo sin la obligación de casarme con Melina? No sería justo con ella. Tenemos muchos años de noviazgo, pero no la amo... Y no es por Mel, porque, viendo en retrospectiva, Melina y yo hace tiempo que ya no éramos los mismos. Debo admitir que no quería salir con ella; me inventaba cualquier excusa para evadirla. Y sí, debí pensar mejor las cosas antes de que pasara lo que pasó. No me voy a justificar diciendo “es que soy hombre” o “ella era la que debía cuidarse”, porque era responsabilidad de ambos. Pero la verdad es que ya no la amo, y es injusto atarnos el uno al otro solo por guardar apariencias, cerrando cualquier oportunidad de una felicidad o amor genuino. No lo digo por querer estar con Melissa, porque yo no sé lo que depara el futuro. Lo digo hasta por la misma Melina, que puede que consiga un hombre que sí la ame y la valore como ella se lo merece.




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