Dos Vidas ,un Camino

Parte 30

CAPITULO 30: Melissa

Estos días han ido lentos. Mis padres me llamaron para decirme que se regresaban hoy, ya era hora. El problema va a ser disimular mi estado de ánimo. No es que haya dejado de alimentarme o de seguir con mi rutina, pero debo admitir que aquel beso en el club intensificó mis sentimientos por él. Entiendo que se vaya a casar porque está esperando un hijo con su novia. También entiendo que yo no fui más que eso, un beso. Quizás quería aprovechar que su novia estaba lejos para “distraerse” conmigo mientras regresaba ella. Pero, ¿y el día del club? ¿Por qué me besó si ya su novia estaba aquí? ¿Por qué le molestó tanto saber que yo tenía novio? Aunque fuera mentira. No debo seguir pensando en esas cosas.

Es difícil pasar ocho horas al día tratando de evitarlo. Los fines de semana no quiero salir con los muchachos, ya que me lo puedo volver a encontrar. Si estoy en casa sola, no hago más que pensarlo. Paula se ha quedado varias veces aquí conmigo para tratar de distraerme, y con sus ocurrencias lo hace por ratos, pero cuando se va, vuelvo a sentirme igual. Paúl insiste en que le dé una oportunidad, pero por más que quiero, la razón me dice que sería un error.

Llevo días con una idea en la cabeza. Quizás no sea la solución inmediata, pero sí a largo plazo. No sé si será la correcta, pero es la única solución que se me ocurre.

Tocan la puerta, pero no estoy esperando a nadie. Todavía faltan para que mis padres lleguen. Deben de ser los muchachos. Hoy me vine y no los esperé porque quería tener todo listo para cuando mis papás llegaran.

—Un momento —digo, mientras me acerco a la puerta.

Cuando abro, mayor sorpresa. No lo puedo creer.

—¿Y usted qué hace aquí? —le pregunto, sin entender cómo consiguió mi dirección.

—Vine a hablar contigo —responde, con una calma que me desconcierta.

—Usted dirá —respondo, cruzando los brazos.

—¿No me invitas a pasar?

—Mire, señorita Swan, no me malinterprete, pero en este momento estoy un poco apurada. Y en vista de que usted y yo no somos las mejores amigas, no tengo por qué invitarla a pasar —si estuviera en peligro, sería la única manera de que la dejaría entrar a mi casa.

—Pero qué mal educada e insolente eres. ¿No ves que en mi estado no puedo estar muchas horas de pie?

—En ese caso, hable lo más pronto posible para que así se pueda ir a descansar a su casa y yo poder seguir con mis cosas —creo que se me va a olvidar que es la mujer de mi jefe y que está en estado. No, claro que no se me va a olvidar—. ¿Entonces me va a decir a qué ha venido hasta acá?

—Mira, muchachita, solo vine a aclararte las cosas. Alexter y yo nos vamos a casar muy pronto porque estamos esperando un bebé, y no voy a permitir que ni tú ni nadie pretenda meterse entre nosotros. ¿O es que eres de esas que prefieren ser la segunda de un hombre casado? Quiero que entiendas que a nosotros nos une algo muy fuerte, y que solo tú fuiste un pasatiempo en su vida, un “peor es nada” mientras yo estaba lejos.

—Yo creo que usted está algo confundida —me desarmo con esto último, porque es lo que ha estado rondando en mi cabeza desde hace varios días.

—No creas que no sé que, apenas me fui de viaje, lo fuiste a buscar, al igual que aquel día en el Redmoon.

—No tengo por qué darte explicaciones, pero igual te las voy a dar. Yo no ando buscando a tu novio, que, vale decir, es mi jefe. Y me imagino que hablas del día de la feria. Nosotros solo quedamos para tomar un café, y en el club fue él el que me fue a buscar. Así que si tienes algo que reclamar, reclámaselo a él. Él es quien está comprometido —me dirijo a entrar a mi casa, pero la fulmino con la mirada—. Además, si estuvieras segura de sus sentimientos hacia ti, no vendrías hasta la casa de una de sus empleadas a reclamar por tonterías. Si la relación de ustedes va mal, es asunto suyo, no mío. Te recuerdo que solo tengo poco meses trabajando allí.

Me doy media vuelta, pero esta me agarra del brazo.

—No te atrevas a dejarme hablando sola —dice, con un tono amenazante.

En ese momento, llega un taxi y mi madre se baja apresurada.

—¿Estás bien, Mel? ¿La señorita es...? —mi mamá la mata con la mirada. Mi papá está bajando las maletas del auto, pero con la mirada puesta en nosotras.

—Sí, estoy bien. La señorita Swan ya se va.

—No hemos terminado de hablar. Ahora que llegaron tus padres, ¿por qué mejor no les contamos quién soy y qué hago aquí?

—Mire, señorita Swan, vengo llegando de un viaje muy largo, y lo menos que quiero es perder mi tiempo en chismes. Yo sé quién es mi hija; le recuerdo que yo la crié y no necesito que ni usted ni nadie me venga con cuentos. Así que, por favor, retírese y no me obligue a llamar a la policía. Se ve que es una señorita de alta sociedad, y piense qué dirían sus amistades —así se habla.

—Esta conversación no se ha terminado —se va echando humo, pero ese no es mi problema.

—Mamá, no sabes cuánta falta me hicieron —abrazo a mi madre, y mi papá se acerca para unirse en el abrazo.

—Mi niña, tú también nos hiciste mucha falta —me dice mi mamá.

—Te extrañamos mucho —recalca mi papá.

Entramos en la casa, y mi madre no deja de verme. Mi papá fue a llevar las cosas a su habitación.

—¿Qué? ¿Qué tengo? —le pregunto, ya que no ha dicho ni una sola palabra, solo se ha limitado a verme.

—¿No me vas a contar qué fue todo eso de hace rato?




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