Dos Vidas ,un Camino

Parte 32

CAPPITULO 32: Alexter

Hoy desperté como de costumbre muy temprano, pero decidí tomarme mi tiempo antes de ir a la oficina. Mi madre ya estaba despierta y, al verme, me regaló una cálida sonrisa seguida de un fuerte abrazo.

—Buenos días. Veo que no fui el único en madrugar hoy.

—Pues la verdad es que quería hablar contigo antes de que te fueras al trabajo.

La noté un poco tensa, y eso no es normal en ella. Por lo general, es más relajada de lo que aparenta ser.

—Bien, tú me dirás.

—Ayer no quise hablar del tema por lo sucedido con Melina y porque sabía que no tenías cabeza para el tema de la casa en la playa. Pero, en vista de que lo he pensado bien, lo mejor sería que tú te hicieras cargo de la venta de la casa.—Eso no me lo esperaba—. Esa casa me trae muchos recuerdos, unos buenos y otros no tanto. Y tienes razón: no he querido ir más a esa casa, y es una lástima que se esté deteriorando cuando una nueva familia podría hacer buenos recuerdos en ella.

—La verdad, no pensé que tomarías esa opción. Creí que le seguirías dando larga—de verdad me tomo por sorpresa.

—La verdad es que esa no era mi primera opción. Había pensado en darle larga, como tú dices, hasta que naciera mi nieto. Luego la pondría a tu nombre para que los tres hiciéramos nuevos recuerdos allí. Pero, con lo que sucedió ayer...

Sé que estaba muy entusiasmada con la idea de tener un nieto.

—Lo sé, mamá. Aunque no lo pareciera, yo también me había entusiasmado con la idea de ser padre, pero las cosas pasan por alguna razón. Ya habrá tiempo para eso.

Y, cambiando el tema, continuó:

—Cuéntame, ¿qué piensas hacer ahora?

—Estaba pensando en hablar con Melissa para aclarar las cosas, pero ya no sé si quiera hablar conmigo. Ella está en una relación con alguien más, pero lo que sí quiero dejarle en claro es que no dejé mi relación con Melina por culpa de ella. No quiero que piense que se interpuso entre nosotros. Melina y yo ya no éramos los mismos desde hace bastante tiempo.

—Sabes que te apoyo sin importar la decisión que tomes. Eres lo más importante en mi vida, y si tú eres feliz, yo soy feliz.

Le di un beso en la frente y me fui al trabajo, no sin antes pasar por Don Jerónimo y pedir dos cafés.

Al llegar a la oficina, noté la cara de molesto de Lucas, y no sé a qué se debe.

—Buenos días, Gonzales. Cancela la reunión de hoy y, por favor, reserva una mesa para hoy a las tres en el Dolce para dos personas.

Me dirigí a mi oficina. Él solo asintió. Nunca es tan callado; muy serio, sí, pero no tanto.

Después de dejar mis cosas en la oficina, salí con uno de los cafés y me dirigí al cubículo donde trabajan Mel y Paula. Pero, al mirar bien, me di cuenta de que las cosas de Mel no estaban. ¿Será que está enferma?

Me dirigí a Lucas.

—Gonzales, cuando llegue la Srta. Villanueva, por favor dígale que pase por mi oficina.

—Disculpe, Sr. Montenegro, pero eso no va a ser posible.

—¿Por qué? ¿Se reportó enferma?

—No, Sr. Montenegro, no está enferma. Solo que hoy vino temprano y presentó su renuncia en recursos humanos.

Eso me tomó por sorpresa.

—Pero todavía tiene que venir a retirar su pago— puedo aprovechar ese momento para hablar con ella—. ¿Y no sabes por qué renunció?

—No, pero creo que usted sí debe saberlo.

En ese momento, sonó el teléfono que estaba en su escritorio.

—Montenegros, ¿en qué puedo ayudarle? Un momento, ya le paso la llamada a su oficina.

Volteó a verme, y por un momento pensé que podría ser Mel.

—Sr. Montenegro, el Sr. Hernández lo llama. Ya le pasé la llamada a su oficina.

Caminé como en automático. ¿Por qué renunció? ¿Fue por mí?

—Hermano, ¿cómo te sientes? Mi mamá me contó lo de Melina. Tu mamá le contó ayer. Yo estaba esperando que me llamaras, pero en vista de que no lo hacías, pues te llamé.

—Hermano, te prometo que te llamo más tarde para contarte, pero en este momento voy saliendo para la casa de Mel.

—¿Y eso por qué? ¿Le vas a contar? ¿No puedes esperar a hablar con ella en la hora de la comida? Vas a parecer desesperado.

—Renunció, lo que me dice que no quiere saber de mí. Pero tengo que hablar con ella, aunque después de eso ella siga en su posición de no saber de mí.

Corté la llamada y salí de la oficina a toda prisa. No sé por qué, pero siento una angustia en mi pecho. Algo me dice que no la voy a volver a ver. No sé cómo explicarlo, pero es algo extraño.

Al llegar a su casa, toqué la puerta insistentemente. Al abrir, me encontré con un señor algo canoso.

—Buenas, dígame, ¿se le ofrece algo, joven?

—Buenas, ¿se encuentra Melissa?

Traté de ver hacia el interior de la casa, pero solo vi a una mujer y al hermano de Paula.

—No, ella se acaba de ir. Pero dígame, yo le puedo dar su recado.

—No creo que Mel quiera saber nada de usted, Sr. Montenegro —el hermano de Paula interrumpió la conversación—. Usted es el motivo por el cual Mel se tuvo que ir.

—¿Cómo que se fue? ¿A dónde? —no estaba entendiendo nada.

—Mire, joven, lo mejor es que se vaya y no busque más a mi hija. Ella nos contó, y dada su situación, lo correcto es que vaya y se ocupe de su familia.




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