Dos Vidas ,un Camino

Parte 34

CAPÍTULO 34: Alexter

Ha pasado un mes desde que Melissa renunció. Un mes desde que desapareció de mi vida sin darme la oportunidad de explicarle nada, de decirle lo que realmente sucedió. He ido a buscarla a su casa, pero sus padres me han recibido con fría cortesía, diciéndome que la deje en paz. Traté de hablar con Lucas y Paula, pero han sido evasivos, repitiéndome una y otra vez que no saben nada de Melissa. No les creo. Sé que están protegiéndola, pero no entiendo por qué no me dan la oportunidad de explicarme.

En la oficina, no se ha corrido la voz de mi ruptura con Melina. Si lo hubiera hecho, estoy seguro de que Lucas y Paula se habrían enterado y quizás me habrían dado la oportunidad de contarles cómo pasaron las cosas. Pero no ha sido así. Melina ha tratado de acercarse a mí, y aunque me entristece cómo terminaron las cosas entre nosotros, no hay vuelta atrás. Ya no la amo, y ella debe seguir adelante.

Hoy no he querido ir a la oficina. No soporto estar en un lugar que me recuerda constantemente a Melissa. Antonio y Daniel me han invitado varias veces a salir, pero he rechazado todas sus invitaciones. No tengo ánimos para nada. Tengo que pararme de la cama, pero mi mente y mi cuerpo no están en sintonía. Parecen haberse declarado la guerra, y yo soy el campo de batalla.

Tocan mi puerta.

—Adelante —digo con voz cansada.

Es mi madre. Entra con una bandeja en las manos, en la que lleva un plato de frutas y una taza de café humeante. Me mira con preocupación, como lo ha hecho todos estos días.

—Hijo, me tienes preocupada. No estás comiendo lo suficiente. Sé que estos últimos días han sido difíciles para ti, pero no puedes echarte a morir. ¿Qué va a ser de mí si tú no estás? —dice mientras coloca la bandeja sobre la mesa junto a mi cama.

Tiene razón. La vida continúa, pero ¿cómo me saco de la mente y del corazón a Melissa? ¿Cómo olvido a alguien que, en tan poco tiempo, se convirtió en todo para mí?

—Mamá, ¿cómo es posible que uno se enamore tan perdidamente de una persona en tan poco tiempo? —pregunto, mirándola con ojos llenos de confusión.

Mi madre se sienta al borde de la cama y me toma la mano. Su mirada es tierna pero firme, como siempre.

—Alexter, en el corazón nadie manda. El corazón actúa por su cuenta, sin escuchar motivos ni razones. A veces, nos enamoramos de la persona menos esperada en el momento menos esperado. Y cuando eso sucede, no hay explicación lógica que valga. El amor no entiende de tiempo ni de circunstancias. Simplemente sucede.

—Pero duele, mamá. Duele tanto que siento que me cuesta respirar —digo, sintiendo cómo el nudo en mi garganta se aprieta.

—Lo sé, hijo. El amor duele cuando no se corresponde o cuando las circunstancias lo complican. Pero el dolor no es eterno. Con el tiempo, aprenderás a vivir con él, y un día te darás cuenta de que ya no duele tanto. Lo importante es que no te rindas. Además, recuerda la historia que te contó Alba sobre el hilo del destino.

—¿El hilo del destino? —pregunto, arqueando una ceja.

—Sí. Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper. Quizás este no era el momento, pero quién sabe si más adelante...

—Mamá, yo no creo en esas cosas. El destino se lo traza uno —digo, algo incrédulo.

—Tal vez, pero la vida tiene muchas sorpresas, y aunque ahora no lo veas, hay algo mejor esperándote —dice mi madre con una sonrisa suave.

—¿Cómo sabes que hay algo mejor? —pregunto, sintiéndome como un niño pequeño que busca consuelo.

—Porque he vivido lo suficiente para saber que, después de la tormenta, siempre sale el sol. Tú eres fuerte, Alexter. Más fuerte de lo que crees. No dejes que este dolor te defina. Levántate, sal y enfrenta el mundo. Melissa no es la única persona que puede hacerte feliz. Tienes una vida por delante, y no puedes desperdiciarla lamentándote por lo que no pudo ser.

Sus palabras me golpean con fuerza. Mi madre siempre ha tenido esa habilidad para decir justo lo que necesito escuchar.

—Baja a desayunar conmigo —dice, levantándose y agarrando la bandeja de mi mesa. Luego, me extiende la mano—. No te voy a obligar a comer, pero al menos siéntate conmigo. Tenemos mucho tiempo que no compartimos un desayuno juntos.

Aunque no tengo apetito, la complazco. Sé que está preocupada por mí, y no quiero defraudarla. Bajamos a la cocina, y mientras desayunamos, hablamos de cosas triviales: del clima, de las noticias, de la oficina, de la nueva sucursal en Madrid. De cualquier cosa que no tenga que ver con Melissa. Es un alivio momentáneo, pero lo agradezco.

Luego de desayunar, me dispongo a salir a correr. Quizás el ejercicio me ayude a distraerme, aunque no lo creo. Mientras me pongo los zapatos, no puedo evitar pensar en Melissa. ¿Dónde estará? ¿Estará pensando en mí? ¿O ya me ha borrado de su vida por completo?

Salgo a la calle y comienzo a correr, pero cada paso que doy parece llevarme más cerca de ella y, al mismo tiempo, más lejos. Recuerdo cómo se sonrojaba cada vez que nuestras miradas se cruzaban en la oficina. Era algo tan pequeño, pero ahora lo extraño tanto que duele.

De repente, mi teléfono vibra en el bolsillo. Me detengo, jadeando, y lo saco. Es un número desconocido. Por un momento, mi corazón late con fuerza, preguntándome si será ella. Pero no. Es solo un mensaje promocional. Dejo escapar un suspiro y sigo corriendo, sintiéndome más perdido que nunca.




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