CAPÍTULO 36: Alexter
Han pasado ya dos años desde que dejé mi vida atrás. Tuve que alejarme de todo lo que me recordara a ella, y no ha sido fácil. No voy a mentirme: he tenido días buenos y otros no tanto, pero he tratado de seguir adelante. Decidí dejar en manos de Daniel la sede principal. Confío en él; es más que mi socio, es como mi hermano. Yo me vine a Madrid y me hice cargo de la sucursal de aquí. Antonio dice que me he vuelto un autómata. Trabajo casi doce horas al día y luego vengo a mi apartamento a dormir lo poco que puedo.
Mi apartamento es minimalista, casi frío. No hay fotos en las paredes, ni recuerdos que me aten al pasado. Es un reflejo de mi vida actual: funcional, pero vacía. La oficina, por otro lado, está llena de movimiento. Gente entrando y saliendo, reuniones interminables, proyectos que requieren mi atención. Pero incluso en medio del bullicio, me siento solo.
Daniel ha venido varias veces a visitarme y, en su afán por verme feliz, me ha presentado a varias mujeres, intentando que entable algo con alguna. Pero no tengo tiempo, ni cabeza, y mucho menos corazón para pensar en una relación. Mi corazón sigue atrapado en un pasado que no puedo olvidar.
—Alex, no puedes vivir así —me dijo la última vez que vino—. Tienes que salir, conocer gente, vivir.
—No sé cómo ser ese Alex de antes —le respondí—. Ese Alex ya no existe.
Clara y Antonio también estuvieron por aquí el año pasado para el cumpleaños de su niña, a quien adoro como si fuera mi sobrina. Es una niña hermosa, llena de vida y curiosidad. Pensar que un día iba a ser padre... La noticia, para aquel entonces, no me entusiasmó mucho, pero cuando me enteré de que Melina no estaba embarazada, fue un golpe fuerte. Ya me había hecho a la idea de ser padre, de tener a alguien a quien cuidar y amar.
Mi madre dice que todo sucede por un porqué y con un motivo. Sé que lo dice para animarme, pero no entiendo cuál fue el motivo o la razón de haber conocido a Melissa, enamorarme como lo hice y nunca haberla tenido. A veces pienso que fue una cruel broma del destino, una lección que aún no logro descifrar.
Hablando de mi madre, vendrá a verme unos días porque dice que la casa se le hace grande. Aprovecharé para tocarle el tema de la casa de la playa. Sé que me dijo que me hiciera cargo de la decisión de venderla o no, pero debo estar seguro de que ella quiera hacerlo. Esa casa guarda tantos recuerdos, algunos felices, otros no tanto.
Salgo al balcón de mi habitación y miro al cielo. La luna está en su punto más alto, acompañada por un cielo estrellado. Es una noche tranquila, pero mi mente no lo está. Pienso en ella, en Melissa. Me pregunto si ella todavía pensará en mí, si alguna vez me recordará como yo la recuerdo a ella.
Tocan la puerta y pienso que debe de ser la pizza que pedí. No como mucha comida casera; mi madre y Albita eran las que me consentían con comida casera. Como ya dije, solo trabajo.
Abro la puerta y, efectivamente, es el repartidor. Le pago y tomo la caja, pero antes de cerrar la puerta, me detengo un momento. El pasillo está vacío, silencioso. Por un instante, me pregunto cómo sería mi vida si las cosas hubieran sido diferentes. Si Melissa estuviera aquí, compartiendo esta noche conmigo. Pero rápidamente sacudo esa idea. No puedo permitirme seguir pensando en lo que pudo ser y no fue.
Regreso al balcón con la caja de pizza en la mano. Me siento en una de las sillas y miro el cielo mientras como. Las estrellas parecen brillar más esta noche, y por un momento, me siento pequeño, insignificante ante la inmensidad del universo. Pienso en qué estará haciendo Melissa en este momento. ¿Habrá conocido a alguien que la haga feliz como yo no tuve oportunidad de hacerlo?
Tal vez mi madre tenga razón. Tal vez todo sucede por un motivo, aunque no lo entendamos en el momento.
Pero, ¿cuál es el motivo de todo esto? ¿Por qué Melissa entró en mi vida solo para irse tan rápido? ¿Por qué el amor duele tanto?
Cierro los ojos y dejo que el sonido de la ciudad me envuelva. Madrid nunca duerme, y a veces, eso me reconforta, me mantiene la mente distraída. Me recuerda que, aunque yo me sienta estancado, el mundo sigue girando. La vida sigue.
Mañana será otro día. Otro día de trabajo, de reuniones, de intentar seguir adelante. Pero por ahora, en esta noche tranquila bajo las estrellas, permito que mis pensamientos vaguen libremente. Pienso en Melissa, en lo que pudo ser, en lo que nunca fue. Y, por primera vez en mucho tiempo, me pregunto si alguna vez volveré a sentir algo por alguien.