Capítulo 37: Melessa
Me despierta un mensaje de Paula:
¡Acabamos de aterrizar! ¿Nos pasas la dirección?.
Le respondo rápidamente, aunque sé que no conducirán hasta aquí. Paula siempre ha sido clara: tres horas de carretera son demasiado para ella. Una hora después, escucho el sonido de un taxi acercándose. Salgo al porche y los veo llegar. Paula corre hacia mí como si no hubiéramos pasado meses sin vernos. Su abrazo es cálido, fuerte, como esos que te devuelven la fe en el mundo. Deja a Lucas cargando con el equipaje de ambos, y no puedo evitar reírme al verlo hacer una mueca de esfuerzo.
—¡Pero qué te hiciste! —exclama Paula al notar mi cambio de look.
—Hace unos meses decidí que necesitaba un cambio —le digo, encogiéndome de hombros—. No es gran cosa, solo me teñí un poco.
Paula me inspecciona de arriba abajo, como si fuera una detective.
—¿Un poco? ¡Casi te lo tiñes todo! —protesta, exagerando como siempre.
—Exagerada —le respondo, riendo—. Solo hice unos babylights.
Lucas se acerca, suelta los bolsos y, sin decir nada, me abraza. Su abrazo es reconfortante, como un refugio en medio de la tormenta.
—Te ves muy bien —me dice al separarse—, mejor que la última vez.
Le sonrío, agradecida, y les confieso:
—Cuánta falta me habían hecho.
Les muestro la casa, que es pequeña pero acogedora. Solo tiene dos habitaciones: una para Paula y yo, y otra para Lucas. La cocina es diminuta, con un pequeño kitchenette y tres banquitos de madera.
Cuando estoy a punto de hablar de la parte trasera, Paula me interrumpe:
—¿Para qué quieres más si tienes toda la playa como patio trasero?
—No exageres —le digo—, la playa no es parte de la propiedad.
—Es como si lo fuera —insiste—, casi no tienes vecinos.
Los tres nos acercamos a la puerta trasera y nos quedamos unos segundos mirando el mar. Lucas, que está en el medio, nos abraza mientras contemplamos el paisaje. El sonido de las olas es relajante, como si el mar nos susurrara que todo estará bien.
—¿Qué haremos para empezar? —pregunta Paula después de unos minutos.
—Lo primero será cambiarnos —responde Lucas—, porque no pienso perderme ni un solo día de esta playa.
Paula asiente, y yo les digo:
—Ustedes son mis invitados, así que deciden ustedes.
Pasamos casi toda la mañana nadando. El agua está fría, pero refrescante. Hablamos de cómo les va en sus trabajos, de cómo me va a mí trabajando desde casa. Paula, como siempre, tiene una historia divertida que contar:
—¿Se acuerdan de aquella vez en la universidad cuando Lucas intentó cocinar y casi quema el departamento?
—Fue una sartén —protesta Lucas, con su humor seco—, no el edificio completo.
Todos reímos, y por un momento, me siento como si el tiempo no hubiera pasado.
Por la tarde, les propongo ir al pueblo a comprar provisiones. La nevera está casi vacía: solo hay unas frutas y algunas verduras. El paseo al pueblo es... divertido. Hacía tiempo que no me sentía así. Paula se detiene en cada tienda, admirando cosas que no necesita, mientras Lucas y yo intercambiamos miradas cómplices.
De regreso, decidimos cocinar los tres. Les confieso:
—Tenía tiempo sin cocinar.
Paula me mira con incredulidad:
—¿Cómo así? Si de los tres, tú eres la que mejor cocina.
—Es verdad —añade Lucas—, tu pasta carbonara es legendaria.
Me encojo de hombros, pero sonrío. Mientras cortamos las verduras, Paula comienza a bailar con una zanahoria en la mano, imitando a un cantante famoso. Lucas, con su seriedad habitual, intenta ignorarla, pero finalmente no puede evitar reír y termina agarrando otra zanahoria para unirse a la diversión. Yo me uno a ellos, sintiendo que, por un momento, el peso de mis pensamientos se desvanece.
Alrededor de las nueve de la noche, decidimos salir. Hacemos una fogata y nos sentamos en unas sillas, arropados cada uno con una sábana. El cielo está lleno de estrellas, y el sonido del mar crea una melodía relajante. Aunque he pasado un día diferente, no puedo evitar preguntarme cómo hubiera sido mi vida con Alexter. ¿Estaríamos aquí, bajo este hermoso cielo estrellado, o quizás en Madrid?
Paula me saca de mis pensamientos:
—¿Cómo te has sentido? —pregunta, como si hubiera adivinado que pensaba en él.
—Bien, supongo —respondo.
—¿Ya no piensas en Alexter? —insiste.
Lucas la regaña—No hemos venido para hablar de él.
—No importa —digo—. Ni yo misma puedo evitar pensar en él de vez en cuando.
Paula pregunta—¿No has pensado en buscarlo, llamarlo o escribirle? Cualquier forma de hablar con él...
—¿Para qué? ¿Qué voy a ganar con eso? El tiempo ha pasado, y lo más seguro es que él ya haya rehecho su vida—Niego con la cabeza.
Noto que Lucas niega con la cabeza, pero no dice nada.
—Me enteré de que está solo en Madrid—comenta Paula.
Lucas se levanta y dice—Ya es muy tarde. Mejor nos acostamos, mañana es otro día.
Apagamos el fuego y entramos a la casa. De nada sirvió mostrarles dónde dormirían, ya que los tres decidimos quedarnos en la sala.