Capítulo 39: Melissa
Los días que Paula y Lucas pasaron aquí conmigo fueron increíbles. Me divertí mucho; tenía tiempo sin hacerlo. Dividimos nuestros días entre disfrutar del mar, ir al cine y tratar de enseñarle a Lucas a cocinar, cosa que fue difícil, pero al menos ya sabe lo básico. No voy a negar que me hizo bien tenerlos aquí. Me sentí diferente, no como me he estado sintiendo estos últimos dos años.
Aunque no voy a mentir, de vez en cuando Alexter volvía a mi mente. Me perdía recordando el día en la feria o aquella noche en el "Redmoon", donde tuve que decirle que Paul era mi novio para que dejara de buscarme. Ahora que lo pienso, nunca le agradecí a Paul por seguirme en la mentira. Esa noche fue la última vez que vi a Alexter. Después de la discusión con su novia en mi casa, decidí alejarme. No podía seguir trabajando para él; iba a ser una tortura tener que verlo todos los días, sabiendo que se iba a casar y tener un hijo. Así que decidí alejarme.
Tengo que regresar en dos días a casa de mis padres por el cumpleaños de mi madre. Decidimos hacerle una pequeña celebración, algo íntimo, solo con algunos familiares y, por supuesto, mis amigos. Mi mamá los conoce desde siempre.
UNOS DIAS DESPUES...
Voy camino a casa. Hoy es el cumpleaños de mi mamá, así que decido pasar por la pastelería y pedir la torta más grande, bonita y sabrosa que veo. Luego le aviso a mi padre que voy de camino. Mientras camino, veo a una pareja en el parque demostrándose cariño. En eso, suena mi teléfono. Es Paula.
—¿Ya llegaste? —me pregunta.
—Sí, hace como dos horas —le digo.
—¿Por qué no me avisaste?—pregunta
—No sé, pensé que estarías ocupada en el trabajo.
—Sí, pero ya voy saliendo. ¿Dónde estás? Te paso buscando —me dice.
—Cerca del parque del centro —le respondo.
Me dice que la espere en la heladería de la esquina, y eso hago. Estoy distraída viendo a los niños jugar en los columpios cuando, de repente, logro divisar al señor Hernández. Creo que está con su esposa y quien supongo es su hija. Trato de caminar rápido mientras le escribo a Paula para que me espere una cuadra más abajo, pero en eso me llaman.
—¿Señorita Villanueva? —pregunta el señor Hernández.
No tengo más opción que voltear porque sé que me reconoció.
—Sí, diga —digo, haciendo como quien no recuerda quién es.
—¿Cómo está? ¿No se acuerda de mí? Soy Antonio Hernández, de Montenegro S.A.
—Ah, ¿cómo está, señor Hernández? ¡Qué gusto volverlo a ver!
—Lo mismo digo. Se fue y no tuve cómo contactarla para su pago por los meses que trabajó para nosotros.
—Ah, no se preocupe, señor, no importa.
—¿Cómo que no importa? Hiciste un gran trabajo.
Guarda silencio por unos segundos.
—¿Qué tal si me das tu dirección y te mando el pago? Eso lo tengo pendiente desde hace mucho.
Será que cree que soy estúpida, pero no le digo nada. En eso, veo el carro de Paula.
—Disculpe, señor Hernández, pero ya vinieron por mí —digo, y me voy a toda prisa, pero sin correr.
Al subir al auto de Paula, ella me ve y me pregunta:
—¿Qué te pasa?
—Nada —le digo, pero ella hace cara de no creerme.
Le cuento lo que había pasado, y Paula no dice nada. Le pregunto, y ella me dice
—Si bien es cierto que no me gusto la forma en que Alexter hizo las cosas, tampoco puedo negar que él fue, en parte, víctima de cómo se dieron las cosas.
—Si él hubiera sido claro con Melina, todo hubiera sido distinto —le digo—. Además, si él sentía algo por mí y quería algo serio, hubiera terminado su relación antes de que todo se le complicara. Yo no iba a estar en medio.
Paula me dice que tengo un buen punto, pero cuando va a continuar el tema, la corto y le digo que mejor cambiemos de conversación porque ese es un tema cerrado. Paula no dice más nada sobre el tema, y nos limitamos a hablar del trabajo y demás cosas.
Al llegar a casa, sorprendo a mi mamá. No se esperaba que viniera; de hecho, no sabía nada de que le celebraríamos su cumpleaños. Mi papá era mi cómplice. En la casa nos encontramos mis padrinos, Paula, Lucas, mis padres y yo. Paul dijo que pasaría mañana, ya que todavía estaba de viaje con su novia.
La noche la pasamos entre conversaciones, abrazos y risas. A la hora de pedir el deseo, mi madre me miró y su deseo fue que yo fuera totalmente feliz. No pude evitar llorar; fue un momento muy emotivo.
Dadas las once de la noche, todos empezaron a irse. Mi padre se fue a dormir, y quedamos solo mi mamá y yo. Mientras comíamos otro pedazo de torta y café recién colado, ella empezó una charla.
—¿Cómo te has sentido, Mel? —pregunta, mirándome con esa mirada que siempre parece ver más allá de mis palabras.
—Bien —le digo, tratando de sonar convincente—te lo he dicho un millón de veces.—mientras sonrió para disimular
—Tenía que preguntártelo viéndote a los ojos —dice, con esa voz suave pero firme que solo ella tiene— para saber la verdadera respuesta.
—¿Y ya la tienes? —le pregunto, intentando sonar despreocupada.
Ella asiente lentamente, como si estuviera midiendo cada palabra antes de decirlas.
—Te conozco como a la palma de mi mano, y sé que, aunque has mejorado, no estás bien del todo. Todavía hay algo de tristeza en tus ojos.