Dos Vidas ,un Camino

Parte 40

Capítulo 40: Alexter

Regresé anoche a casa de mi madre. Tengo una semana para finiquitar el papeleo de la casa de la playa. Pasado mañana iré a recoger las cosas que mi madre pidió: algunas fotos familiares, algunas alhajas que mi padre le regaló. Yo, por mi parte, veré qué sirve para donar y qué se va a la basura. Luego, del resto, que se encargue la inmobiliaria. No creo que estar allá me tome más de un día o dos. Debo regresar a Madrid y seguir con mi rutina.

Llego a casa luego de ir a trotar un poco. Hoy va a ser un día largo, ya que no pienso ir a la oficina. Dejé a cargo a Daniel justamente para no tener que regresar más ahí, ya que todo me la recordaba. Sé que en algún momento tendré que ir, pero mientras mi corazón no esté curado por completo, evitaré regresar.

Al entrar, Albita me recibe con un cálido abrazo.
—Hijo, qué gusto saber que estás de regreso —dice, con esa sonrisa que siempre me hace sentir en casa—. No sabes la falta que nos has hecho.

—Ustedes también me han hecho falta —le digo, abrazándola con fuerza—. Pero bastante que les he ofrecido que se vayan conmigo a Madrid.

Ella me ve y dice—Sabes que no puedo. ¿Cómo voy a dejar a Antonio, a Clara y a mi nietecita bella?

La entiendo. Ella tiene razones para quedarse, pero ¿mi madre? Albita parece leer mi mente, como siempre.

—Y tu mamá no se quiere ir porque esta es su casa. Aquí vivió con tu padre, el señor Alexander.

En eso llega mi madre. Estaba en el jardín—Hijo, ya estás de regreso. Pensé que te habías ido a participar en una maratón —dice, jugando.

—Ven, vamos a desayunar —añade, mientras nos dirigimos a la cocina.

El olor a panquecas es estupendo.
—Todas las calorías que acabo de quemar las voy a recuperar en menos de dos minutos, pero con gusto —digo, riendo.

Luego de desayunar, atiendo asuntos del trabajo desde mi oficina en la casa. Dadas las seis de la tarde, Antonio y Clara llegan con su hija, Valentina. Ella al verme sale corriendo y me abraza.

—¡Tío Alexter! ¡Te extrañé mucho! —dice, con esa voz dulce que siempre me derrite.

Clara se acerca a mí y me da un abrazo, que se lo regreso. Luego se acerca Antonio.

—¿Cómo has estado, hermano? —me dice, dándome un abrazo y palmoteando mi espalda—. No me dijiste que venías; si no, te hubiera ido a buscar al aeropuerto.

—No te preocupes —le digo—. Llegué tarde ayer en la noche y no te iba a molestar.

En eso entra Daniel—Llegó por quien lloraban. Ojo, no por ti, sino por mí —me señala mientras se ríe.

Valentina va a saludar a Daniel y regresa a mí para preguntarme—¿Puedo ir a comer algunas galletas a la cocina?

—Pregúntale a tu mami —le digo, sonriendo.

Ella se le queda mirando a Clara con ojitos suplicantes y luego a su papá. Daniel interrumpe y dice—Anda y dile a Albita que te dé tres galletas: dos para ti y una para... —hace una pausa dramática— y otra para ti.

Valentina le dice—¡Gracias, tío Daniel! —le da un beso y se va dando saltitos, muy contenta.

Luego de ponernos al día sobre lo que ha pasado estos últimos meses, Daniel propone que salgamos a divertirnos como en los viejos tiempos. Yo rechazo la idea.

—No seas aguafiestas, Alexter. Tenemos mucho que no salimos y podemos aprovechar la ocasión.—me reclama Clara.

Todos se ponen de acuerdo y terminan convenciéndome.

—Está bien —digo, finalmente—. Pero solo si prometen no hacerme bailar.

—Eso ya lo veremos —dice Daniel, con una sonrisa pícara.

Nos preparamos para salir, y mientras lo hago, no puedo evitar pensar en cómo han cambiado las cosas. Hace unos años, esta habría sido una salida normal, pero ahora siento que estoy volviendo a conectar con algo que había perdido.

Mientras nos preparamos, Valentina se acerca a mí con esos ojos curiosos que solo un niño puede tener.

—Tío Alexter, ¿por qué estás triste? —pregunta, mirándome con inocencia.

—No estoy triste, cariño —respondo, acariciándole el cabello—. Solo estoy pensando en cosas de grandes.

—Bueno, cuando sea grande, no quiero pensar tanto —dice Valentina, con una sonrisa que me hace reír.

En ese momento, Valentina me recuerda que la vida no tiene que ser tan complicada. Tal vez sea hora de dejar ir el pasado y disfrutar del presente.

—¿Recuerdas cuando nos conocimos en el colegio, Daniel? —pregunto, mientras nos dirigimos al Redmoon—. Tú siempre eras el que nos metía en problemas, pero también el que nos sacaba de ellos.

—Sí, y tú eras el que siempre tenía un plan perfecto, pero nunca salía como lo planeabas —responde Daniel, con una sonrisa burlona.

—Y yo solo estaba ahí para asegurarme de que no se mataran —añade Antonio, riendo.

Llegamos al Redmoon, y el lugar está tan lleno de recuerdos como de gente. La música suena fuerte, y el ambiente es vibrante, pero no puedo evitar sentir un nudo en el estómago. Este no es solo un lugar de diversión; es el lugar donde todo cambió para mí.

—¿En serio quieren estar aquí? —pregunto, tratando de ocultar la incomodidad en mi voz.

—Claro, es nuestro lugar —dice Daniel, sin notar mi reacción.

—Además, hace mucho que no venimos —añade Antonio.

Asiento, pero por dentro siento que el pasado me alcanza. Mientras mis amigos ríen y brindan, yo me quedo un momento en silencio, recordando aquella noche en que todo se derrumbó.




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