CAPÍTULO 42: Alexter
Hace rato que llegamos al Redmoon. Daniel no perdió tiempo y, apenas vio a unas mujeres bailando solas, se dirigió hacia ellas. Creo que no va a cambiar. Clara y Antonio no querían dejarme solo, pero les insistí en que se fueran a bailar. Me acerco a la barra y pido un whisky. Sé que su intención era distraerme, pero traerme aquí fue un error. Al igual que la oficina, este lugar me recuerda a ella, aunque lo hayan remodelado.
Me giro y ahí está: Melissa. No sé qué decir ni qué hacer. Veo que un muchacho la tropieza y, en cuestión de segundos, ya estoy a su lado. La sujeto para que no caiga. Su piel, apenas rozada por mi mano, me quemó más que cualquier whisky. No supe qué más hacer; solo atino a decirle.
—¿Estás bien? —Mi voz tiembla. Estoy nervioso, como no lo había estado en mucho tiempo.
Pero, ¿qué clase de pregunta es esa? Claro que está bien. Está bellísima. Se ve cambiada, más mujer, pero sus ojos siguen siendo los mismos. Todavía tienen ese brillo que me hacía perderme en ese hermoso color ámbar.
—Sí, estoy bien —me responde, tratando de mantener la compostura. Sé que está nerviosa. Pero, sin dejarme decir nada más, se va a toda prisa. No sé si debo seguirla o esperar. Me imagino que se enteró de que no me casé, de que no tuve un hijo con Melina.
En ese momento, Antonio me saca de mis pensamientos.
—¿Qué pasó, Alexter? —Pone su mano en mi hombro.
—Acabo de ver a Melissa. Está aquí, regresó —le digo.
Antonio asiente y responde—Sí, lo sé. Me la encontré en el parque y traté de que me diera su dirección, pero no pude conseguirlo.
Me molesta que no me lo haya dicho antes. Le reclamo.
—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Qué estabas esperando?
Antonio se nota afectado por mi tono. Me disculpo de inmediato.
—Perdón, Antonio. No quise tratarte así. Es solo que me descolocó verla después de tanto tiempo.
Antonio asiente de nuevo y me dice—Te lo iba a decir cuando nos fuéramos, para que meditaras las cosas con calma. Alexter, no puedes actuar sin pensar. Tienes que contemplar la posibilidad de que ella haya hecho su vida.
Sé que tiene razón, pero no sé qué hacer. ¿Y si ya es demasiado tarde? ¿Y si he perdido mi oportunidad? Dos años son mucho tiempo, y yo no estuve allí. Tal vez ya encontró a alguien que la haga feliz, alguien que no la lastime como yo lo hice. Pero, ¿cómo puedo dejarla ir sin intentarlo una última vez?
Decido irme a mi casa. El aire lo siento denso. La busqué con la mirada, pero ya se había ido. Conduzco a casa y voy directo a mi habitación. Mientras intento dormir, no hago más que rememorar lo que pasó esta noche, más específicamente, el haberme encontrado con ella.
El Redmoon estaba lleno de luces tenues y música electrónica que resonaba en mi pecho. El aire olía a alcohol y sudor, pero cuando ella se acercó, todo lo demás desapareció. Mis manos aún tiemblan al recordar cómo la sujeté. Dos años han pasado, pero su aroma, ese perfume ligero a flores silvestres, sigue siendo el mismo. Me pregunto si ella también lo notó, si también sintió que el tiempo no ha borrado lo que alguna vez sentimos. O tal vez, solo yo sigo atrapado en ese pasado que nunca pude soltar.
Cuando la vi hoy, no pude evitar recordar aquella noche en la feria, cuando el mundo parecía detenerse mientras la besaba. Su risa, su mirada, su forma de mirarme como si yo fuera el único hombre en el mundo. ¿Cómo pude dejarla ir?
Sus ojos se encontraron con los míos por un instante, y en ellos vi algo que no esperaba: dolor. No era el dolor de alguien que ha superado el pasado, sino el de alguien que todavía lleva cicatrices. ¿Será que ella también ha estado pensando en mí?
Me voy quedando dormido mientras recuerdo aquel sueño recurrente. No pude evitar pensar en la niña que me decía que llorar era bueno para sanar el alma.