Dos Vidas ,un Camino

Parte 46

CAPÍTULO 46: Alexter

Hoy me he despertado tarde, algo que no es normal en mí. Desde muy joven me acostumbré a despertar temprano, pero anoche no fue una buena noche. Estuve despierto hasta muy tarde, permitiéndome llorar como hacía tiempo no lo hacía. Recordé a aquella niña que "conocí" en la playa aquel día cuando mi padre falleció. Ella tenía razón: llorar ayuda a calmar un poco el corazón.

Luego de asearme, salgo y me encuentro en la cocina con Albita y Antonio. Es raro verlo aquí tan temprano.

—¿Sucede algo? —le pregunto, con cierta curiosidad.

—No, ¿por qué no puedo venir a saludar a mi amigo? —responde, con una sonrisa.

—No es que no puedas, solo que es muy temprano —digo, levantando una ceja.

Antonio me mira serio y dice—Podemos hablar, Alexter.

—Vamos a la oficina —respondo, y Albita nos dice que nos llevará un café.

Una vez en la oficina, Antonio toma asiento en la butaca frente al escritorio, y yo me siento en la otra, quedando frente a frente.

—Bueno, tú dirás, ¿de qué quieres hablar? —pregunto, preparándome para lo que sea que tenga que decir.

Antonio, sin rodeos, me dice—¿Qué estás esperando para ir a buscarla y explicarle cómo pasaron las cosas entre ustedes?

—No creo que ella quiera hablar conmigo, Antonio. Eso quedó claro anoche. Si ella quisiera alguna explicación, no se hubiera ido de la forma en que lo hizo —respondo, con un tono que intenta ser indiferente, pero que no logra ocultar del todo mi dolor.

Antonio me mira fijamente y dice—¿Y si tiene miedo de enterarse de que perdieron dos años de sus vidas sin ninguna razón?

Sus palabras me hacen pensar. Tal vez tenga razón. Pero sacudo esa idea rápidamente. Lo más seguro es que Melissa no necesite ninguna explicación porque ya logró olvidarme.

—Déjalo ya, Antonio. Yo debo preocuparme de otras cosas, como por ejemplo la venta de la casa de la playa. De hecho, dentro de una hora tengo que estar en el aeropuerto.

—Si quieres, yo te llevo. Te dejo en la casa de la playa y me regreso. Solo son tres horas en auto.—Antonio no se da por vencido

—No, tú tienes que ir por Valentina a la guardería —respondo, intentando evadir el tema.

—Clara puede ir —insiste Antonio.

Yo, a modo de burla, le digo—Y cuando regreses, Clara te cuelga por haberte ido sin previo aviso, y luego a mí. No, gracias. Mejor me dejas en el aeropuerto, así el viaje es más corto.

Antonio me mira con un tono ofendido, pero sé que es en broma.

—¿Prefieres cuarenta y cinco minutos de viaje rodeado de gente que ni conoces a tres horas con tu amigo?

—Sí —respondo, encogiéndome de hombros.

Albita llega con los cafés y sale. Antonio aprovecha para decirme—Es en serio, Alexter. Trata de hablar con Melissa. Esa chica te quiere todavía.

Me levanto y le digo—Mejor llévame al aeropuerto y dejemos ese tema para otro día.

Subo a mi habitación, recojo algo de ropa, lo necesario para dos días máximo, y bajo. Al llegar al salón, mi madre ya ha llegado. La beso en la frente, y ella me mira con cara preocupada.

—¿A dónde vas, Alexter? —pregunta.

—A lo que vine, mamá —respondo, con un suspiro.

—A la casa de la playa, cierto. Bueno, hijo, espero que aparte de ir a buscar lo que te pedí, consigas eso que tanta falta te ha hecho.

—¿De qué hablas, mamá? —pregunto, confundido.No entiendo a qué se refiere.

Ella sonríe y me dice—Yo me entiendo.

Antonio me lleva hasta el aeropuerto. Durante el camino, hablamos solo de trabajo. La verdad, no lo dejo que me cambie el tema, ya que puede ser muy obstinado cuando se lo propone. El vuelo se me hace rápido, y una hora después estoy de pie, al frente de la casa.

Por mi mente pasan tantos recuerdos: mi madre en la cocina preparando esa carne al horno que tanto me gustaba de niño, mi padre hablándome sobre las responsabilidades de crecer, los tres jugando en la orilla de la playa, el policía diciéndole a mi madre que mi padre había muerto en aquel accidente ocasionado por un infarto. Y sin querer, una lágrima sale sin avisar.

—Me haces falta, viejo —digo en voz alta a la nada.

Me armo de valor y abro la puerta. La casa está tal cual la dejamos ese día, excepto por las sábanas que cubren algunos muebles. Está algo llena de polvo y arena, que me imagino se ha metido por alguna rendija. Empiezo a destapar algunos muebles, y al llegar a la cocina, recuerdo que no compré nada para estos dos días. Decido ir al pueblo a comprar solo lo necesario.

Ya de regreso en la casa, caliento comida precocida en el microondas y decido cenar afuera, acompañado por la noche, la luna y el mar. Trato de vaciar mi mente, pero Melissa no se quiere ir. Ella ha decidido quedarse a vivir en mí.




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