En la mañana del día posterior era aún de noche, ni si quiera se habían asomado los primeros rayos de sol, fue entonces cuando a Draconos se le volvió a encender esa llama que le pedía lanzarse a buscar aventuras, por tanto esperó a que Ewan saliera, pero justo cuando se dispuso a ello Ewan volvió porque se había olvidado algo. Draconos ocultó su espada detrás de un perchero mientras Ewan se acercaba.
-He de ir a la escuela -dijo Draconos
-Esta bien -dijo Ewan -no hagas tonterías vuelve antes del anochecer, recuerda que estás castigado y no puedes andar por ahí
-De acuerdo, pero podrías prepararme algo para llevar de merienda -dijo Draconos para que ella fuese a la cocina y así coger a Isil, la espada que le había entregado el armero-
-Por supuesto -dijo Ewan y se dirigió a la cocina a preparar un pequeño bocadillo para el chico
Pasados unos segundos Draconos cogio su nueva espada, Isil, como Brägos le había puesto de nombre, se sentía invencible con ella, entonces se asomó a la cocina y le dijo a Ewan:
-Ewan, lo he pensado mejor y no tengo hambre, he de irme
Draconos por fin logró salir de su casa con la espada, también cogió unas pocas monedas que tenía ahorradas y un frasco de agua. El resto de la ciudad descansaba y no había ni un alma por las calles, fue en ese preciso momento cuando escuchó la voz de otro chico
-¡Vaya!, ¡que espada tan molona!
-¿Qué? -se sorprendió Draconos- ¿De dónde procede esa voz?
-Me llamo Águilux -dijo un chico que apareció de pronto- he oído hablar de lo que hiciste el otro día, fue una sorprendente hazaña
-Sí -respondió Draconos- ese fui yo, gracias por tus halagos
-Mmm... bueno he de marchar -dijo Águilux- nos veremos por el vecindario.
-¡Hasta pronto!
Draconos se preguntaba quién sería este chico, no lo había visto nunca por allí, conocía las caras de los otros pero la de este le resultaba nueva.
Draconos quería aventuras de verdad, recordó que su padre le había hablado acerca de unas montañas nubladas al sur, pero siempre le decía que estaban a más de un día a pie, y no se atrevía a ir tan lejos. De pronto su conciencia le susurraba que había algo que se hallaba cerca, en un pequeño bosque algo más al oeste de Dratia, así que se dispuso a ir hacia allí.
Aquel bosque era un lugar sospechosamente tranquilo, muchos hablaban acerca de sus misterios, de historias de seres que habitaban en el. Ewan le decía siempre a Draconos que no se acercase, es más, se lo tenía totalmente prohibido, ya que podría ocurrirle algo malo como perderse o ser asaltado, pero Draconos nunca obedecía, por tanto ese día el joven muchacho, decidió adentrarse en él.
Justo antes de entrar al bosque Draconos sintió un pequeño escalofrío, para el era un lugar nuevo y desconocido, y estaba un poco asustado pero sentía mucha curiosidad por explorarlo y descubrir que era lo que se escondía en su interior.
Caminaba por un estrecho sendero con hojas secas en el suelo y rodeado de árboles muy grandes para el joven, había piedras con musgo por encima, algunas setas y otras variedades de hongos. Mientras caminaba, Draconos podía escuchar el susurro del viento, y el movimiento de las ramas de los árboles
Draconos contemplaba embelesado el paisaje al son de su caminar cuando escuchó un espeluznante alarido, era la voz de una joven que parecía estar en apuros.
Sin miedo ni duda, Draconos se dirigió corriendo al lugar de donde procedían los gritos
-¡Socorro! -gritaba la voz- ¡Auxilio! ...
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Editado: 18.03.2024