El conde comenzó a contarle su historia.
Mientras hablaba, una lágrima cayó por su rostro.
Jhon, con voz temblorosa, le dijo:
—Yo también tengo una amada… se llama Nina.
Vlad le pidió ver una fotografía.
Jhon llevaba una en su relicario.
El conde la observó, suspiró profundamente y dijo:
—Es mi amada… la princesa.
Jhon, confundido, respondió:
—Es imposible. Mi amada se llama Nina… y la suya se llama Eliza.
El conde lo miró fijamente y dijo:
—Estás perdonado.
Pero aun así,
lo convirtió en su prisionero.