La cena terminó
y Nina debía volver a su casa.
El conde se ofreció a acompañarla
y ella aceptó con gusto.
Mientras caminaban, hablaban
y se iban conociendo más.
En un momento, el conde dijo:
—Disculpe, señorita Nina,
pero me recuerda a alguien que una vez amé.
Ella lo miró y preguntó:
—¿Es casado?
—No… lo era. Quedé viudo.
—Lo siento mucho —dijo ella.
—No se preocupe —respondió Vlad—. Está perdonada.
Luego se despidieron.