Nina y el conde se vieron una vez más,
pero esta vez a solas.
Nina le preguntó:
—¿Jamás se sintió de otra época,
como si no perteneciera a este lugar?
Él respondió:
—Sí. Todos los días de mi vida me siento así, señorita.
Luego añadió:
—¿Puedo enseñarle algo?
—Sí —dijo ella—. ¿Qué es?
El conde le mostró un retrato de su princesa Eliza.
Nina lo miró con sorpresa y dijo:
—Pero… soy yo.
—Es muy parecida a usted —respondió él—. Yo creo en la reencarnación,
y creo que usted es mi amada, mi princesa.
Entonces sacó una caja de música.
Al escucharla, a Nina le llegaron imágenes muy lúcidas.
—Recuerde —dijo el conde—. Recuerde, princesa.
—No… basta —respondió ella—. No soy su princesa.
No soy Eliza. Me llamo Nina.
Nina Murray.