El dia parecía ser prometedor, sentía como el sol brillaba más que nunca al entrar por mi ventana. Desde mi habitación podía ver como algunos de mis vecinos salían de sus hogares para mezclarse entre la multitud de personas dispuestas a ir a sus labores diarias, en cambio yo, yo aun seguía en cama, indecisa entre ir o no ir a la oficina. Tenía el temor de encontrarme con él, de tenerlo frente a mí, tenía miedo de enfrentar el pasado una vez más.
-¿Katherine? –la voz de Claudia me saco de mis pensamientos. Traía consigo una bandeja con unos hotcake’s cubiertos de miel- te he traído el desayuno.
-¿Cómo supiste que aun seguía aquí?
-Mi niña, todos los años es lo mismo. Es normal que ya conozca la rutina –me sonrió levemente.-Dime una cosa mi niña. ¿Hasta que punto lo amas?
La mire curiosa, su pregunta me pillo desprevenida. Era evidente que no lo quería, querer es un sentimiento pasajero, algo que con el tiempo recuerdas sin dolor, sin remordimiento. Mas sin embargo el amor es algo efímero, que al ser recordado sientes como miles de agujas son clavadas en tu corazón sin piedad alguna.
-Me enamore hasta de las letras de su nombre –sonreí levemente recordado aquellos momento de felicidad, mas sin embargo mi sonrisa se borro al instante de recordar que aquello tan hermoso no era más que un simple tormento.
-Debes recordar, mi niña. –Sonrió levemente- que el verdadero amor siempre regresa a ti, no importan las circunstancias o el tiempo, este siempre vuelve.
Termine mi desayuno mientras observaba un programa que veía cuando era pequeña; Pucca. Sonreí levemente por las ocurrencias de dicho programa infantil hasta que una llamada interrumpió mis horas de felicidad. Era Magdalena. Solté un leve suspiro y respondí la llamada.
-¿Dónde diablos estas metida?
La voz de un hombre inundo la otra línea dejándome desconcertada, parpadee varias veces analizando la situación, buscando la razón del porque un hombre me estaba llamando desde el móvil de mi secretaria, hasta que en pocos segundos reaccione.
-Me vuelves a hablar así y te parto hasta la madre –susurre con los dientes apretados.
-Solo lo diré una vez más. ¿Dónde… estas…?
Rodee los ojos y corte aquella extraña y desesperante llamada, volví a ver el número para cerciorarme de que no que no había visto mal y efectivamente era el de Magdalena, más tarde hablaría seriamente con ella. Vi el reloj y eran a penas las nueve de la mañana, lentamente me levante de la cama y tome una relajante ducha, me vestí con un pantalón de tela negro, una blusa blanca y tome mi saco negro y lo coloque sobre el respaldo de la silla que se encontraba frente a mi pequeño gabetero. Como es normal en mí, me maquille con leves tonalidades de gris y negro. Me puse unos zapatos negros y con mi bolso en mano me dispuse salir camino al trabajo.
-¡Hasta que por fin te dignas a llegar!
Ni bien había puesto un pie en la empresa cuando la misma voz masculina que había escuchado una hora antes me grito desde el puesto de la recepcionista. Mire al chico con intriga. Su cabello castaño se tornaba rubio debido al resplandor del sol, sus ojos me miraban con furia, mientras yo estaba perdida en mis pensamientos preguntándome ¿Quién era aquel joven?
-¿Señorita De La Rosa? –la voz de Magdalena fue la única que logro sacarme de mis pensamientos. Vi como aquel desconocido soltaba un suspiro que demostraba frustración y observaba mi reacción al escuchar a mi secretaria.
Magdalena me entrego el café que llevaba en manos, no muy fuerte y con mucha azúcar para tratar de endulzar mi dia. Tan eficiente como siempre, por esa razón y muchas otras razones, es que la había elegido para el puesto. Inicie mi recorrido hasta mi oficina con Magdalena pisándome los talones y leyendo la agenda del dia, mientras aquel extraño me miraba fijamente sin moverse de su lugar. Era como si estuviera analizando cada uno de mis pasos, era como si estuviera esperando el momento indicado para tacar… así como un lobo observa a su presa para luego devorarla.
-¿Quién era él? –dije para mí misma, o al menos eso creí.
-Es el joven Joseph Abbiate. Su nuevo socio –dijo Magdalena, mientras me dedicaba una mirada llena de confusión- ¿Acaso no lo sabía?
Asentí levemente tratando de disimular el hecho de que desconocía aquel insignificante detalle, entre en mi oficina para revisar los documentos que anteriormente ella me había entregado. Sin darme cuenta los minutos pasaron a ser horas, para cuando me di cuenta ya eran las siete de la noche y todos ya se habían retirado a sus hogares, todos excepto yo. Estaba tan enfrascada en los papeles que tenía enfrente que no me había percatado de la hora, varios minutos después decidí retirarme para descansar un poco. Mi dia había transcurrido como cualquier otro entre aprobar o rechazar documentos, firma de contratos y asistir a varias reuniones. Del joven Abbiate no supe nada durante el dia, y para ser honesta eso era algo que agradecía con toda mi alma.