-Todo va a estar bien, Kath. Ya verás cómo lograras salir de esta. Siempre logras salir de todas las situaciones que se te presentan.
Mire hacia un punto indefinido de la habitación, la sola idea de pensar en una cirugía me aterraba. ¿Cuántas personas se habrán quedado en aquel quirófano? O ¿Cuántas están a la espera de entran en aquel lugar? Tenía miedo de ser una de aquéllas personas, de esas que se quedan en aquél lugar y del cual salen inertes.
-¿Hola? -una voz tímida, pero masculina, resonó desde la puerta, la cual se abría lentamente. Una cabellera castaña oscura y unos ojos de color miel se asomaron, dejándome sorprendida.- ¿Puedo pasar?
Mire a Nadia fijamente y negué, dándole a entender que no lo quería cerca de mí. Es irónico como el amor que sentía, o mejor dicho; el amor que siento por Alexander, intentara matarme en varias ocasiones. El amor puede convertirse en tú asesino. Pensé.
Ignore por completo el hecho de que intentara entrar en mi habitación, Nadia se encargo de que no entrara pues si lo hacía estaba segura de que me daría un colapso emocional en aquel instante. Me quede observando cómo Nadia por la puerta la cual era cerrada de manera lente y tortuosa, llevándose consigo a Alexander. Al igual que la puerta, mis parpados se cerraron lentamente, llevándome a un sueño profundo del cual, siendo honesta… no me gustaría despertar.
En el hospital las horas pasaron velozmente, eran las siete de la noche cuando desperté de aquella reconfortante siesta. A las siete treinta de la tarde me encontraba leyendo "El laberinto de la felicidad" mientras escuchaba Angelito de Don Omar.
Amaneció bajo las alas de la muerte, aquellos brazos de hombre que le aprietan fuerte... Todavía le late el alma, el corazón no lo siente. Amaneció bajo las alas de la muerte.
Y vuela, vuela, vuela, angelito vuela, que ya no me quedan, muchas horas de vida desde tu partida. Vuela, angelito vuela, angelito vuela, que ya no te quedan, muchas horas de vida, marque tu partida, angelito...
Sorprendió en la cama de un extrañó, jugando a quererse. Nunca pensó que la venganza a un desengaño, la hiciera perderse. Tal vez fueron las copas, el ambiente o tanta gente, o aquella excusa frecuente o aquel refrán de que la vida es solo una y hay que vivir el presente.
La canción más triste que jamás había escuchado. Recuerdo la primera que vez que escuche esa canción, tenía como unos ocho años. Pero mejor olvidemos de eso, no es momento para estar recordando el pasado.
-¿Quién eres? -continúe con mi lectura dejando que la canción llenara toda la habitación.- Yo soy Ariadna...
El libro trataba sobre una joven de veintitrés años de edad, que lo había perdido todo. Tras su despido de la fábrica de hilos sintéticos, está se adentra en un bosque el cuál era llamado "El bosque de los lamentos" debido a qué todo el que entra en el, no salía nunca. Ariadna, cansada de todo y con el pensamiento de que ya no le quedaba nada más que perder, se adentra en este bosque para nunca más ser una carga para nadie, pero ella terminará entre los muros de un laberinto, el cuál sus habitantes llamaban "El laberinto de la felicidad"
Ni siquiera sabía el motivo del por qué estaba leyendo aquel libró, Nadia me lo había traído para mi "entretenimiento" pero resultaba un tanto aburrido, aunque debía de admitir que aquel libro me causo curiosidad, quería saber como aquella chica perdida lograría salir de entre aquellos muros.
Esto es una experiencia de dos enamorados, de dos soñadores, de dos amantes, que permitieron que tan solo en un minuto de su vida decidieran dentro de la misma. Irónico el momento en que el amor, se convierte en muerte, que descansen en paz. Vive la vida minuto a minuto y encontraras en cada uno de ellos, un motivo por el cual conducirte… En la forma correcta, te lo aseguro.
La canción terminó justo al mismo tiempo en que yo terminaba de leer un capítulo de aquel libró. Apagué el reproductor de música, y con un separador para libros aparte la página en donde se encontraba el capítulo siguiente. Había recibido pocas visitas en el día, y con pocas me refiero solo a Nadia y al impertinente de Alexander, el cual aún seguía causándome curiosidad.
-¿Realmente me olvidaste? -susurre para mí misma.
Las nubes grises habían empezado a acumularse desde hacía más de media hora, y alrededor de las diez de la noche cuando las gotas de lluvia empezaron a golpear el cristal de la ventana y yo no podía conciliar el sueño. No podía porque en mi mente solo rondaban recuerdos de aquellos días que vivimos juntos, de aquellos días en que todo era perfecto, o al menos lo aparentaba. Si en estos momentos el no me recordaba, algo malo debió de haber sucedió mientras estaba en Italia, y si estaba fingiendo… entonces era un muy buen actor.
Todos tenemos un pasado que nos atormenta y el mío era constante. Era un recuerdo vivo que no me dejaba en paz por nada en el mundo. Estar postrada en aquella cama de hospital me hacia recordar todo, me hacía pensar en lo que no debía, me hacía sentir cosas que hacia un buen tiempo no había sentido. Entonces, empecé a creer aquello que muchas personas decían con insistencia.