A la misma hora, en el mismo lugar, una semana después. Esta vez traje una pequeña manta y un nuevo libro, “La mujer de vestido rojo”.
Abrí el pequeño termo con café y disfrute del hermoso silencio que me proporcionaba el Edén.
Ya casi estaba terminando el nuevo libro. Me faltaban quince páginas con exactitud. Cuando vienes de un lugar donde reina el caos el silencio te parece una anomalía tan extraña pero lo disfrutas más que cualquier orgasmo.
El ruido de un aleteo me puso alerta, miré el cielo buscando al proveniente de ese ruido. El aleteo cesó por unos cuantos segundos, los pequeños cabellos de mi nuca se erizaron por completo como si sintieran que la presencia de alguien estuviera demasiado cerca, el sonido de unos pasos detrás de mí se escuchaban cerca, gire mirando mi entorno por completo esperando poder ver al proveedor de esos sonidos antes de que el pudiera verme a mí.
—Lo siento, llegué algo tarde.
—No puedes venir volando. —solté un gran suspiró soltando toda preocupación en mi.
—¿Por qué no?
Volví a sentarme. —Alguien te verá volar hasta aquí, te seguirá y me verá. Tendré que matarlo y envasar su sangre, tú saldrás corriendo y también tendré que matarte.
Se quedó estático. —¿Por qué tendrías que envasar su sangre?
—¿Qué sabes sobre la relación entre tu lugar y el mío?
Ignoró mi pregunta y se sentó a mi lado. —Tu libro es muy triste.
—La vida a veces es muy triste.
—Nunca he experimentado eso, ¿Cómo se siente?
Tomé una gran bocanada de aire hasta llenar mis pulmones del exquisito aire de aquí. —Es como él lo describe, es agotador, estresante, te desgasta mental y físicamente. Es como una gran ancla que no muchos tienen la fuerza para desatarla de su cintura por lo que están condenados a arrastrarla hasta que en algún punto desaparezca por sí sola.
—¿Eso es lo que te hace tomar esa decisión?
—No del todo.
—¿Y entonces qué es?
—El ser humano en su cabeza tiene ciertos límites que ni tú ni yo entenderemos. —dije señalandonos a ambos. —Pero leer esto ayuda.
—No entiendo cómo pueden tomar esa opción.
—Ya lo has visto, no es tan fácil como parece. —bebí un sorbo de mi termo, le acerque el termo ofreciéndole del exquisito líquido humeante y negó con la cabeza amablemente.
—En realidad, nunca he bajado.
Ante la sorpresa de su confesión me ahogue con el café. —¿Me estás diciendo que un celestial nunca bajo a la tierra?
Frotó sus manos contra sus muslos, como si hablar de ello lo pusiera nervioso.
—En ese caso, deberías bajar algún día, convivir con ellos y te darás cuenta porque toman esa opción. Son demasiadas cosas en que pensar, analizar y razonar. Muchas veces sienten que no pueden y sus ángeles de la guarda parece que nunca llegan a tiempo.
—¿Cómo puedes decir eso? No sabes… —se escuchaba indignado.
—Si lo sé, lo he visto. —lo interrumpí.
—¿Estás insinuando que los ángeles de la guarda no hacen su único trabajo?
—Si. —un pequeño silencio entre nosotros hizo que surgiera la idea. —Vamos.
—¿A dónde?
—A la tierra.
—No podemos…
—Claro que podemos, lo que no debemos es intervenir en sus fechas. —sus ojos estaban en una pequeña pareja de pájaros del otro lado de la cascada. —Solo será un momento, estaremos como espectadores, ni siquiera nos verán.
Mientras lo observaba podía notar como divagaba mi invitación en su cabeza, esperé unos minutos y no dijo nada, cansada de esperar una respuesta me recuesto y sigo con mi lectura, él seguía viendo la pequeña pareja, no mostraba ninguna emoción en su rostro. Terminé mi libro y se lo dí.
—¿De qué habla?
—Resumiendo diría que las consecuencias psicológicas y emocionales de tener unos padres de mierda.
—No es necesario usar ese lenguaje.
—Se me olvida que ustedes son tan "correctos". —dije haciendo las comillas con mis dedos.
El revoloteo sus ojos y negó sutilmente su cabeza desacreditando mi insulto hacía su especie.
Guardo el libro en una pequeña mochila que recién hasta ese momento había notado, se levantó y me ofreció su mano. "Vamos" dijo, no preguntaría a dónde porque sabía exactamente a qué se refería.
Tomé su mano y me ayudó a levantarme, guarde mis cosas y me llevo por un pequeño camino que no recordaba que estaba, hasta que note un pequeño marco dorado, estábamos caminando hasta el pequeño portal que llevaba al cielo, él cruzó y yo me quedé estática. El niño al parecer no procesa que no me pueden ver con él, me di la vuelta y busque el camino hacia las vías.
—¿A dónde vas? —corrió hacía mí.
—No puedo cruzar, lo haré desde mi portal, toma. —busqué algo con que anotar dentro de mi mochila, saqué un pequeño papel y anoté la dirección.
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Editado: 04.05.2021