Dragones y Brujos

capitulo 14 - la muerte del minotauro

—¡Noooo! ¿¡Por qué!? ¡¿Por qué!? —gritó Morel, completamente destrozado, su voz resonando en la caverna como un eco de su dolor.

Kamir, con un corazón pesado, se acercó y lo levantó entre sus brazos, intentando consolarlo.

—Vamos, Morel. El sacrificio de tu padre no debe ser en vano —dijo, con una firmeza que intentaba transmitir esperanza.

Ambos comenzaron a caminar, adentrándose en la oscuridad. Finalmente, llegaron a un estrecho pasaje, un hueco tan pequeño que apenas pudieron pasar.

—Con razón —murmuró Kamir, sintiendo el peso de la situación.

—¿Qué? —preguntó el niño, con la voz entrecortada por las lágrimas.

—Eres el primero que le agrada a Oreyet. Y eso es porque, gracias al sacrificio de tu madre, eres un alma muy pura.

—¿Y eso qué tiene que ver? —replicó el niño amargamente, su voz cargada de desconfianza.

—Oreyet no se acerca a los humanos, ya que, según él, apestan. Esto se debe a que muchos humanos llevan maldad en su interior, al igual que Oreyet, que está hecho de magia negra.

Las lágrimas del niño volvieron a caer, pero algo en sus ojos brilló con un atisbo de esperanza.

—Cuando lleguemos, iremos a salvar a papá con ayuda de Oreyet —dijo, y corrió por el túnel hacia adelante, la determinación renovada.

—Aquí termina —anunció Kamir, levantando algunas rocas y saliendo del túnel. Habían atravesado la montaña, alejándose de la batalla que aún resonaba en sus recuerdos.

—Hay que buscar a Oreyet —dijo Kamir, mirando a su alrededor, ansiosa.

—¡Sí!

—¡Haaa!

—¡Cállate! —exclamó Oreyet, emergiendo de lo que parecía ser un pantano apestoso, su cuerpo cubierto de lodo y suciedad.

—¡Qué cobarde! —dijo Kamir, con una sonrisa burlona.

—¿Cobarde yo? ¡Mira allá! —respondió Oreyet, señalando la cima de la montaña. Allí estaban Kimiri y Orefiyet, figuras que destacaban en el horizonte.

—¡Todos al pantano! —gritó Kamir, lanzándose al lodo apestoso.

—Con este aroma, mi hermano no nos reconocerá —dijo Oreyet, sumergiéndose de nuevo en el fétido líquido.

—¡Noooo! —gritó el niño—. ¡Hay que ir a salvar a papá!

—Niño, nosotros no tenemos oportunidad contra esos dos —dijo Kamir, su voz llena de preocupación.

—¿Entonces no haremos nada? —preguntó Morel, casi haciendo un berrinche.

Pero antes de que pudiera irse, Oreyet levantó su cola y le dio un golpe contundente. El niño cayó inconsciente, y Kamir lo arrastró dentro del pantano.

—Lo siento mucho, niño, pero tu padre no te salvó la vida para que la desperdiciaras así —pensó Kamir, sintiendo un profundo pesar.

Pasaron unas horas, y los ecos de la batalla comenzaron a desvanecerse. Kimiri y Orefiyet se marcharon antes; a él nunca le había gustado presenciar el campo después de la batalla, siempre tentado a sanar a los heridos con su magia. Solo quedaron algunos guardias que se encargaban de quemar los cadáveres.

Kamir, junto a Oreyet, que arrastraba al niño, salió del pantano y se limpió en una cascada cercana. Mientras lo hacía, comenzó a contarle todo a Oreyet.

—Eso es muy extraño —dijo Oreyet, su voz grave resonando en el aire.

—¿Qué? —preguntó Kamir, intrigada.

—Que un ser puro quiera a uno oscuro es muy extraño. Por eso debió haber nacido mal; esas uniones no traen buenos resultados.

—Pobre niño —suspiró Kamir, lavando el rostro de Morel, quien comenzó a despertar.

—¡Heee! —dijo el niño, confundido—. ¿Qué pasó?

—Ya terminó todo —respondió Kamir, intentando consolarlo.

—Vamos a ver, puede que aún siga vivo —dijo el niño, con un atisbo de esperanza en su voz.

Cuando llegaron, el horror del campo de batalla se desplegó ante ellos: miles de cadáveres y un silencio aterrador. Reur había ordenado matar a todos, incluso a los niños, de las formas más crueles. Algunos eran azotados hasta morir, mientras que otros eran quemados vivos con aceite hirviendo.

—¡Aquí está! —gritó el niño, tomando entre sus manos la cabeza de un minotauro agonizante.

—¡Sálvalo! ¡Por favor! —imploró el niño a Kamir, su voz llena de desesperación.

—Lo siento —dijo Kamir, avergonzada y decepcionada de sí misma—. No sé cómo...

—Está bien —respondió Tundre, con voz temblorosa—. Hay algo que aún debes saber.

—Tranquilo, papá —contestó el niño, sin comprender la gravedad de la situación.

—Hija del Draiger, por favor, cuídalo —continuó hablando el minotauro, su voz debilitándose—. No dejes que ningún minotauro se acerque a él, especialmente los minotauros del norte. Allí se encontraba nuestro líder, quien juró venganza hacia tu padre. Kamir, ten eso en cuenta.

—Gracias, lo haré —dijo Kamir, sintiendo la responsabilidad caer sobre sus hombros.

—Y tú, niño, eres mi gran tesoro. Aunque no me veas, tu madre y yo siempre estaremos contigo. Te amo, hijo... te amo...

La voz de Tundre se desvaneció, dejando un silencio abrumador en su lugar.

—¡Haaa! —el niño lloró inconsolablemente—. ¡También te amo, papá! —gritó una y otra vez, sus palabras resonando en el aire.

Oreyet se alejó junto con Kamir, el peso de la tristeza palpable entre ellos.

—Pobre Morel, cómo me gustaría ayudarlo —dijo Kamir, mirando al niño con compasión.

—¿En verdad no tienes sentimientos? —preguntó Kamir, sorprendida al ver la expresión impasible de Oreyet.

—¿Qué esperabas? No soy como los humanos —respondió Oreyet, su tono indiferente.

—Estoy contigo, Oreyet —dijo Kamir, observando el desastre sangriento de la batalla—.

—Mmmm —lo miró Oreyet—. ¿Segura? Llevamos más oportunidades de perder.

—Si alguien debe detener a ese monstruo, esta vez no me refiero a tu hermano, sino a Reur.

—Bien —contestó Oreyet—. Para matarlo, hay que eliminar primero a Orefiyet




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