—¿¿Qué pasó?? —dijo Kamir, despertando de su sueño. Miró a su alrededor, buscando al niño, pero no lo encontró. Se encontraba en una cabaña hecha de paja, y aún hacía mucho calor. En un rincón de esa cabaña, se podía sentir una presencia más, una sombra del pasado que ni ella conocía.
—¿Dónde estoy??? —preguntó Kamir, comenzando a exaltarse, como alguien que busca auxilio o tal vez algo perdido, con miedo de no volver a encontrarlo.
—Tranquila —se escuchó una voz—. Hija del Draiger. —La voz se hizo más clara cuando apareció su propietario, un hombre mayor, un completo ancestro.
—Mi nombre es Route, y sé sobre tu pasado, al menos un poco —dijo el hombre, con sabiduría.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué? —preguntó Kamir, confundida.
—Mis padres pertenecían al Imperio Draiger, donde gobernaba el gran Draicó Breri Draiger, tu padre.
Kamir se quedó con los ojos bien abiertos. No era solo porque conocía el nombre de su progenitor, sino por lo que significaban esas palabras.
—Sí, es algo extraño ese nombre —respondió el anciano—. Draicó Breri Draiger.
—"El de vida maldita" —respondieron ambos al mismo tiempo.
—Así es —dijo el anciano—. Si su vida fue así porque él lo escogió, o si fue así porque lo maldijeron desde que nació, nunca lo sabremos. Pero lo que sí sé es que era un gran rey; extraño, frío, ingenuo o tal vez, para algunos, demasiado bueno, que llegó a ser tonto. —El anciano se calló de repente y se postró a los pies de Kamir—. ¡Perdóname, majestad, por hablar así de su padre! No debí hacerlo. ¡¡¡Por favor, perdóname!!!
—No importa —respondió Kamir—. Nunca lo conocí y tampoco sé quién es como para juzgar que estás equivocado.
Entonces el anciano se levantó, preocupado.
—Majestad, estás en un gran peligro —dijo el hombre, con miedo en sus ojos—. Ellos vienen cada día. Logramos acabar con algunos guardias, pero estoy seguro de que vendrán otros. Debes irte.
—No, no me iré hasta que me cuentes qué pasó —respondió Kamir.
—Lo siento, majestad. Mis padres me pasaron esta información antes de que les cortaran la lengua. Verás, el clan se dividió en dos después de la invasión de los minotauros. Su líder, YenMintauri, nos acusaba de matar al rey, y por eso nos atacaba para cobrar justicia, pero decían que sus intenciones eran otras. No lo sé muy bien... —Todos se callaron cuando escucharon un ruido.
—¡Gran anciano! ¡Ya están empezando a hacer la supervisión! —dijo un hombre, entrando en la cabaña.
—Al final nuestro clan quedó en ruinas —continuó el anciano, relatando—. Todas nuestras esperanzas se acabaron cuando nos dijeron que una sirvienta había matado a los príncipes, a ustedes, y que la reina había desaparecido. Nadie sabía cómo ni dónde estaba, pero nunca la volvieron a ver. Cuando perdimos, nos echaron de nuestras tierras y quedamos a la deriva. Muchos líderes del clan estaban peleando. Había dos opciones: seguir buscando a la reina, porque ella, antes de desaparecer, estaba embarazada. Tenían la esperanza de que los herederos del gran Draiger estuvieran con vida.
—¿Y cuál era la otra opción? —preguntó Kamir.
—Era la de olvidar a Draiger para siempre, no contar su historia a las futuras generaciones y empezar de nuevo. Esa idea la dio el mismo Reur y así dividió al pueblo. Fueron varios los que aceptaron, pero no fue todo. Mientras buscábamos a la reina, nos enteramos de que la otra mitad del pueblo había sido engañada. Reur los encerró en una isla. Tratamos de apoyarlos, pero fuimos sorprendidos. Reur acorraló a nuestros ancestros y les cortó la lengua para que no pudiese transmitirse la historia del rey.
—La isla ya no existe —dijo Kamir—. Reur la destruyó.
Las lágrimas brotaron de los ojos del anciano.
—Que descansen nuestros hermanos.
—¿Qué pasó luego? —preguntó Kamir.
—Nos convertimos en un pueblo nómada. Reur trató de perseguirnos y encerrarnos, pero seguimos resistiendo. Fingimos serle leales, y eso casi nos cuesta nuestro tesoro más valioso.
—¿Cuál? —preguntó Kamir.
—Su padre nos dejó una de sus espadas negras, pero esta fue dividida a la mitad cuando el pueblo se dividió. Reur no sabe nada de eso. Esta espada es algo diferente, es única. Tenga, majestad —dijo el anciano, sacando de la paja la mitad de una espada muy extraña, de color negro, tan oscuro como una noche sin estrellas.
—Princesa, ahora es su deber cuidarla. Por favor, no se olvide de nosotros al final, pero ahora debo irme. Empezarán a supervisar todo el pueblo, y al ver lo que le pasó a esos guardias, pues... tal vez nos maten.
—¡Tengo que saber qué pasó después! Tienes que leerme esto, por favor —dijo Kamir, mostrándole el libro.
—Princesa, solo su hermano debe saberlo. Además, no sé leer, nadie del pueblo lo sabe. ¡¡Debo irme! ¡¡¡Por favor!!!
—¡Kamir! —se escuchó la voz del niño que entraba con cuidado a la cabaña.
—Morel, quédate aquí y en verdad lo siento —dijo el anciano, saliendo rápidamente de la cabaña.
—¿Qué pasó, Morel? —preguntó Kamir.
—Mi papá murió —dijo el niño, con lágrimas en los ojos—. El gran anciano me dijo que mi padre minotauro me dejó cuando era bebé en este pueblo y que mi papá me cuidó. —El niño terminó de hablar y rompió en llanto.
—¿Y qué te pasó a ti? —preguntó Kamir, dejando de llorar—. ¿Descubriste tu pasado?
—Hay tantas cosas que debo contarte, pequeño —dijo Kamir, con una expresión triste y algo esperanzada.
Mientras tanto, afuera de la supuesta cabaña, que en realidad era un hueco profundo en la tierra bien oculto, llamaban al gran anciano para hacer la supervisión de las casas y el conteo de personas. Pero eso no era solo lo que les esperaba a los pueblerinos, y ellos lo sabían. Sabían que ese día sería doloroso, pero aun así, en cada uno de ellos se veía una sonrisa de esperanza, con un destello de luz en sus ojos.