Dragones y Brujos

Capitulo 18 - mi compañero volador

Kamir miraba con preocupación, el peso de la incertidumbre aplastando su corazón.

—Espero que todo salga bien —susurró, mientras sus pensamientos se entrelazaban con la desesperación que la rodeaba.

Fuera de la choza, el rencoroso Reur se desataba como una tormenta, pateando al anciano del pueblo con una furia que había eclipsado toda calma en su ser.

—¡Sé que me estás mintiendo, anciano! —gritó Reur, sus ojos casi desbordando de desesperación y furia—. ¡Dime! ¿Dónde está?

El anciano, con la garganta destrozada, sintió que el tiempo se le escapaba. En un acto de desesperación, hizo lo que siempre había deseado: abrió su boca y lanzó un escupitajo directo a la cara de Reur, acompañado de una sonrisa siniestra que solo emitía un mensaje: **ya es tarde**.

Al ver esto, Reur tomó del cuello al anciano y lo arrojó al suelo con tal fuerza que su cabeza casi se desprendió de su cuerpo. Comenzó a golpearlo, arremetiendo con furia hasta que el cuerpo del anciano dejó de moverse. Pero aún así, continuó golpeando, intentando borrar esa sonrisa que lo desafiaba.

—¡Maldito! ¡¡Maldito!! —gritaba Reur, consumido por la ira—. ¡Matenlos! ¡¡¡Matenlos a todos!!!

Mientras tanto, en la penumbra de la choza, Kamir y Morel permanecían atrapados, hasta que Kamir comenzó a escuchar una voz en su cabeza. Era familiar, extrañamente amable.

—Kamir —dijo la voz de Oreyet—. Amo, afuera todo es un completo desastre.

—¿Oreyet? ¿Cómo puedes hablarme? ¿Por qué puedo escucharte? ¿Por qué me dijiste amo? ¿Por qué...?

—Siempre pude hacerlo, pero no quería formar una alianza cualquiera contigo —respondió Oreyet con una calma que nunca había usado—. Yo los distraeré. Reur está demasiado molesto como para pensar, pero al final se dará cuenta. Deben salir lo más rápido posible. Los encontraré en la playa.

—No es necesario. Encontré otro dragón, Leo. Él nos llevará; nos encontraremos en los Picos de Nieve —dijo Kamir.

—¡NO! —gritó Oreyet de improviso—. Es que... no... confío en él.

—Estaremos bien —replicó Kamir, confundida.

Mientras tanto, Oreyet abrió los ojos, desconectándose de Kamir. El Hizarry les ayudaba a conectarse entre amo y sirviente, pero a veces el orgullo del sirviente impedía que reconociera a su amo como su señor. Este era el caso de Kamir y Oreyet.

—Siempre consideré a Kamir inferior a mí, y sé que eso es cierto. Pero ella me salvó la vida una vez, y el que tenga a otro dragón aparte de mí significa que no le soy digno ni suficiente. En todo caso, es mi culpa —murmuró Oreyet, mirando al horizonte—. Ya veremos quién es el mejor para nuestra ama, pequeño dragón.

Apenas había terminado de hablar cuando, con gran determinación, Oreyet se lanzó al vacío. Con sus giros, el aire tranquilo se tornó en una tormenta, llamando la atención de todos.

—¡Miren a quién tenemos aquí! —exclamó Reur—. ¡Todos vengan! ¡Capturemoslo de una vez!

—Señor, ¿está seguro? —preguntó uno de sus subordinados.

—¡Sí! ¡Todos vamos! —respondió Reur, actuando antes de pensar, dejando pocos guardias.

Entonces, cuando se alejaron, Kamir y el niño salieron de su escondite, liberando a Leo, que ya estaba envuelto en cadenas, listo para convertirse en esclavo. Al igual que los otros dragones del ejército de Reur, tal vez le hubieran cortado las alas para convertirlo en una bestia de carga.

—Nunca dejaré que te hagan daño —prometió Kamir, con promesas que ni ella sabía cómo cumplir—. Listo, Leo, ahora tendrás un completo festín —dijo, señalando a los pocos guardias.

Leo los devoró uno a uno, y estos no pudieron hacer nada. Si bien intentaron, este dragón no era ni grande ni pequeño, sino mediano, casi la mitad de Oreyet, un poco menos de 15 metros de longitud. Con alas que, al extenderse, lo hacían parecer de treinta metros de envergadura. Su pelaje no era tan fino ni elegante como el de Oreyet; era tosco y maltratado por los años. En cuanto a su edad, se podría decir que era joven, mientras que Oreyet apenas había entrado en la madurez. Sin embargo, el tiempo de vida de ambos lo cambiaba todo; Oreyet viviría muchos años más que Leo, tal vez décadas o incluso milenios. No obstante, Oreyet siempre sería superior a él, como un rey ante sus ojos y ante su raza, por haber nacido supuestamente bendecido con el poder de hablar con los humanos, además de poder manipular la magia como un brujo.

Leo era un dragón ordinario y, por lo tanto, no podía hablar con los humanos como Oreyet, pero esto no afectaba su fidelidad hacia Kamir. Al curarlo, y no saber manejar bien su poder, ella le había transmitido parte de sus recuerdos y emociones, lo que había hecho que Leo se sintiera diferente, como un animal hambriento que sigue a una persona por comida. Leo la seguía por esos sentimientos que él era incapaz de sentir.

Cuando todo terminó, Kamir corrió hacia donde estaba el anciano, pero al intentar curarlo, ya era demasiado tarde. Estaba muerto.

—Nosotros lo enterraremos, princesa. Por favor, retírese; no deben tardar en volver —dijo una mujer, levantando a Kamir—. Huiremos a orillas de las cascadas; Reur no se atreve a entrar allí.

—¿Por qué? —preguntó Morel—. Dicen que ahí es donde murió el rey y que su alma está atrapada en esas ruinas.

—Nunca los olvidaré —respondió Kamir, observando al pueblo hecho cenizas y a los pueblerinos en desgracia, cargando a sus heridos.

—Volveré pronto —prometió Kamir, subiendo a lomos de Leo.

Mientras tanto, en la persecución, Reur estaba envuelto en furia y desesperación, pero todo era en vano.




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