Eran aproximadamente las seis de la tarde, y un hermoso ocaso se desplegaba en el cielo, mientras el sol se despedía con ansias de volver a salir. Sin embargo, Reur continuaba persiguiendo a Oreyet, una tarea que se tornaba inútil. Las alas del gigante formaban huracanes en el mar, y el sol, poco a poco, se desvanecía en el horizonte. La oscuridad comenzaba a envolverlos, y Oreyet, con sus escamas tan oscuras, se volvía casi invisible en la penumbra.
Reur se dio cuenta de que atraparlo, o tal vez herirlo mortalmente, era una opción muy poco probable. Aun así, mantenía la esperanza, una esperanza que solo era un sentimiento fugaz, alimentado por la ira y la frustración de no haber conseguido lo que casi tenía en la palma de su mano.
Con un plan en mente, Reur decidió acercarse desde arriba para sorprender a Oreyet, sin dejarle posibilidad de escape. Comenzó a ascender sin parar, pero el cansancio de su dragón pronto lo detuvo. Cuando estaba a punto de golpearlo para que continuara, desde aquellas alturas logró vislumbrar el lomo "vacío" de Oreyet.
—¿Kamir? ¡¿Dónde está Kamir?! —gritó, el silencio lo llevó a pensar y adivinar todo lo que había sucedido casi de inmediato. Kamir no estaba con Oreyet; por lo tanto, debía estar en el pueblo. Recordó que ella poseía la punta de la lanza negra que aquel anciano le había confiado. Apenas concluyó sus pensamientos, voló de inmediato hacia la isla, rogando encontrar lo que más preciaba. Pero ya era tarde; Kamir había huido junto con la misteriosa lanza, de la que él mismo no estaba seguro del poder que contenía.
La noche había caído, y Kamir y Morel ya habían llegado a la base de los Picos de Nieve.
—¿Kamir, estás bien? —preguntó el niño inocente, al notar la tristeza en su rostro.
—Lo siento —respondió Kamir, su voz temblorosa—. Me siento tan inútil. Se supone que soy una hechicera con gran poder y todo eso, una de las últimas. ¡Ay! No pude salvarlos; ellos prácticamente dieron su vida por mí. Soy la peor —terminó, hundiendo su rostro en la nieve. La impotencia y la decepción la consumían—. Soy la peor —repitió, tratando de ocultar su llanto en la fría blancura.
—Lo siento mucho, Kamir, pero no eres la peor. Mañana será un nuevo día, ya lo verás —dijo el niño, mientras un silencio invadía el gélido ambiente. Las montañas creaban un contexto helado como la muerte, un ambiente que ya no les asustaba; habían sufrido demasiado como para temer a lo que la mayoría temía.
Cuando la mañana finalmente amaneció, el frío glacial se desvaneció, y el ambiente cambió por completo. Ahora estaban entre las nubes, volando en el lomo de quien menos esperaban.
—¿Qué es esto? ¡¿Qué está pasando?! —exclamó Kamir, aterrorizada.
—Buenos días, amo —respondió Oreyet, con una amabilidad que dejó a Kamir atontada, mientras buscaba a Morel.
—¡Morel, despierta! —gritó Kamir, pero todo intento fue en vano; el niño estaba inconsciente.
—Tuve que hacerlo dormir; hacía un gran escándalo —respondió Oreyet.
—¿Y Leo? ¿Dónde está Leo? —preguntó Kamir, la preocupación llenando su voz.
—Mmmm... —Oreyet fingió no escucharla.
—El dragón que me acompañaba es de color rojizo —dijo Kamir, insistiendo.
—¡Ja! Ese dragóncito no dejaba que te recogiera del suelo, así que tuve que darle una lección.
—¡Oreyet! Él es un amigo.
—Debe respetar el orden; yo soy el primero a quien domesticastes —replicó Oreyet—. Y no te preocupes tanto, mi amo; está allá atrás.
Kamir miró hacia atrás y vio a Leo, totalmente herido.
—¡Haaa! ¡Leo! —gritó Kamir, saltando de Oreyet hacia su nuevo dragón. Pero Oreyet no permitiría que eso sucediera tan fácilmente. Con una de sus largas colas, atrapó a Kamir con facilidad, devolviéndola a su lomo.
—¿Qué estás haciendo? ¡¡¿¡Qué estás haciendo?!! —gritó Kamir, algo asustada.
—Estoy siendo el dragón que tanto querías, un fiel sirviente, para que su amo se sienta complacido —dijo Oreyet, con una malicia amable muy extraña. Normalmente, él era testarudo y propenso a la ira.
—No comprendo —respondió Kamir, confusa.
—Pronto lo harás —contestó Oreyet—. Creo que este cambio es necesario y digno del futuro y ¡¡único alfa!! —gritó con fervor.
—¿Qué planeas, Oreyet? —preguntó Kamir, inquieta.
—Ja, ja, ja... nada en especial —respondió Oreyet—. Aunque, incluso para mí, esto parece extraño. Debe ser peor para ti. Sabes que te odio por lo débil e inútil que eres.
Kamir guardó silencio ante tal comentario; en su interior sabía que era verdad.
—Yo... pues... —tartamudeó Kamir.
—Disculpe, mi amo —dijo Oreyet, de repente.
......
Un vacío incómodo invadió el ambiente tras aquella disculpa. Kamir quedó boquiabierta, y los pensamientos comenzaron a agolparse en su mente. ¿Una disculpa de verdad? Eso era imposible. ¿Esas palabras salieron del hocico de Oreyet? Él nunca se disculpaba, ni siquiera sabía el significado de tales palabras. Esto era imposible; no era él, no podía ser él. Era demasiada amabilidad para Oreyet.
Pero no solo los pensamientos de Kamir estaban desordenados; también los de Oreyet. ¿Qué se suponía que estaba haciendo? Todo sea por eliminarme de ese dragóncito y ser el único. Ya le di una muestra de mi poder; aunque debo reconocerlo, cuando lo vi, me hizo la reverencia como cualquier dragón. Pero cuando traté de alejar a Kamir de él, la protegió con todo. Jajaja, lo siento, pero yo soy y seré siempre más superior a ti.