—¿Quién te has creído, dragoncito? ¿Crees que puedes huir así como así? ¡¿Crees que puedes darme la espalda?! —gritó Reur, consumido por la furia.
—¿Y tú crees que eres capaz de vencerme? —respondió Oreyet, indignado por las palabras de su adversario—. El hecho de que hayas alcanzado un poco de magia no significa que estés a la altura de los grandes, ¡estúpido mortal! De no ser por la información que posees, te aniquilaría en este mismo instante. —Con un rugido que resonó en el aire, Oreyet se retiró sin mirar atrás.
Reur se consumía en la desesperación y la rabia.
—Verás, dragón, tendré tu poder y todo lo que un día iba a ser tuyo. Acabaré con los brujos y con cualquier criatura mágica de este mundo quebrado. Yo lo repararé, restauraré lo que Draicob rompió con su magia oscura, y seré el rey que debí haber sido.
Mientras tanto, Oreyet surcaba otro rincón del cielo, volando con aparente tranquilidad, aunque en su interior solo fingía.
—Esto es imposible... No puede ser. Esa magia que llevaba dentro era oscura, similar a la de un demonio. Pero tal magia mataría a cualquier humano. ¡Eso es! Debe ser un contenedor de demonios; la magia que contiene es oscura, pero su exterior es puro y brillante. Lo que sea que sea, tiene un parecido inquietante con Kamir.
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En un paisaje distante, Kamir, Leo y Morel se encontraban en un vuelo sin rumbo.
Pensamientos de Kamir:
Ya era la sexta vez que me daba vuelta, sin levantarme en absoluto. Hemos estado volando sin rumbo... Sin rumbo, como mi corazón. Estoy atrapada en una mente vacía y hueca. Al mirar, veo a las únicas personas que conocí, quienes se fueron por mi culpa. Allí está la única mujer a la que llamé madre, y al otro lado está él, y mi tortura es no saber por qué está allí.
Oreyet habría sabido qué hacer. No tengo más que pena y dudas. —¿Qué estoy haciendo? ¿Acaso he enloquecido? Yo... ¿amaba a Oreyet? No, no lo amaba, pero sí lo quería, lo quería tanto que temía que terminara en amor.
—¡Haaaa! Debo ser una tonta por preocuparme por esto.
—¡Kamir! —gritó Morel.
—¿Qué? ¿Qué sucede? —respondió Kamir, al ver que una manada de dragones carroñeros los seguía.
Leo trató de esquivarlos, pero eran demasiados. Con sus afiladas alas, comenzaron a atacar a Kamir y a Morel.
—¡Tote protego! —exclamó Kamir, envolviendo a Morel con su propia magia. Sin embargo, su mente volvió a entrar en trance, viendo un espejismo a lo lejos. Su vista se volvió borrosa—. ¿Qué...? ¿Qué me está pasando? Oreyet... ¿dónde estás? —Kamir comenzó a desvanecerse.
Como una tormenta de nubes azules, su magia finalmente funcionó, y él descendía del cielo, como si emergiera del mismo suelo.
—¡Oreyet! —con sus grandes alas, formó una tormenta, expulsando a los carroñeros. Kamir, al usar tal magia, cayó inconsciente del lomo de Leo, siendo rescatada por el menos esperado.
Apenas podía abrir los ojos, agotada, y en su mente solo resonaban los nombres de Morel, Leo y Oreyet.
—Oreyet —murmuró.
—Vaya cosas que hemos vivido, amo —dijo Oreyet, emergiendo de las sombras.
Una leve sonrisa se dibujó en el rostro de Kamir.
—Quizás era el destino el que debía separarnos, para así madurar. Bueno, ya no importa. Ahora solo quiero oír: ¿por qué me llamaste?
—Pues... —dijo Kamir, intentando encontrar una excusa, pero no había tal—. Solo diré que te extrañé, Oreyet.
Los ojos de Oreyet se abrieron como platos, incredulidad en su rostro ante una respuesta que no esperaba.
—Emmm, pues... —aclarándose la garganta—. Yo también. Un silencio incómodo se instaló entre ellos, pero no era tan incómodo; ambos se sentían felices de haber expresado finalmente sus sentimientos.
Kamir se sentó lentamente, y Oreyet la ayudó con su cola.
—Yo quería darte esto —dijo Oreyet, sacando de su boca una flor resplandeciente y colocándosela en la cabeza.
—Oh, Oreyet, es hermosa. Gracias —respondió Kamir, envolviendo sus brazos alrededor del hocico de Oreyet y dándole un tierno beso, algo que hizo erizar las púas de Oreyet, quien se apartó de inmediato.
—¡Kamir! Mmm, no debemos tomarnos tales libertades —dijo Oreyet, sintiendo su pecho arder como si estuviera a punto de escupir fuego, aunque no era eso, sino un sentimiento más apasionado que lo envolvía.
—Jejeje —rió Kamir, ruborizada—. Lo siento.
—Mmm, ya no importa. Hay algo más importante de qué hablar, pero primero descansa.
—Está bien —respondió Kamir con voz tenue—. Me alegra que estés aquí. Ven.
—No —dijo Oreyet.
—¿Por qué?
—Solo me quedaré aquí parado, pero no estaré a tu lado.
—Bien, pero no te vayas —dijo Kamir, sonriendo, algo que también alegró a Oreyet.
Algo más había nacido entre ellos.