Era casi mediodía en el sombrío reino de Reur, donde los vientos aullaban como almas en pena y traían consigo enormes nubes grises, surcadas por relámpagos aterradores que iluminaban el cielo en un espectáculo de terror. Ningún soldado se atrevía a adentrarse en la campaña de Reur; el aire era pesado, impregnado de una fragancia gélida que embriagaba los sentidos. Era como flotar en un mar congelado, donde el hielo ardía con un frío que penetraba hasta lo más profundo de la mirada. A medida que uno se acercaba a la morada de Reur, las náuseas se apoderaban de ellos, convirtiendo el aire en un veneno que forzaba a muchos a expulsar el vómito. La vida que una vez prosperó en esos campos ahora yacía marchita, consumida por una tela oscura que lo envolvía todo, una manifestación palpable de la maldad que había sido tejida con magia negra, una herencia de antiguos ancestros.
Reur, con voz quebrada, murmuró:
—Ya es mediodía...
Recobrando lentamente el aliento, se levantó y se miró en un balde de agua. Su reflejo era espantoso; sus ojos parecían dos gotas de agua teñidas de sangre, y líneas negras surcaban su rostro como raíces de una planta marchita, donde la semilla era su propio corazón. Cubriéndose con las sábanas, trató de ahogar el dolor que lo consumía. Lo único que le ofrecía consuelo eran esas horribles drogas, un alivio asqueroso.
—Aquí está, señor, lo que pidió —dijo un soldado, intentando contener el vómito mientras se tapaba la nariz con la otra mano. Reur lo miró con intensidad, haciendo que el soldado agachara la cabeza.
—¡Mírame! —gritó, su voz resonando en la penumbra—. ¡MÍRAME! —volvió a exigir, su furia desbordando. —¿Dónde está Kimiri?
El soldado intentó hablar, pero Reur apenas notó que la tela negra que lo cubría comenzaba a ahorcarlo. El hombre se retorció en el suelo, y Reur, sin pronunciar palabra, observó cómo el mismo suelo comenzaba a despedazarlo. Volteó el rostro por el asco y tomó del suelo los papiros que habían traído. Fue entonces cuando encontró lo que había sospechado, lo que sus ancestros ya habían descubierto, pero aún así necesitaba comprobarlo.
### PRIMER ROLLO: Portadores de Magia Oscura
La maldad de la magia negra había sido algo común hace siglos, cuando algunos humanos se aventuraban a ser brujos, seducidos por el poder que ofrecía. Los demonios, astutos y voraces, aprovechaban esta ambición, prometiendo poder a aquellos que deseaban liberarse de los tormentos de la magia oscura. Así, muchos eran engañados, atados para siempre a un tormento infernal.
Cuando un humano era poseído por un demonio, perdía su esencia. Un alma por un alma, era el precio que se pagaba al utilizar magia negra. El mortal debía renunciar a su humanidad, unirse a un demonio que le otorgaría poder y magia, pero también lo llenaría de tormentos insidiosos. Con el tiempo, el demonio se apoderaba del cuerpo de su portador, llenándolo de enfermedades desconocidas y dolores insoportables, visitándolo de vez en cuando, llevándolo al borde de la locura, hasta que el mismo portador renunciara a su cuerpo.
### SEGUNDO ROLLO: Semiportadores de Magia Oscura
Los semiportadores eran criaturas raras. Un demonio podía engañar a un humano con facilidad, pero también un humano podía engañar a un demonio. A los demonios les gustaba atrapar a los humanos mediante juegos tramposos, pero había formas de derrotarlos en su propio juego. El demonio conectaba con el humano en momentos de debilidad: tristeza, amargura, furia y odio. La mejor manera de evitarlo era nunca hacer conexión, aunque esto resultaba casi imposible.
Otra forma era engañarlo con el tiempo. Un demonio solo podía observar la vida de su portador en esos momentos de flaqueza, y después permanecía dormido. En ese momento, el portador debía conseguir un sellador de magia oscura. Cuando el demonio estaba sellado, tanto su presencia en esta tierra como la vida de su portador se desvanecerían, quedando solo el sellador, maldito para siempre.
El mortal que poseyera el sellador obtendría una gran cantidad de magia, aunque no sería permanente, ya que esa arma servía para expulsar el espíritu maldito del demonio, llevándose consigo el alma de su portador. La inocencia de los humanos al nacer era lo único bueno que poseían, y la maldad que llevaban al morir era lo más horrible. Entre estos períodos se resumía la vida, pero el alma era lo único intacto que quedaba en el cuerpo mortal. Por eso, el sellador se llevaría consigo el alma, unidas en su destino, tanto demonio como portador desaparecerían.
Aunque el demonio ya no estuviera en el sellador, si un mortal deseaba su poder, este absorbería su alma, pues esa era su naturaleza: sellar. Así, cuanto más magia tuviera en su cuerpo, más requería para vivir, necesitando cada vez más poder para impedir que el sellador absorbiera el alma.
### TERCER ROLLO: Selladores de Magia
Para controlar...
—¿Pero qué...? —exclamó Reur, observando que gran parte de los rollos estaban arrancados y algunos quemados, las escrituras apenas legibles.
—¡No, no, no! —gritó, consternado—. ¡No puede ser! Ahora, ¿qué haré? Si no consigo más magia, moriré antes de terminarlo todo.
—No, no puedo fallar. No fallaré a mis ancestros; ellos pusieron su confianza en mí. No puedo fallar, y no lo haré —se dijo a sí mismo, tratando de encontrar calma. La única imagen que se le vino a la mente fue la de Kamir, esa odiosa bruja que tenía las respuestas justo en sus manos.
—Si tan solo tuviera ese maldito diario...
Y así, en la penumbra de su morada, Reur se encontró atrapado entre la desesperación y la determinación, un hombre que luchaba contra las sombras de su propio destino, mientras el eco de su pasado resonaba en su corazón.