Dragones y Brujos

Capítulo 31 - una visita inesperada

—La vida sí que es cruel —murmuró Kamir, observando con desdén a un grupo de humanos que golpeaban a un niño desprotegido.

—Malditos pedazos de basura —respondió Oreyet, su voz impregnada de odio—. Cuánto los odio. Se verían mejor muertos; ni siquiera saben a qué saben. Por eso los quemé primero, y si es posible, les arrancaré los ojos. Comerlos juntos es asqueroso.

—Oh, qué bien... La verdad, solo me comí uno hasta ahora, y fue por error.

—¿Solo si lo probaste?

—¡Sí! Y fue porque me dijiste que era carne.

—Por favor, Kamir, era obvio.

—¿¡Qué!? ¡¿Qué era obvio?!

—Sus huesos eran de un humano.

—Ni siquiera me dijiste la cantidad cuando lo probé. Sabía a carne cualquiera —terminó Kamir, y un tremendo silencio se instaló entre ellos. Ya casi habían logrado comunicarse como si fueran amigos, pero aún no lo eran del todo.

El sol comenzaba a caer, y el helado abrazo de la noche los envolvía, marcando el momento de buscar refugio.

—¡Morel! —gritó Kamir, y el niño apareció, cargando a la única oveja que poseía.

—¿Qué sucede? —preguntó el niño, con ojos somnolientos.

—Debemos encontrar refugio —dijo Kamir, subiendo a Oreyet y alzando a Morel con la otra mano, colocándolo detrás de él.

Frente a ellos, se alzaban imponentes montañas que mostraban su esplendor, pero no todas eran bienvenidas. Algunas estaban compuestas de enormes picos, adornadas con grandes rascacielos y marcadas por innumerables señales de muerte.

—¿Dónde encontraremos refugio? —preguntó Kamir, preocupada.

La noche ya había caído, y no había otra estrella en el cielo.

—Odio hacer esto —dijo Oreyet—. No me gusta volar sin rumbo, además, es difícil... y no creo que el dragoncito pueda soportar —miró hacia atrás.

Allí estaba Leo, agotado, con sus alas pareciendo dos frágiles pedazos de papel, temblorosas y débiles.

Mira hacia ellos y comienza a pedir auxilio, lanzando chillidos desesperados hacia Kamir.

—Mmm, deberíamos bajar —dijo Kamir, pero una expresión helada y horrible se formó en su rostro, casi petrificada.

—¿Qué suce...? —intentó hablar Morel, pero una de las colas de Oreyet lo silenció. Este comenzó a mirar hacia abajo y allí se encontró con lo menos esperado.

Eran Orefiyet y Kimiri, profundamente dormidos. Kimiri descansaba sobre Orefiyet, quien, a pesar de volar, se mantenía en equilibrio, inclinándose hacia adelante.

Oreyet trató de alejarse volando aún más alto, pero el chillido de Leo seguía resonando, poniendo nerviosos a todos.

—¡Shuuuu! —le dijo Kamir, sus dedos temblando y su rostro empapado en sudor, intentando callarlo. Pero para Leo, ese ruido parecía ser un impulso.

De pronto, Kimiri comenzó a dar vueltas sobre Oreyet, y lo inevitable ocurrió: uno de sus ojos se abrió, revelando un iris rojo y brillante que rápidamente se dirigió hacia arriba.

Ya los había atrapado.

—Vaya, vaya —dijo Kimiri—. Qué visita tan inesperada —terminó, y con un movimiento ágil, jaló el puñal que llevaba Orefiyet en la cabeza, despertándolo.

Oreyet se preparó para atacar, buscando a su amo, pero lo único que vio fue a Kamir, tranquila y temblorosa.

—No puede ser —dijo Oreyet, y de inmediato comenzó a calentar su pecho, arrojando una gran cantidad de fuego, algo para distraer y huir.

Sin embargo, olvidó quién era Kimiri. Este, a su vez, creó una daga y selló el fuego de Oreyet, girándola en su brazo.

—Eso es todo, hermanito —dijo Orefiyet, burlón.

—¡¡¡SUFICIENTE!!! —ordenó Kimiri, y Orefiyet obedeció.

—No vine a pelear, sino a hablar, y solo contigo, Kamir.

Kamir no podía creerlo. Se quedó con la boca abierta y, tras un rato, pudo analizar la situación.

—Mmm, no, no tengo nada que hablar contigo.

Kimiri, no acostumbrado a la negativa, respondió de manera fatal.

—Toda persona habla cuando sufre —dijo Kimiri, amenazante.

—¡Hermano, por favor! —suplicó Kamir—. Conozco tu dolor...

—¡Claro que no! Uno no puede decir a otro que siente su mismo dolor si no lo ha vivido en carne propia. —Sus ojos brillaban intensamente mientras observaba a Leo—.

—Por favor, no —dijo Kamir.

—Una vida por un gran poder. Dame el sellador de magia oscura o el dragoncito morirá.

—¿De qué hablamos?

—Claro que sabes, bastarda. Visité a unos amigos tuyos y ellos me lo dijeron todo.

—Nunca te lo daremos. Si quieres, lo mataremos —dijo Oreyet.

—Lo mataré, pero luego seguirá él —señalando a Morel—, y luego tú —señalando a Oreyet—, y luego...

—De acuerdo —dijo Kamir, sacando de su interior el sellador.

—Mmm, ja —soltó una carcajada Kimiri, y cuando ya tenía el sellador en sus manos, volvió a mirar a Leo—. Qué tonta —dijo con una sonrisa despiadada.

De su cuerpo salió la daga que contenía el fuego de Oreyet, y esta se clavó directamente en el cuello de Leo. Desde dentro, se expulsó todo lo que retenía, provocando un inmenso dolor en él, haciendo que su cuello reventara, y su cabeza explotara, empapando a todos a su alrededor.




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