Kamir:
Los ojos de Leo me miran, el fuego lo consume. Sus ojos se cristalizan mientras observo cómo su carne se desprende de sus huesos. En su mirada se refleja una mezcla de temor y dolor, y en mi interior escucho una voz delicada y tenue que clama:
—¡Sálvame! ¡Amo! ¡Por favor!
El corazón se me rompe al ver cómo su cuello explota, y mi mente se inunda de recuerdos de Leo: cómo nos conocimos, cómo me salvó más de una vez. Recordaré por siempre esos ojos café rojizos, que a veces me miraban con ansias de matarme y otras solo deseaban abrazarme. Eran ojos llenos de esperanza al verme, una esperanza que nunca llegaré a comprender.
Una parte de él llega hasta mí, y su sangre salpica mi rostro, empapándome por completo. Me agacho, tomo un trozo de él, pero se deshace al tocarlo. Su sangre me resbala por el brazo, y de su carne solo queda una escama roja envuelta en sangre. Mis lágrimas caen sobre él, y con eso comienzo a limpiarlo. Lentamente, la guardo entre mis ropas; siempre estará ahí, al lado del diario de mi padre y de la flor de Oreyet.
Intento parar de llorar, pero no puedo.
Observo a Oreyet. Él no muestra ni una sola mueca de debilidad ni temor. Ojalá fuera tan fuerte como él.
—¡Jajajaja! —escucho la risa despiadada de Kimiri—. Al fin dejó de estorbar ese patético pedazo de carne.
Comienzo a sentir cómo todo mi cuerpo se llena de furia, y la tristeza desaparece.
—Veo cómo cambiaste —dice Kimiri burlón—. Pero ahora todo termina. Ya no verás otro día más de luz, querida bastarda…
Se vuelve confiado y soberbio. Ahora es mi oportunidad.
—Es ahora o nunca —digo lentamente, tomando el Hyzarry. Intento comunicarme tal y como me enseñó Oreyet.
—Oreyet... Oreyet... Oreyet... ¿me escuchas?
—Sí, te escucho —responde Oreyet, notándose su molestia.
—Debemos atacar.
—¿Atacar? ¡Vaya, eso sí es lo que quería escuchar! —dice, contento.
—Lánzame hacia Kimiri. Lo alejaré de Orefiyet, y tú podrás acabar con tu hermano de una vez por todas.
—Bien —dice con una satisfacción incomprensible.
—Entonces, Kamir, aquí se acaba todo. Te quitaré ese poder que debió haber sido mío desde el comienzo.
—Bien, hermano, ahora es mi turno —digo, y Oreyet se levanta tan alto que queda por encima de Orefiyet, casi erguido. Con una de sus colas, toma a Morel y luego a mí, y tan rápido como podemos, me lanza hacia Kimiri. Orefiyet también se alza para atrapar a Oreyet, y así logro pasar por debajo de él, llegando hasta Kimiri por su espalda. Lo agarro con todas mis fuerzas. Él intenta aferrarse a Orefiyet, pero es inútil.
Ambos estamos cayendo. Él trata de alejarme, pero sin que se lo espere, lo abrazo con fuerza. Siento cómo mi alma se estremece al sentir la suya. Una lágrima se me escapa, manchando mi rostro de sangre. Me acerco a su oído para decirle todo lo que siento por él.
—Siempre quise conocerte. Eras la familia que nunca tuve. El día que te vi por primera vez, creí que ambos correríamos y nos daríamos un fuerte abrazo, pero… —mis labios comienzan a temblar—. ¿Tenías que quitarme lo que más amaba?
Sin decir más, él se voltea y toma mis manos.
—Yo lo perdí todo. ¿Por qué tú no? —veo su rostro pálido, agraciado, sin ningún rasgo de emoción. Se nota que ha pasado por mucho, y aunque es extraño, tengo ganas de darle un beso. Tal vez sea por su rostro. Llego a sentir su respiración, y aunque podría matarme…
Sin que lo espere, él me empuja con una onda de viento hacia el otro lado, haciendo que ambos caigamos al mar.
Por un momento, mientras caemos, observamos nuestros rostros a la luz de un hermoso atardecer. Me imagino que este es el único rasgo de amor de este hombre; tanto dolor lo ha hecho inmune a ese sentimiento.
Ambos caemos al mar. No sé cuánto tiempo ha transcurrido, pero ya estoy en la orilla, y para mi sorpresa, Kimiri está justo al frente.
Las olas chocan contra estas frías rocas. El cielo se ilumina con la pelea de Oreyet y Orefiyet. Mi cuerpo está empapado y lleno de arena, pero poco me importa. Nos echamos una fría mirada, los dos observando el rostro de quien pudo habernos hecho felices. Es como si dijéramos: "Pude haberte querido".
—Ojalá pudiera cambiar tu pasado —digo, reconfortada—. Pero aquí termina todo. Ahora será mi cuchillo el que atraviese esa garganta —lo apunto con mi lanza.
—No si te mato antes —contesta con una sonrisa siniestra—. Por ti lo perdí todo. Por ti "él" lo dio todo; prefirió salvarte a ti, aunque eso le costó sacrificarme a mí. —Mira al cielo, y siento como si llorara.
Nos damos una última mirada, y sin decir más, ambos saltamos, apuntando el cuchillo uno al otro, ambos con intenciones de solo asesinar.
—"Aquí mueres tú o muero yo".