KAMIR:
—¿Padre? —esa palabra resonaba extraña en mi vida, como un eco distante de algo que nunca llegué a conocer.
—¡No comprendo! —exclamé, mi voz llena de confusión—. ¡Lo que dices no tiene sentido!
—¡Cállate! —gritó Kimiri, su furia palpable—. ¡Bastarda!
—¿Por qué? ¡¿Por qué?! —su voz se elevó, llena de desesperación—. ¡No comprendo por qué padre decidió salvarte!
¿Acaso me estaba culpando por su muerte?
—Yo era solo un niño cuando él murió —respondió Kimiri, su voz temblando con la carga del recuerdo—. Solo logré escuchar que lo hizo por sus hijos. Todo estaba bien hasta que supimos de tu existencia. Desde entonces, él ya no pasaba tiempo conmigo. Siempre estuve solo, me abandonó cuando naciste, y después de tanto tiempo, se fue y ya.
—¡Jajajaja! —una risa amarga se escapó de mis labios—. El insensato murió sin dejar un legado, ni un maldito legado. No dejo nada para mí, que era su primogénito, ¡nada! Solo me llenó de ideas tontas sobre su compasión e igualdad hacia los humanos. Más que un brujo, se sentía un humano.
—Mmmm, creo que la indiferencia hacia nuestro padre es lo único que tenemos en común —dije, burlona, disfrutando de su frustración.
—No te atrevas a compararme contigo —replicó, suspirando mientras intentaba calmar su furia—. Es verdad que a nuestro padre nadie lo comprendía, ni siquiera yo. Aunque eso ya es de poca importancia, ¿verdad? Ya esta muerto —se quedó en silencio después de pronunciar estas palabras, como si el peso de su dolor aún lo atara.
—Oye, tengo una oferta que no podrás rechazar —dije, rompiendo el silencio que se había instalado entre nosotros.
Oreyet me miró, ya sabía en lo que estaba pensando. En lugar de huir de Kimiri, tal vez podría usarlo a mi favor.
Kimiri observó detenidamente a Orefiyet, como si le consultara algo en silencio.
—¿Qué propones? —preguntó, su voz llena de curiosidad.
—Quiero que nuestras peleas sean separadas —respondí, con una chispa de astucia en mis ojos.