A Kimiri ya no le quedaba tiempo para reflexionar; debía tomar una decisión definitiva. El plan había sido trazado, pero las palabras de Orefiyet lo sumían en una indecisión aún más profunda.
Por otro lado, Orefiyet se mantenía firme en su resolución, consciente de que aquel podría ser su último día. Sabía que Kimiri era demasiado obstinado para escuchar su consejo.
Mientras tanto, uno de los hombres de Reur había contemplado la escena desde las alturas y, apresurándose, corrió a informar a sus compañeros sobre lo sucedido.
—¡El príncipe ha vuelto! ¡Ha vuelto! Pero tristes noticias trae su llegada, pues la bruja bastarda de su hermana trae consigo su cuerpo sin vida —anunció con voz temblorosa.
—¡Hermano! ¿Escuchaste? ¡Kimiri está muerto! —exclamó Grou, con el corazón en un puño.
—Eso es imposible, a menos que... Kamir finalmente haya despertado su poder y haya eliminado a Kimiri de una vez por todas. Aunque... me resulta extraño. No importa, de todos modos, Kimiri ya no me sirve. Dudo que Kamir haya logrado arrebatarle su poder de existencia. Debemos recuperar su cuerpo. Aun así, necesito la otra mitad del sellador; solo al absorberlo mi cuerpo se convertirá en un receptáculo de magia negra, y entonces... ¡ja, ja, ja!
—¿Estás seguro, hermano? —preguntó Grou, preocupado—. No pareces tú mismo. ¿No será que te encuentras en un estado de éxtasis? Escuché que la magia te hace sentir una felicidad extrema, como si todo miedo se desvaneciera, y por eso...
—¡¿Qué?! —gritó Reur, espantando a todos. Su forma física había cambiado; estaba en los huesos, su piel parecía derretirse, y sus ojos se habían perdido, dejando escapar una niebla oscura y fría.
—Estás cada vez peor —dijo Grou, tomando uno de sus brazos para apoyarlo—. Debes parar.
—¡No! ¡No puedo! —respondió Reur, empujando a Grou—. Necesito esa magia, y solo así podré matarlos. Solo así tendré todo ese poder. No me importa cuántas vidas cueste; acabaré con el linaje Draiger.
La noticia se había propagado por todo su ejército. Cada hombre estaba listo para la batalla, alineándose para la guerra. A nadie parecía importarle tal suceso; no temían que su supuesta "única" magia estuviera ya derrotada.
Desde el vasto pastizal, Reur avanzaba, consumiendo todo lo verde con cada paso que daba, aunque se notaba muy debilitado.
—Querida hija del Draiger, ¿a qué has venido? —inquirió, con una voz que resonaba en el aire.
Kamir lo miraba con sorpresa, pues ante él colgaba el cuerpo de Kimiri, sostenido por las garras de Oreyet, mientras Orefiyet yacía encadenado tras ellos.
—¿Acaso no lo ves? Te traigo aquí el cuerpo de mi hermano y a su dragón bajo mi poder —respondió Kamir, intentando fingir seguridad.
—¡Vaya! —lamentó Reur, con un tono que parecía desgarrar su alma—. En verdad me duele hasta el corazón. Podrías dejar de afligir mi corazón devolviéndome el cuerpo de mi niño querido.
Kamir no podía creer lo que escuchaba y comenzó a temblar, sintiendo que su apuesta se desmoronaba.
Oreyet, también nervioso, dejó caer el cuerpo de Kimiri al suelo.
Reur, con calma, se acercó al cuerpo de Kimiri. En un instante, una magia oscura brotó de él, y con un leve movimiento, lanzó hacia Kamir una magia en forma de cuchilla que le rozó el rostro, con la intención de alejarla. Una sola herida fue suficiente para Reur.
—Oh, mi niño; no te preocupes, pues yo te vengaré —dijo Reur, tomando la cabeza de Kimiri. Apenas había terminado de hablar y, con su niebla, cubrió su cuerpo, absorbiendo hasta la última esencia de su niño. No le interesaba el cómo o el dónde había muerto; solo el poder era lo que deseaba. Pero, para su sorpresa, Kimiri abrió los ojos y se levantó del suelo con toda normalidad.
—Por un momento dudé de tus verdaderas intenciones, pero ahora veo que estás siendo manipulado por esa magia oscura —dijo Kimiri, aliviado.
—Yo... he... sí, me siento aturdido por este poder. Disculpa, Kimiri; busqué la forma de obtener magia para poder ayudarte —admitió Reur, con un cinismo único.
—Descuida —respondió Kimiri, alejándose hacia Kamir—. Ahora, querida hermanita, creo que has perdido —dijo, sacando una gran cantidad de magia para eliminarla de una vez por todas.
Pero...
—¡¿Qué pasó?! —murmuraron los guerreros del ejército—. ¡El poder del príncipe ha desaparecido! ¿Cómo? ¿Qué...?
—¡Es imposible! —exclamó Kimiri, intentando lanzar su poder, pero era inútil. Cada vez que lo intentaba, se desvanecía aún más, hasta quedar en la nada. Había perdido su poder; sus ojos se apagaban, cambiando de rojo a un marrón apagado. Su piel, antes pálida, cobraba vida, y finalmente, se reveló un Kimiri humano, tan normal como cualquier otro.
—¿Pero qué...? —dijo Reur, indignado.
—¿Me engañaste? —gritó Kimiri a Kamir.
Pero en ella y en Oreyet solo había una gran y tonta sonrisa.
—¡Contéstame, bastarda!
—¿Yo? Pero si fueron tus propias condiciones las que te condenaron —respondió Kamir, con una alegría y confianza que le eran propias.
—¿De qué hablas? ¡Yo dije que Reur estaba poseído!
—¡Ja, ja, ja! Pues define "poseído" —se burló Kamir.
—¡Él no te atacó!
—¡Sí lo hizo! —replicó Kamir, girándose para mostrar su rostro herido.
—¡Todo! —exclamó Kimiri, cayendo hacia atrás en shock.
—¡Todo fue cumplido! —respondió Kamir, con las cartas a su favor, dejando a todos en un silencio asombrado ante el giro inesperado de los acontecimientos.