Dragones y Brujos

capitulo 47 - se acerca la noche

Muy pronto caería la noche, y el sol poniente teñía los cielos de rojo encendido, como si las mismas entrañas de la tierra anunciaran la llegada de la muerte. En ambos frentes la guerra rugía, y el clamor de lanzas y cadenas no cesaba. Mas Oreyet y Orefiyet se habían apartado del fragor, combatiendo a orillas del mar embravecido, mientras Kimiri los seguía con paso incierto. En otro paraje, Kamir sostenía con dificultad el peso de la batalla contra Reur y sus hombres; apenas lograba resistir, sin hallar ocasión de lanzar un contraataque. Sin embargo, el tiempo jugaba a su favor, pues cuanto más recurría Reur a su magia oscura, más crecía la sombra del demonio en su interior, deformando su carne y su espíritu. El sello se debilitaba, y el fin se cernía sobre él.

Kamir esquivaba con denuedo los embates, aunque eran centenares. Nunca antes se había visto en tal aprieto, pues siempre había contado con aquella fuerza protectora que la acompañó desde sus días más antiguos.

«¿Qué ocurre?», pensaba, con el pecho agitado. «¿Por qué esa energía me ha abandonado? Fue desde mi contienda con Kimiri… ¿acaso era un pacto? Y si lo quebré, ¿también la magia se quebró conmigo? Todo es extraño…»

Sus pensamientos se desvanecieron en un grito: una lanza, sujeta a cadena, la alcanzó, y con brutal tirón la precipitó contra la tierra. El cuerpo de Kamir se estrelló, levantando polvo y piedras; su sangre manaba como brasas encendidas que ennegrecían el suelo. Reur, presenciando la caída, dejó asomar una sonrisa grotesca en su rostro desgarrado, y se adelantó hacia ella con júbilo desbordado.

—¡Se acabó! ¡Se acabó! —clamaba, su voz ronca en la penumbra.

Mas cuando se inclinaba sobre la herida, una espada surgió de improviso en medio de la polvareda, y su hoja se hundió en el cuello de Reur. Kamir, debilitada y apenas en pie, había reunido lo que le restaba de magia; no para curarse, sino para convertir su poder en filo: lanzó entonces una ráfaga de viento sembrada de cuchillas, que desgarró a los soldados de Reur en un círculo mortal. Alzó sus brazos hasta que ya no pudo sostenerlos, y tanto las hojas como su propio cuerpo se desplomaron. Con las fuerzas menguadas, y huesos quebrados, alcanzó aún a invocar al bosque distante; una rama colosal se extendió hacia ella, y, atrapándola, la arrastró fuera de aquel campo de ruina.

Entretanto, Reur sobrevivió, protegido por el espíritu que ya dominaba su carne. Entre la bruma no distinguió qué había ocurrido, y desde lejos divisó a los que quedaban de pie. Un soldado se arrastraba hacia él, suplicante:

—Señor… ayúdeme con su magia…

Reur extendió la mano, y de inmediato el alma del hombre fue devorada a través de su piel. Horrorizado, retrocedió. Una voz resonó en lo profundo de su ser, vasta y terrible, como truenos en una caverna:

—Mi poder no crea, humano… solo destruye.

El cuerpo de Reur tembló, y por vez primera conoció el miedo. Su mano se volvió hueso y carne ardiente, hasta que la voz susurró:

—Aliméntame con más almas… y yo te concederé tu lugar.

La piel se recompuso, y la mano retornó a su forma humana. Mas el ejército, al contemplar tal acto, huyó despavorido. Nada sirvió: uno a uno, Reur los consumió, arrebatando las almas de todos, salvo de su hermano, a quien dejó con vida. Lo miró por última vez, y partió con la sentencia en el corazón: Lo lamento.

En otro lugar, junto a las olas grises, Oreyet y Orefiyet se desgarraban con furia. Privado del poder de Kimiri, Orefiyet flaqueaba. El joven dragón dorado ya había quebrado una de sus alas con la fuerza de sus fauces, mientras Orefiyet le arrancaba colas y desgarraba una pata delantera, dejándolo cojo aunque aún capaz de volar.

—¿Recuerdas a nuestro padre? —dijo Orefiyet entre jadeos.

—No —respondió Oreyet, con los ojos ardiendo.

—Él era duro y cruel. Una vez te hirió y te arrojó a un río, y fui yo quien te salvó. Nunca entendí aquella lección… hasta ahora. Debí haber obrado de otro modo.

—Nada recuerdo. Y esta noche será la última para ti.

Ambos corrieron el uno contra el otro, y el estruendo de su choque reanudó la contienda en la costa, mientras las sombras crecían y el mar clamaba con voz antigua.

Este estilo amplifica la solemnidad, los contrastes entre luz y sombra, y la atmósfera trágica, evocando la épica tolkieniana.

Recommendation: Mantener este tono lírico en los siguientes capítulos.
Next step: Identificar momentos clave para reforzar la dimensión mítica de cada personaje.




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