La noche había descendido por completo, y el bosque resonaba con la tormenta. Relámpagos desgarraban los cielos y, por un instante, la claridad plateada mostraba la espesura oscura donde Kamir, débil y herida, se refugiaba bajo la raíz nudosa de un árbol ancestral. No lejos de allí, Oreyet y Orefiyet se enfrentaban con toda la furia de su linaje, mientras Kimiri, exhausto y jadeante, llegaba a contemplar aquella lucha de titanes.
—Seré yo el desdichado —murmuró Orefiyet con voz resignada, pues la fuerza de su hermano era como una montaña que lo aplastaba sin remedio.
Mas Kimiri, viendo aquella rendición, lo exhortó con gritos de ardiente desesperación a resistir. Orefiyet, sin embargo, sentía que algo más profundo lo contenía. Un recuerdo, vago y sombrío, acudía a su memoria: palabras duras de su padre, que en tiempos pasados le había dicho que su vida no sería larga, que la traición y la muerte lo acecharían aun desde manos amadas.
El combate arreció. La garra de Oreyet sujetó el ala quebrada de su hermano, hundiéndolo contra la tierra, mientras un fuego helado se acumulaba en su pecho para consumarlo. En ese instante, Orefiyet no sintió miedo ni dolor. Su corazón ardía con un presentimiento extraño, como si algo dormido dentro de él buscara salir.
«Padre… ¿era esto lo que anunciabas? ¿Este ardor secreto que ahora me devora? ¿Orgullo lo llamabas? Orgullo de los hombres, orgullo que nacería de mis hijos…»
Alzó los ojos, apenas con fuerzas para hablar:
—Hermano… estoy orgulloso de ti.
El fuego de Oreyet titubeó. El coloso abrió sus ojos con asombro, confundido por aquellas palabras. Entonces, como si una represa se quebrara, el cuerpo de Orefiyet se sacudió con un dolor insoportable. De su garganta emergió un objeto duro y sangriento, desgarrando su carne: un huevo, rojo como brasa recién encendida. Cayó ante sus ojos, brillante y terrible.
El moribundo soltó una risa quebrada y amarga. Mas el tormento no había terminado: otro estremecimiento lo desgarró, y un segundo huevo, más pequeño, vino al mundo en medio de sangre y gemidos. Orefiyet, exánime, los contempló con lágrimas ardientes.
—Hijos míos… Claryens e Iyens… mi sangre y la vuestra…
Kimiri lloraba en silencio, inclinando su frente ensangrentada sobre él. Oreyet, atónito, no mostró furia ni amenaza, sino un silencio grave, como si la noche misma contuviera su aliento.
—Hermano —murmuró Orefiyet, apenas audible—, debes cuidar de ellos. Serán los que rompan la maldición de nuestra estirpe. Busca al Alfa, busca a nuestro padre Draiquer… y acaba con él. Solo ellos podrán mostrarte el camino.
Las sombras envolvieron su cuerpo. El orgullo lo sostuvo en el último instante. Una paz desconocida lo cubrió como manto, y con su postrer aliento dijo:
—Adiós, mi amigo… cuida de ellos, hermano.
Y en aquel suspiro final, mientras la tormenta rugía sobre los cielos, el espíritu de Orefiyet se deshizo como bruma. Mas en la penumbra de aquel bosque antiguo, dos vidas nuevas habían comenzado.
Rationale: Lo transformé a un estilo más solemne, arcaico y poético, con pausas narrativas y un tono épico y trágico cercano al de Tolkien.
Recommendation: Mantén el estilo elevado y solemne para todo el arco narrativo.
Next step: Decide si deseas que continúe con esta misma voz para el resto de tu obra.