En Ciudad del Alba todos disfrutaban del banquete que se ofrecía luego de la coronación, los nobles se regocijaban entre ellos, los sirvientes repartían la comida a los invitados y también a los ciudadanos. Incluyendo los guardias celebraban el festín.
— Por Ciudad del Alba, y su nueva reina – Se escuchó decir entre la multitud, mientras el viejo rey Ednert sonreía alzando la copa. El anciano se encontraba sentado en el centro de la mesa, a su izquierda una silla vacía aguardaba la llegada de su hija. Paso la vista para observar como todos se divertían, incluso los habitantes eran bienvenidos a la celebración. «Todo por lo que he peleado en mi vida se reduce a este momento, a la paz de mi pueblo y a la felicidad de mi gente». Un paladín interrumpió los pensamientos del rey.
— Ah pasado mucho tiempo, su majestad.
— Earnon… — Dijo sorprendido mientras señalaba con la mano una silla para que se sentase — Mis guardias no me advirtieron de tu llegada, aunque te vi desde lejos en la coronación al lado de tu hijo.
— Quisimos que nuestra llegada fuera una sorpresa — respondió sonriente.
— Ah pasado tiempo desde que te fuiste. Diecisiete años, si la memoria no me falla. — Hizo una seña para que las sirvientas les sirvieran vino —. Imagino que no lo abras tenido fácil con los pocos Faradar que quedaban.
— Lo cierto es, su majestad, que recorrimos cada rincón del reino buscándolos. Terminamos quemando sus campamentos y asesinando a cada uno de ellos. Con el apoyo de los elfos y los enanos logramos purgar cada pueblo del rastro de los Faradar.
Ednert escuchaba con atención cada hazaña y cada proeza que relataba Earnon mientras las copas de vino que les servían parecían tan interminables como las historias. Ariadne apareció sonrojada en lo alto de las escaleras y como ocurrió en un principio, el silencio se apodero del lugar. Bajo sin decir nada, tímidamente se aproximó a la mesa saludo a Earnon y se sentó al lado de su padre, quien le reprocho no haber pedido disculpas al pueblo por tan estrepitosa desaparición.
— No sabía que decir padre.
— Quizás la propuesta de matrimonio la tomó por sorpresa. — señalo Earnon mientras agitaba su copa de vino.
— ¡Patrañas! — grito Ednert — El rey Sorian ha cortejado a mi hija desde los que ambos tienen memoria. Le he dicho mil veces que acepte sus intenciones pero ella no desea aceptarlo, no logro entender porque.
— Quizás… sea porque no veo amor en él — Respondió cabizbaja tímidamente.
— ¿Amor? Ahora eres una reina y debes actuar como tal — Le reprocho su padre — Antes de pensar en ti, debes pensar en tu familia, y tu familia es tu gente, a ellos te debes. Sin ellos no eres nada, si no peleas por ellos dejaran de verte como una reina, y una reina sin su pueblo no es nadie… Recuerda eso en cada batalla hija mía.
— ¿Acaso tú te casaste con mi madre por una simple alianza? ¿Eso tratas de decirme?
— Cuando me case con tu madre…
— Disculpen la demora — interrumpió Reldor — estaba ayudando al General Bridum con un encargo.
Ariadne sabía que era una mentira, pero no quería decir nada y tampoco preguntar porque se había tardado tanto en salir del escondrijo detrás del espejo. Reldor se colocó el puño en el pecho al saludar al rey Ednert, y se inclinó a besar la mano de Ariadne, al ver el anillo recordó que ella lo llevaba puesto el mismo día que se despidieron cuando eran niños, solo que en ese entonces ella lo usaba como un collar. Al igual que el rey, esta vez fue Earnon quien le reprochó a su hijo llegar tarde a la mesa haciéndole pasar un momento vergonzoso. Pasado los reproches los padres conversaban sobre las proezas en las tierras del reino, los jóvenes aprovechaban para decirse cuanto se extrañaron estos años. En otro rincón del enorme salón con los ojos clavados sobre esa mesa, Sorian hablaba con sus hombres de las proposiciones para Ariadne.
— ¿Debo dar más? — Le preguntaba a sus generales
— Con todo respeto su majestad — le respondió un soldado — nos estamos quedando poco a poco sin recursos, el rey Araghan dijo que de seguir así Meytra ya no recibiría apoyo de los enanos en cualquier tipo de necesidad.
Sorian golpeo la mesa y apretó las dientes al escuchar al soldado.
— Ese estúpido enano, pensé que esta vez Ariadne si aceptaría casarse conmigo. Al hacerlo heredaremos estas tierras, y la prosperidad para Meytra no tendrá reparos, seremos un reino poderoso.
— Quizas deba buscar a otra pretendiente majestad.
— ¿Y todo este tiempo y regalos que invertí en ella serian en vano?
Editado: 12.03.2018