Drakón: saga fuego ártico

Capitulo 3

Damián no creía lo que estaba viendo, un gran grupo discutía por alguna razon, les salían chispas de la cabeza y su piel era de fuego, sintió miedo, podían matarlo en segundos.
-No les mires -comento Elise -odian que lo hagan, te harás su enemigo si así sigues. Vamos -dijo halandole el brazo.

Adelante en el campo de entrenamiento se oían gritos de guerra, nadie se inmutaba, la costumbre tenía sus beneficios, pensó
-Todos aquí son guerreros Dam, es normal en nuestro día -explicó la rubia desolada

Al chico le preocupo un poco su expresión -¿Qué tienes...

Pero la rubia le corto antes de preguntar, señaló el edificio de roca, tenía luces negras y en lo más alto grandes puntas en hierro, la fortaleza de Ainstone, recordó el joven. Una gran estructura, la más grande que él había visto, sorprendido por su magnitud preguntó -¿Qué hay ahí?

Elise sonrío de lado
-Es lo más oscuro de este lugar -dijo -la fortaleza de Ainstone, dónde un río de sangre y sacrificios son dados a ellos. En su mirada notó tanta ira, que sorprendió al joven, otro ya hubiese exoplotado.

El edificio de armamento siempre había tenido escondites y Demitria lo sabía mejor que nadie, las sombras ocultaban todo mejor, bajo una daga ceremonial y una espada, estaba la entrada al cuartel del general. Unos pasos más alla, una de las salidas subterraneas del palacio, conocía bien cada una, su padre se las había enseñado, ese una vez había sido su lugar. Una habitación espaciosa, llena de todo tipo de armas, y un mapa con piedrecillas pintadas, representando los ejercitos en guerra, no lo veía así hace algunos años recordó melancólica.

Ese día un par de las más pequeñas, rodeaba el campo de guerra, los enviados a morir, pensó.

-Señorita Loughat -dijo risueño el general saliendo del baño -qué gusto tenerla por aquí.

La castaña rodo los ojos
-Desearía decir lo mismo, "señor" -dijo cortante -envío a esos hombres a morir y lo sabe -comentó iracunda tomando uma de las piedrecillas

El general Wrangel ni se inmuto
-Debemos conocer debilidades -dijo tranquilamente -y son mis mejores hombres.

Sus palabras estaban llevando a la castaña al punto de quiebre, deseaba gritarle con todas sus fuerzas, pero parecería débil, respiró entrecortadamemte 
-Con un número tan grande no llegarán ni al muro -explicó colocando la piedra en el mapa -y espero realmente, que sus muertes no pesen tanto en su espalda general.

-Su padre fue un gran hombre -comentó Wrangel victorioso -usted no tiene ni un gramo de lo qué él, tiene el puesto de un hombre, solo por la princesa -escupió.

Ella intento desviar sus palabras, no quería salir de sus cabales, pero carcomían en lo más profundo de su ser, y estaba dándole paso a la rabia, con el.último deje de cordura camino perezosamente al lado del hombre
-al menos yo tengo un poco de su valor -escupió -usted, usted es un maldito cobarde -dijo saliendo a zancadas de la habitación, dejando al general con las palabras en la lengua.

La plaza de mercado aun conservaba sus colores, el bullicio y desorden estaban en cada rincón, y los puestos de madera seguían como los recordaba, no había tanta gente, el inicio de semana era así desde hace mucho, preferían quemarse al sol que pasearse por ahí, dos pequeños pasaron corriendo a su lado, uno de ellos tropezó halando su trenza, tenía el rostro sucio, pero una sonrisa adornaba enormemente su cara, la miró un instante -lo siento -gritó corriendo de nuevo. Demitria sonrío, se veían tan felices, tan ajenos a la guerra que los consumía, que deseo poder serlo. La nostalgia entro por un momento, deseaba volver en el tiempo, disfrutar un poco más cuándo aún podía, pero alejó esos pensamientos, no era bueno, menos aún cuando en unas horas marcharía en solitario hacia el temido nido de los kysor. Siguió su camino, necesitaba un par de manzanas y un poco de carne para Dahaka, fuera del bosque no podían cazar, y tardarían día y medio en llegar ahí, busco al granjero al que solían comprarle, y tras encontrarlo parloteando con el vendedor de al lado decidió acercarse discretamente para pedir las frutas. 

Al otro lado de la plaza vendían los múltiples carniceros, debía llevar una buena cantidad, una cambiaformas con alma de dragón no se mantenía con poco. Una mujer de unos cuarenta años atendía el puesto, miraba perdida el horizonte, el dolor de su interior se veía por encima, la castaña se preguntó por un momento qué sucedería en la mente de la señora, pero no dijo palabra alguna.

Demitria se había perdido una vez más en sus pensamientos, la gruesa voz de la mujer la despertó de su ensimismamiento, movía sus manos alrededor de la cabeza intentando vanamente llamar su atención -¿señorita?... 




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