Drakón: saga fuego ártico

Capítulo 4

El sol se estaba poniendo cuando Demitria llego a casa, no tenía mucho tiempo, a paso rápido abrió la cajuela de plumas, la unica tinta estaba seca, aún así la saco, había usado el truco de su madre cientos de veces, y esa no sería la excepción, colocó el frasco de vidrio sobre la llama de una vela, eso siempre lo resolvía, esa vez no tenía tiempo de calentar agua, no la dañaria tanto, y una vela siempre era de utilidad.
Una pluma oscura con motas verdes descansaba al lado del papel, solo usaría media hoja del pergamino de su madre, uno amarillento y delgado del que aun no conocía su procedencia, no escribiría más, y no menos, solo quería dar sus razones, no contar toda la historia,  después de pensar lo suficiente comenzó.

No sé si esto logré explicarlo, pero se me hace necesario contartelo, seguiremos perdiendo terreno mientras alguien no haga algo, y es a tiempo, no cuando ya no haya que perder, yo decidí hacerlo, porqué si nadie lo hace, todos terminaremos tres metros bajo tierra, protege los cristales madre, no importa si se derrama sangre, lo valdrá. 
Estoy segura que el enemigo no tardará en conocer su poder, el de la plaza solo es una copia, y sé que conoces la ubicación de varios, dile a Kath que organice un poco más los planes, salen mejor los suyos que los de algún general, te amo madre, y por el amor que me tienes y a tu pueblo, no me busques, no quiero más sangre perdida sin razón, nadie puede saber de esto, solo una persona es capaz de hacerlo, y confió en que sepa que es lo mejor.   ~D.L

Finalizó su carta con la firma que usaba a los diez años, cuándo aun no conocía la guerra, y la solo usaba para hablar con sus amigos, para que no descubrien quien tiraba papeles en el salón de clase, sólo algunos lo sabían, los de confianza; se levantó de la mesa sin energía, su sello se guardaba en un viejo cajón de la alacena, había sido un regaló por sus nueve años, y en apreció a su amistad lo había guardado en medio de una tela, era de metal blanco y trazos débiles le adornaban a la perfección. 
Vacio un poco de cera roja, sobre la carta ya doblada, la vela con que había derretido la tinta pintaba una cerradura improvisada, justo antes de que secara lo estampó, una espada cruzada por sobre la corona, y una letra diminuta en el centro dieron el toque final.
Todo estaba listo, una mochila de cuero para las manzanas y carne de Dahaka, múltiples slings para amarrar sus armas, dos cubiertas para las espadas, un carcaj lleno, su arco favorito, y una manta para cobijarse de la fría noche. Dio una última mirada por su casa, puede que fuese la última vez que la viera, pero se negaba a creer que así fuera, sobre su cama colocó lo que habia escrito, cerró las ventanas, sonrió débilmente, era hora de marcharse.

Un ruido la sobresalto, alguien empujaba la puerta del frente, trataba de abrir por la fuerza, la castaña pretendía salir sin inconvenientes, pero eso era uno. Saltó hacía la ventana, los barrotes del techo y terminó subida en este, un grupo de jóvenes reíaEn silencio abrió la puerta trasera, un chillido de esta le hizo rodae los ojos, van a descubrirme, pensó, tomó un pequeño trozo de jamón ahumado, y a paso rápido caminó hacía la libertad.

El pasto estaba húmedo, un viento arrecido y tembloroso, la hacía tiritar. El sol aún daba un brillo leve, no podía encender la luna, mucho menos una antorcha, sería un faro, y en ese momento lo que menos quería era llamar la atención.
El ruido de las hojas al ser pisadas la alarmó, nadie caminaba por ahí en el día, y a esa hora mucho menos. La castaña se detuvo en el tronco de un árbol, murmullos incomprensibles se colaban por entre las ramas, dos hombres de mediana edad caminaban a paso lento, vestían de negro, las barbas sin cortar, le dieron escalofrío, no les conocía, no eran Limgthianos. Un aura de misterio les rodeaba, pero lo que vio después la hizo temblar.

En lo que aparentemente era un juego uno encendió la mano, era como un madero al encenderse, primero soltó un par de chispas, y poco a poco fue tornandose tan rojo que disipo el frío. Demitria no había visto el verdadero poder de un kysor hasta ese día, sentía los golpeteos de su corazón contra el pecho, la respiración comenzaba a acelerarse, temía que delataran su presencia. 
Con manos temblorosas tomó el arco, lo sacó en un movimiento rápido y silencioso, si la descubrían estaba muerta.

Los hombres bromeaban tranquilamente, y sus instintos sabían a por lo que iban, el cristal de la princesa estaba en riego; se sorprendió a sí misma pensando en Kath como la princesa, nunca le había llamado así, era su amiga, el kysor llameante giro hacía ella en el momento en que soltaba una flecha en dirección a su cabeza, él no tuvo tiempo de esquivarla, se enterró cerca de un ojo, tirandolo al suelo de imprevisto, mientras soltaba un grito desgarrador; lanzó un cuchillo de doble filo hacía la garganta acallando los gritos, el otro se volvió hacía ella lanzando fuego a dos por tres, una llamarada le alcanzó la rodilla, Demitria ahogo un grito, cojeo un poco hacía un tronco, respirando entrecortadamente tomo el arco, y una sensación de adrenalina pura la invadió, corrió hacia atrás mientras soltaba una daga en dirección al kysor, ese espectáculo de fuego seguro llamará la atención, dibo la voz de su conciencia.
Se reprendió a sí misma por estar pensando en eso cuando podía morir, alcanzó un par de flechas, y haciendo el mismo moviemiento corrió hacía su oponente disparando las puntas de metal hacía el pecho del hombre.
Las llamas se disiparon en el momento en que cayo al suelo, ella se dio un par de segundos para recomponerse y avanzó hacía ellos retirando sus armas de los cuerpos caídos, no sin antes enterrarlas un poco más para asegurar su muerte.

Ella nunca había pensado en sus habilidades para matar, no conocía sus capacidades, y mucho menos imaginó cuánto disfrutaba haciendolo. Con la ropa manchada de sangre y el sudor cayendo por la cara, subió al lomo de su dragona, emprendiendo un viaje del que no sabía si podría regresar.




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