Emily
Era viernes 9 de noviembre y las clases ya habían terminado por el resto del día, y con mi grupo de amigas: Sara mi compinche, Iris y Eliza, y nuestro fantasma personal, Manuel —aparece cuando se le da la gana— teníamos el fin de semana entero para nosotras, porque no había tarea por hacer, ni nada importante acercándose, aún faltaba tiempo para los parciales de tercer corte, los finales.
Ya habíamos hecho planes para esos dos días de descanso, que tanto nos merecíamos, porque el viernes era de relajación y paz mental individual —todo el mundo se iba a su casa a dormir— y el lunes es gracias a Dios festivo, el cual usaremos para asegurarnos no haber olvidado nada académico.
Nuestros planes eran: el sábado iríamos a playa temprano, nadaríamos un buen rato, jugaríamos vóley de playa, en la tarde iríamos a casa de Iris —porque es la más grande—, pasaríamos el resto del día viendo películas en Netflix, dormiríamos por fin hasta que nos despertemos por voluntad propia y no porque “Psychosocial” de Slipknot de mi alarma nos obligue. La canción es muy buena, pero cuando te interrumpe continuamente el sueño terminas odiando todo.
Para el domingo teníamos planeado ir a explorar algún lugar con bastante vegetación y tomar registros ecológicos, tal vez encontremos algo de utilidad o una zona con algún detalle que podamos estudiar a futuro, tal vez a modo de proyecto, solo queríamos sacar un poco de esas futuras Biólogas que llevamos dentro.
Al salir del campus, nos despedimos como de costumbre y cada uno se embarcó en su transporte, bus, como todo simple mortal de estrato bajo. Cuando llegue a casa a las 3 de la tarde, esperaba encontrar algo que comer y luego tirarme a dormir, pero no. Mis planes se derrumbaron cuando me fije que teníamos visita.
—Buenas tardes —salude cortésmente a una señora de más o menos la edad de mi mamá, pero bien vestida, modo ejecutivo.
Esto era extraño, mamá jamás tenía visitas de este estilo. Al darme cuenta de la tensión del ambiente, traté de encontrar alguna respuesta razonable en el rostro de mamá, pero ella permanecía inmutable, con la mirada hacia abajo, sabía que estaba llorando. Mi inquietud aumentó.
—Ma, ¿qué pasa? —pregunté algo temerosa.
Levanto por fin el rostro, fijando una mirada llena de miedo y dolor en mí.
—Emily —fue lo único que dijo entre sollozos.
En ese momento, la extraña señora se levantó de un salto del sofá en el que estaba sentada.
—¿Es ella? —me miro sorprendida y con los ojos llenos de lágrimas. Definitivamente no estaba entendiendo nada.
—¿Alguien me quiere explicar por favor que está pasando aquí? —dije mientras alternaba la mirada entre mamá y la señora, aún más asustada y nerviosa. Mamá movía la boca, pero sin emitir una sola palabra.
—Yo le digo, no te preocupes —dijo la señora mientras miraba a mamá, se alisaba su costoso traje y recuperaba la compostura, y con una sonrisa me dijo —Hola Emily, mucho gusto mi nombre es Solveig Montiel, y espero tomes con calma lo que estoy a punto de contarte, así que será mejor que te sientes por favor.
—¿Montiel? —no pude ocultar la sorpresa en el tono de voz— como la cadena de restaurantes Montiel? —esto sí que no lo esperaba, aunque si explicaba la elegancia y el porte de la señora.
—Exactamente, pero eso es lo de menos ahora —se sentó en su lugar y señalo el sofá donde estaba mi mamá— toma asiento.
Hice lo que dijo, me senté en el sofá al lado de mamá tomándola de la mano para darle ánimos y consolarla de sea lo que sea tenga que decir esta señora. Respiro profundo y empezó a hablar.
—Hace 18 años di a luz a un bebe hermoso, un niño, lo llamé James, ya era nuestro segundo hijo, pero estábamos igual de emocionados que la primera vez. Mi esposo y yo habíamos esperado tanto para poder tener hijos y ahora teníamos dos, varones, así como él quería, aunque no lo sabíamos, siempre quise que fuese una sorpresa el género del bebé, sea lo que fuese igual lo iba a amar con todo mi corazón. —Hizo una pausa para limpiar una lagrima que se le escapo— nunca tuvimos problemas con él, era un buen niño, fuerte, saludable. Hace un año mi esposo falleció de un problema cardiaco. A los dos les dolió tanto que por un mes estuvieron muy deprimidos, pero los obligue a que continuaran con sus vidas, a su padre no le hubiese gustado verlos así, tan grises y cabizbajos—.
“A los 6 meses de fallecido mi esposo, mi James… —pausó nuevamente para evitar dejar escapar un sollozo que amenazaba con estallar en llanto— mi James enfermó, estaba jugando baloncesto con sus amigos y de un momento a otro se desmayó. Lo llevaron al hospital, lo internaron, hicieron los estudios necesarios y a los dos días nos dieron la noticia. Estaba padeciendo una enfermedad hereditaria que implicaba mal funcionamiento del corazón. Creí que era lo mismo que le había pasado a su padre, pero, revisaron los expedientes médicos de él, de su padre y hermanos y no encontraron nada, revisaron los míos y de mi familia y tampoco. No se explicaban como era posible que la padeciera si era congénita y nadie de la familia la había sufrido.”