Drama Queen

Capítulo 2: El orden natural de las cosas

Capítulo 2: El orden natural de las cosas

Primer día de clases, el momento exacto en el que el estudiante se resigna y se adapta a la idea de que las vacaciones han definitivamente finalizado y se someten a la idea de dejar los videojuegos y las fiestas —al menos parcialmente— para exponerse a más de 270 días de tortuosas clases. Sin embargo, no es así para los senior, por lo que esa mañana de agosto vino con un extraño gusto amargo para todos los que nos presentábamos al campus con una maleta llena de esperanzas por última vez.

El día comenzó temprano con el auto de mi padre dejándome en la puerta del enorme campus de la secundaria Ridgewell, y tras unos cuantos de minutos de lloriqueos y abrazos increíblemente fuertes para una mujer de la contextura de mi madre, el auto arrancó hacia el largo camino a casa. Yo, por mi lado, comencé a avanzar arrastrando dos valijas—baúles, una pesada mochila y mi infaltable alconchada almohada —por que si algo podía reclamarle al instituto era que sus almohadas eran más cartones que otra cosa—, y comenzaba a sentirme en casa nuevamente: el aroma a pasto recién cortado, las multitudes de gente abrazándose de aquí para allá, las adolescentes que lanzaban tímidas miradas a los chicos populares, los despreocupados que saltaban y gritaban y reían sin siquiera prestar un ápice de atención a lo que pasaba a su alrededor, y los callados que caminaban derecho y sin mirar a nadie directo a los ojos, casi con miedo.

Bien, no pienso irme en detalles respecto al internado por qué sería tedioso tanto para ustedes como para mí, pero para ofrecer un panorama lo más certero es decir que: esta compuesto por un enorme enrejado al frente que separa al instituto de la ciudad; y exactamente en el punto central del instituto hay una enorme plaza que se divide en cuatro, y en el centro de ella estaba la estatua de bronce de una pantera, la mascota del equipo y del internado. Ahora, ubicándonos exactamente en donde esta la pantera —y mirando para su misma dirección—, distinguíamos los cuatro puntos cardenales.

En el este estaba el enorme edificio que ocupaban las mujeres, con sus respectivas habitaciones e incluso una suerte de “sala común” con televisores, una gran chimenea y grandes sillones; en el oeste, cruzando todo el campus, se encontraba la edificación correspondiente a los hombres, la cual prácticamente no pisaba a menos que se convoque una “reunión de emergencia”, que se trataba de nosotros cinco tirados en la habitación de Johnny y Patrick, con un montón de palomitas, películas, juegos de mesa y a un Fred que irremediablemente se quejaba de su extraño compañero de cuarto algo así como todas las veces.

En el norte se encontraba el enorme edificio que te daba la bienvenida al entrar, nada más y nada menos que el colegio, donde asistíamos regularmente a clases y era por mucho el más grande y ostentoso de los edificios dentro del campus, y allí dentro además de dictarse diariamente las clases era donde se daban a lugar las reuniones de los clubes, por ende el edificio nunca estaba completamente vacío, ni siquiera los fines de semana. Sin embargo, esta edificación se subdividía en dos alas: noreste y noroeste. En el noreste, había un edificio bastante menor a los mencionados anteriormente que se dedicaba al arte, donde se practicaba pintura, escultura, música —e incluso ahí transmitíamos diariamente la radio—; en el noroeste, por su parte, estaban los laboratorios de ciencia, aunque era el más pequeño de los edificios, desde luego.

Por último tenemos al sur, mi favorito personal, donde se encontraban la biblioteca, el teatro y las canchas de fútbol americano, basquetball y tenis. Verán, la secundaria Ridgewell se encargaba de jactarse a nivel país del incentivo escolar brindado hacia las artes y el deporte, por lo que se practicaban diversos deportes (a pesar de que el favorito de todo era, desde luego, el fútbol americano).

Como verán, era bastante fácil perderse en un lugar tan grande como era Ridgewell, por eso al entrar había carteles que mostraban un mapa dibujado con indicaciones de cómo estaba distribuida la institución, tal como en los parques de diversiones. Ubicarse en este internado toma más tiempo del que se esperaría, ya estaba científicamente comprobado.  Científicamente comprobado por mí, por supuesto.

—¡Simba! —escuché vociferar a unos cuantos metros de distancia, y el sonido se hacía más y más fuerte. Y sabía que significaba eso.

Era el tornado rubio de emoción que hacía una pequeña —y escandalosa— escena cada vez que volvíamos a vernos de vacaciones. Sin excepción. Comencé a correr en dirección contraria conforme veía acercarse a mí ese familiar destello dorado provocado por el cabello de mi amiga; pero diferente a como se ve en las películas en donde las amigas corren en su encuentro en cámara lenta mientras sus cabellos ondeando al viento, a Summer le gustaba  hacerlo un poco… diferente.



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En el texto hay: humor, romance, drama amor

Editado: 22.01.2021

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