Capítulo 20: Esto es guerra, cerda anoréxica
Me quedé dormida, como una total idiota.
La noche anterior había quedado hasta tarde con Summer viendo una película de Hilary Duff en la que buscaba el novio perfecto para su madre, y tanto como mi amiga como yo no escuchamos el despertador. Ahora estaba corriendo por el corredor, luego de haberme perdido una clase, tratando de llegar a Química antes de que me intercepte algún profesor, cuando un extraño sonido captó mi atención.
No sabía de donde provenía, pero lo escuchaba perfectamente. Era como un quejido, un sonido lastimero, que incrementaba cada vez más y más. A medida que avanzaba, más se oía, y así logré localizarlo: el baño de mujeres.
—¿Hola? —pregunté una vez dentro, pero nadie me contestó— ¿Hay alguien aquí?
Como respuesta obtuve un sollozo que no pudo ser retenido, por lo que me puse alerta.
—Se que estás aquí dentro.
Nada. Me arrodillé en el suelo y con la cara casi pegada al suelo avancé, tratando de observar unos pies detrás de los cubículos. Avancé a gatas hasta que observé un pie levantarse de mi visión, en el último a la derecha.
Me paré rápidamente y golpeé con los nudillos repetidas veces.
—¿Por qué lloras? Sal, puedo ayudarte —dije, apoyándome contra la puerta, tratando así de oír—. Te oigo del otro lado, deja de fingir que no me oyes.
Ahora el llanto se volvió más sonoro.
—¡Lárgate, Evergreen!
¿Cómo sabía quien era? Esa voz... Oh, mierda.
Mi primer impulso fue salir corriendo despavorida de allí, pero ya estaba metida en esto hasta el cuello.
—Chanel, ¿eres tú?
Sorbió por la nariz sonoramente y me gritó: ¡Te dije que te largues!
Hazle caso y vete, idiota me inquirió Pepe el Grillo, pero yo no podía... El ángel sentado en la derecha de mi hombro me decía que me quede, así que lo hice.
—¿Estas bien? —pregunté una vez más, pero nadie respondió del otro lado— Al demonio.
Apreté los dientes y abrí el cubículo del que provino su voz.
—Oh, vaya.
Sentada sobre la tapa del inodoro, con sus piernas sobre su pecho, me devolvió una mirada casi furibunda. Pero fue algo en sus ojos lo que me hicieron sentir lastima por ella. Tenía un brazo abrazando sus piernas más cerca de su cuerpo y con el otro secaba su mejilla, de la que caían lágrimas sin cesar. Su perfecto delineado se estaba deshaciendo, dejando un rastro negro en su pálido rostro a medida que caían más y más lágrimas.
Extendí mi brazo para que se pusiera de pie y así lo hizo, pero ni siquiera se dignó a mirarme. Se acercó al lavabo y abrió la canilla del agua para cuidadosamente extraer todo rastro de llanto.
—¿Estas bien? —insistí.
—Lo estoy. —fingió una sonrisa y tomó el papel que estaba ofreciéndole.
Se secó un poco las mejillas y suspiró, apoyando su cadera contra la mesada de los lavabos y me miró. Cansancio, tristeza, dolor, todo eso se agolpaba en aquellos ojos celestes cielo hipnóticos.
—No lo estas. —murmuré.
Asintió con la cabeza poco convencida, pero pronto estalló en lágrimas, haciendo que me acercara a sacar más papel y se lo extendiera en silencio.
—¿Es por lo que ocurrió con Riley? —ella negó con la cabeza— ¿Por algo relacionado con las porristas? —volvió a negar enérgicamente—. ¿Entonces?
—No lo se —me dijo angustiosamente—. He estado preocupada y enojada con todo el mundo, mis emociones están totalmente fuera de control y no he podido comer nada desde hace dos días por que todo me causa nauseas.
Mordí mi mejilla con fuerza, provocando que un vago sabor a sangre inundara mi boca.
—La única persona que se ha comportado conmigo es... eres tú —prosiguió—. ¡Y tú me odias!
—No te odio.
Pero no me escuchó.
—Ni siquiera tienes por qué tratarme de esta forma, no después de lo que te he hecho.
El aliento se trabó en mi garganta y comencé a ahogarme y toser, rompiendo totalmente con el momento de sensibilidad única e irrepetible que estaba teniendo la rubia Larrose. Me recompuse como pude. Bajo ninguna circunstancia pensé que ella se sintiese mal por lo que me había pasado hace tres años, por el simple hecho de que creí que no sentía nada en absoluto. Pero ¡ahí estaba!, prácticamente disculpándose por intentar acabar conmigo en años pasados.
Si. En ocasiones soy una chica fatalista.
Y creí que mi relación de enemistad con Chanel iba a postergarse eternamente, que esta extraña batalla no terminaría sino hasta después de graduarnos, cuando ya no tenga que verle la cara todos los días. Esto no significaba que dejaríamos de tratarnos de aquella extraña forma en que lo hacíamos, o que dejaríamos de declararnos la guerra mutuamente, pero ella nunca había mencionado el inicio de todo este lío y eso significaba algo, ¿no?
—Guardar rencor no sirve de nada.
Pero aprendí a ser más cuidadosa.
—Yo no me hubiese perdonado si fuese tú.
—Pero yo no soy tú. —contesté, cruzándome de brazos, y ella asintió con la cabeza.
Puede que en el pasado me haya parecido a ella, no lo negaba, pero lo que soy hoy en día y lo que he decidido hacer con ese rencor es lo que me diferencia de ella, que sigue tan estancada como antes.
—Hay que saber dejar ir algunas cosas, rubia. —elevé los hombros.
—Supongo —murmuró ella, ahora con la cabeza entre sus manos—. Es solo que yo, ¡No se que me pasa! Es como si tuviese un huracán dentro mío y mis emociones estén todas... no se, revueltas.
"Quizás deberías ir al psicólogo", pensé para mis adentros. "O a un hospital psiquiátrico. O por que no, Arkham City".
—Deberías ir a enfermería, solo por las dudas —dije dudosa, pero la chica no parecía estar escuchando para ese entonces. Con un pañuelo húmedo estaba limpiando su maquillaje, dándome la espalda.
—Gracias por nada, Gremlin. —dijo tirando su cabello para atrás y mirándome con suficiencia.
¿Cómo podía cambiar de un minuto a otro? Era sorprendente.