Capítulo 39: Ohana significa familia
—¿Lista, madame? —pregunta Nick haciendo una reverencia exagerada hacia mí, al pie de la escalera. Bajé los últimos dos escalones de un salto y tuve que agarrarme de sus hombros para no caer, por lo que no pudimos evitar reír.
—Lista, monsieur. —sonreí, y el castaño se movió ligeramente hacia la puerta para que comenzáramos a caminar.
La sala estaba extrañamente pacífica para tratarse de un domingo, probablemente todos estaban durmiendo o empezando a despertar desde anoche con una resaca que duraría el resto del día, y la única excepción eran distintos grupos pequeños que charlaban en los sillones o veían programas de chismes de famosos en uno de los televisores, o incluso había distintas personas leyendo libros en distintos puntos de la sala; nada comparado a lo ruidoso que solía ser normalmente.
Y al salir del edificio, comprobé que no era muy diferente en el resto del campus. Apenas si se veían a pocas personas paseando, charlando o recostadas en el suelo. Nick siguió caminando hasta llegar al estacionamiento, lo que me hizo fruncir el ceño.
—¿Qué hacemos aquí?
—Venimos a buscar algo. —me dice con una sonrisa, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón. Me hace una seña con la cabeza y, luego de caminar unos minutos en silencio, paró frente a una hermosa motocicleta choppera negra con detalles en plateado. No sabía mucho de motos, honestamente, pero esta no era muy diferente a la Harley-Davidson de mi padre.
—No sabía que tenías una. —dije quedadamente sin quitar la vista del vehículo.
—No es mía, es de Ryan —contestó, apoyándose con cuidado—. Tuve que jurar con mi vida que no le haría ni un rasguño, pero al final accedió.
Asentí con la cabeza sin decir nada, pero me tomó por sorpresa cuando tiró algo pesado en mis manos mientras reía. Un casco gris, igual al que se colocaba él en esos momentos, sólo que el suyo era negro.
—¿Pensabas caminar hasta el parque, muñeca? Queda a más de veinte minutos de distancia —preguntó con obviedad mientras se subía a la motocicleta. Pateó el pedal e hizo al motor rugir, dándome paso a que me siente detrás suyo—. ¡Sujétate bien!
Y sin decir nada más, aceleró provocándome un grito que a los minutos se convirtió en una risa. Entrelacé mis brazos a su cintura, porque... bueno, porque puedo.
—Así que todo esto fue idea de Johnny. —gritó el sobre el sonido del motor cuando salimos a la calle de entrada de Ridgewell, e hice un sonido afirmativo detrás de él.
—Quiere festejar la victoria —respondí en el mismo tono haciendo una mueca—, pero yo creo que él quiere ver al grupo unido nuevamente.
—¿Ocurre algo?
—Las cosas han estado algo... tensas últimamente en el Club y, tú lo conoces, sabes que es como un niño. No puede ver a su familia separada, y nosotros somos su familia.
Tomó una curva cerrada y tuve que contenerme de gritar en esos momentos cuando volvió a preguntar con total serenidad—: ¿Qué hay de sus padres?
—Nada, ellos no se preocupan demasiado por su hijo menor —me encogí de hombros—. Cuando los conocí resultaron ser una familia aristocrática que finge de la puerta para afuera pero no que no tiene idea de lo rota que está por dentro, cuesta trabajo pensar que ese rubio tonto salió de un lugar como ese y sea... así.
Lo escuché reír.
—Es un gran chico —inquirió el quarterback—, uno de los jugadores más valiosos del equipo. ¿Sabes que fue él quien ayudó a mantener el equipo unido luego de la derrota de hace dos años?
Negué con la cabeza. Déjenme esclarecer el panorama: dos años atrás, Ridgewell llegó a la final estatal junto a Whitmore, pero minutos antes de finalizado el partido, un golpe demasiado fuerte dejó a Johnny en el suelo con una pierna quebrada y un dolor insoportable. Perdimos ese año luego de una anotación que no pudo evitarse, y el peso de esa derrota cayó sobre los hombros de mi amigo. Nadie lo culpaba, desde luego que no, pero todo el mundo sabía que hubiésemos ganado de no ser por eso. Johnny comenzó a cerrarse a los demás y el equipo de fútbol se distanciaba cada vez más, cosa que era visible en cada partido.
—¿Recuerdas lo que dijo Edwards antes del inicio de la temporada siguiente? —gritó, ahora tomando la autopista, y yo asentí. El camino estaba más tranquilo ahora, unos quince minutos de viaje, todo recto hasta llegar a Sundance Park. Unos minutos después, prosiguió— Eso le abrió los ojos a Johnny, probablemente más que a nadie en el equipo.
El entrenador era un hombre robusto, bastante tosco y de maneras torpes. Un día, antes de salir al partido luego de largos meses sin campeonato, una persona del periódico escolar —probablemente Cassie— logró escabullirse en el vestidor y poner una grabadora de voz. Nadie esperaba oír lo que dijo ese día Edwards, y ciertamente nadie lo olvidaría con facilidad. Junto a la fotografía de la victoria del equipo y una detallada nota con los detalles del partido, habían escrito en primera página el discurso completo: "La esencia del fútbol americano es la camadería, muchachos. Aquí dentro hay mucho más que deporte, renombre o incluso popularidad; aquí dentro... hay una familia. Siempre podrán contar con el otro, y créanme cuando les digo que cuando pasen los años y estén tan lejos de aquí que casi ni recordarán lo que se siente caminar por estos pasillos... recordarán esto. No recordarán los resultados de los partidos, quién hizo el pase ganador o quién fue el culpable de que se perdiera uno de ellos; recordarán las risas y las lágrimas amargas que compartieron, los rostros de las personas con las que estuvieron dándolo todo para traerle orgullo a esta institución, lo que se sentía salir cada partido al campo portando la camiseta azul con ese número en su espalda que los representaba. Somos más que números, más que palabras; somos acciones, somos pensamientos, somos recuerdos. Somos familia, equipo, nunca olviden eso."