Capítulo 43: El amor es un campo de batalla (Parte 1)
—¡Bienvenidos a Cherrybomb Fields! —exclamó la pequeña mujer castaña que nos sonreía al pie de la entrada. Nosotros, una multitud de al menos doscientos críos enfundados en unos trajes verdes musgo con lentes transparentes en el rostro, habíamos agotados sus reservas por toda la tarde. Monroe había quedado encantado con mi idea, por motivos que desconozco y no me planteé descubrir, y se aseguró de que el parque de Cherrybomb fuese prácticamente reservado para la batalla campal que planeábamos desatar— ¿Alguna vez han jugado a la bandera, muchachos? Esto es exactamente lo mismo. Cada equipo deberá mantener a salvo su bandera del oponente guiados por sus respectivos líderes, pero deben tratar no ser alcanzados por una bola de pintura o serán automáticamente descalificados. ¿¡Están listos!?
Una ola de gritos y excitación se propagó en general, y yo sonreí mientras me ataba en la frente la tira de color rojo que me coronaba capitana. Nick, por su parte, tenía la suya en su brazo izquierdo y me observaba con los ojos estrechos, casi como si estuviese esperando el momento exacto para cazarme. Ellos no tienen una idea del monstruo que desatarán.
Mi equipo llevaba una mascara de color rojo que, obviamente, nos diferenciaba de los azules. Por si se lo preguntan, Nick nos ganaba por una mayoría del al menos veinte personas, pero no dejaba que eso me desanimara. Estaba segura de que acabaría con él, de nuevo.
La mujer sopló un silbato al aire, haciendo que yo y mi contrincante corriéramos con nuestras banderas en mano y el arma de pintura en la otra hacia el campo de batalla, seguidos rápidamente por nuestros equipos; estaba terminantemente prohibido disparar antes de que el silbato suene y las banderas estén ocultas, así que tuvimos una ventaja de quince minutos antes de que un silbato sonara en el aire, le disparasen a una porrista en el pecho y yo perdiera a mi primer hombre, metafóricamente hablando.
Establecimos nuestra estrategia y, ni bien todos entendieron, corrieron hacia los oponentes ocultándose entre el pequeño bosque de árboles pintarrajeados que nos ofrecía una perfecta protección. Tres personas más cayeron antes de que atravesara, con Summer y Freddie a mis espaldas, los territorios enemigos.
—¿Y ahora qué? —gritó Summer desde el árbol frente a mí mientras veía a alguien pasar unos metros lejos de nosotros.
—Yo los distraigo mientras ustedes corren hacia la casa de madera, a lo alto de ese árbol. —explicó Freddie, señalando con su mano libre una pequeña casa mal hecha en lo alto de un ancho árbol.
—No se como estás tan seguro de que está ahí.
—Por que acabo de ver como dispararon a uno de los nuestros desde lo alto de ese lugar, y ese tipo de marcas son dejadas por tres o cuatro armas accionadas simultáneamente. ¿Por qué otro motivo habría tanta gente reunida en ese lugar?
—¿Protección? —preguntó Summer con obviedad. El otro negó con la cabeza.
—Están cuidando algo, Sparkie. Es sencillo de conjeturar.
—¡Cuida tu espalda! —grité a la rubia, y levanté mi arma para darle en un costado a un azul que cayó al suelo por el golpe, a unos pocos metros de mi amiga.
Me acerqué con sigilo, aún con el arma el alto, para encontrarme con Chris Harries tocándose el costado con una mano mientras se sacaba los lentes del rostro con hastío. Me miró furibundo. Levantó la suya, pero entonces le volví a atizar un disparo de pintura rojiza, ahora en su pierna derecha, haciéndolo quejarse como una cabra.
—¡Tú, perra!
—Los muertos no disparan, Harries —advertí, moviendo la cabeza en desaprobación—. Tampoco maldicen.
Apunté mi arma a su pecho, dispuesta a disparar una última vez, cuando él me miró con advertencia y súplica en su mirada. Podía apostar a que esas bolas de pintura dolían como la mierda, pero probablemente lo hubiese pensado antes de comportarse como un gillipollas conmigo los últimos cuatro años de mi vida. Disparé en su pecho, haciendo que quedase tendido en el suelo nuevamente, y apoyé mi aparatosa pistola en mi hombro.
—El juego se acabó, idiota.
—¡Vamos, Scarlett! ¡Nos localizaron! —gritó la rubia, mirando sobre un árbol como se aproximaban corriendo tres personas con gafas azules.
Corrí hacia ella y, cuando conseguí agarrarla por el brazo para que se moviera, nos interné aún más dentro de aquel bosque seguidas por Freddie, quien ocasionalmente se daba vuelta y trataba de derribar a los que nos seguían poco exitosamente. Me topé con un grueso tronco de roble en donde nos escondimos mientras trataba de recargar mi arma con las municiones que tenía en mi bolso, conseguí hacerlo minutos antes de que un disparo estrellara en el árbol al lado de mi cabeza y tuviese que disparar de vuelta, dándole a uno de ellos en el hombro. Summer pudo darle a uno el pie, lo que la llevó a hacer un ridículo baile de la victoria que sólo logró molestar más a Freddie que no conseguía derribar a nadie aún.
—¡A ti te estaba buscando! —dijeron a mi espalda, pero ni bien me levanté dispuesta a atacar, me encontré con Chanel elevando los brazos al aire con una sonrisa extraña en el rostro. Bajé el arma con pesadez, porque hubiese estado más que encantada de pintarle el rostro de rojo.
—¿Estás sola? —pregunté incrédula, esperaba que un mini-ejercito de porristas la siguieran como de costumbre.
—Decidimos separarnos, y acabo de perder a Mol en el camino, que se quedó tonteando con Chris Harries —se encogió de hombros y se apoyó en el árbol, a centímetros de donde el manchón de pintura azul casi estrella contra mi cabeza. Genial, uno menos, pensé—. Creo que lo hizo a propósito.
—No me sorprendería. —murmuré entre dientes, ganándome una mirada fulminante de su parte. Vamos, la verdad es que no lo hacía.
—¿Cuál es el plan, Evergreen? —preguntó con suspicacia, cruzándose de brazos.
—Decidimos ir por lo seguro. Localizamos a la bandera azul, está en aquel árbol, ¿ves? —dije, señalando el lugar cada vez más cerca. Ella asintió— Freddie los distraerá cuando nos hubiésemos acercado y nosotras iremos allí dentro por la bandera, y deberemos ser muy inteligentes si no queremos que nos maten a las tres de inmediato.