Capítulo 56: Familias rotas
—¿Así va a ser a partir de ahora? ¿Sólo vamos a hablar por teléfono, sin saber que está haciendo el otro? Sabes, creo que esto no está funcionando para mí, Scarlett.
—Espera, ¿qué estas diciendo...? —pregunté con un dejo de sorpresa— Espero que realmente se trate de una broma.
—Pues no, no creo que pueda seguir soportando esto. No puedo con la distancia, y tú lo sabes más bien que nadie, así que...
—¿Disculpa?
—... creo que deberías buscarte un nuevo mejor amigo de ahora en más, porque esto simplemente ya no funciona para mí.
—Dios mío, Johnny. Falta sólo una semana y unos cuantos días, deja el drama, por favor.
—Tú no tienes una idea de lo difícil que es esto para mí. ¡Tengo que pasar tiempo junto a mi madre! ¡Y ella nos obligó a vestirnos iguales durante una semana! ¡¡Incluso compró suéteres que combinan!!
—Así puedes sentir el espíritu de las fiestas junto a ti todo el tiempo. —reí, escuchando imitar todo lo que acababa de decir con voz aguda.
—Eres un tanto idiota, ¿lo sabes?
—Pues debo serlo, tú eres mi mejor amigo.
—No se si mi deseo de Navidad se volvió realidad, pero puedo jurar que creo que me creció el busto, ¿ustedes no creen?
—Yo puedo juzgarlo —gritó Johnny, sonriéndole a Lydia desde mi monitor. Ella rodó los ojos—. Sólo pensé que requerías una segunda opinión, discúlpame por preocuparme.
—En nombre de todas las mujeres, te agradezco. Debes ser una de las principales razones de control de natalidad del país.
—¿Estas diciendo que las mujeres no quieren tener bebés conmigo? Porque no sabes lo que tengo...
—Oh, mi Dios, ya basta. —exclamé, tapándome los oídos.
—Correspondencia navideña. —dijo Chanel rápidamente al abrir la puerta. Ambas asentimos con la cabeza y logré despedirme de Johnny antes de que Lydia me arrastrase carrera abajo por sus regalos.
Afortunadamente, Monroe dejaba que nuestra familia nos enviase regalos y correspondencia durante todo el año, pero en Navidad estos se triplicaban. Durante todo el año, dentro del colegio había una gran habitación, junto a Lavandería, que servía de Correo. El 25 de Diciembre había que sacar número y hacer filas para recibir tus paquetes, y todo el mundo estaba histérico al respecto. Ahora, teníamos el número 63 mientras el pobre Larry trataba de entregarle a Marlon Roberson, el Ricky Ricón de Ridgewell, toda su correspondencia de una vez mientras el chico le gritaba que si le rompía su Xbox nueva, él debería pagarle otra.
—Siempre creí que Marlon es guapo. —comentó Lydia, mirando con los ojos entrecerrados al rizado.
—Oh, chica, no quieres estar ahí, créeme —río Chanel, tirando su cabello sobre su hombro—. Tendrá tanto dinero como para convertirte en Kim Kardashian, pero es tan inmaduro como un niño y se comporta como un cerdo en todos los aspectos.
—No sabía que habías salido con Marlon. —dice la otra, con un dejo de sospecha. Estaba intentando ponerle una cara al padre del bebé de Chanel, lo sabía.
—Intentó comprarme con una cena en dos ocasiones, pero no funcionó. No necesito dinero, tengo suficiente para una vida —dijo en tono de burla, moviendo su cabello exageradamente, pero bastaron pocos segundos para que la realidad hiciera su acto de presencia—. O tenía suficiente para una vida.
—Conmigo funcionaría. Totalmente. —dice Lydia.
—¡Número 61!
Marlon avanzó con todas las bolsas acomodadas entre sus manos y las de su amigo, y la fila finalmente volvió a moverse. Al cabo de quince minutos, estábamos de vuelta en la habitación de Chanel abriendo la bolsa que acabábamos de recibir.
—Este dice Lydia Hale, Lydia Hale, Scarlett Evergreen... —comenzó a enumerar la rubia al quitar paquetes de la bolsa, pero su nombre aún no aparecía y se podía notar como sus ánimos decaían— Scarlett Evergreen... Chanel Larrose.
Ambas dejamos de abrir nuestros regalos para observar como ella sacaba cuatro paquetes con aire de sorpresa en el rostro, y podía decirse que contenía la respiración. Y así, de la nada, empezó a llorar. A llorar de alivio, porque eso significa que ella no estaba sola, y no hizo falta otra cosa más que esas lágrimas saladas bajando sobre su rostro para que nos diéramos cuenta.
Nos dirigió una mirada tímida y se encerró en el baño mientras oíamos el agua correr. Decidimos darle un poco de espacio, y volvimos a dedicarnos a nuestras tareas: por mi parte, mis regalos eran un perfume, un suéter navideño tejido por mi madre, ropa nueva, una camiseta con el rostro del chihuahua de mi madre que de seguro era por parte de Johnny, un libro de George Orwell por parte de Freddie, un cuadro pintado por Summer, unos guantes de boxeo color verde agua del extraño de Patrick y un paquete con el nombre de Nick, anexado a una tarjeta en la que me pedía que no lo abriera hasta que él volviera. Y, por supuesto, no podía evitar sentirme curiosa al respecto.
—Mi padre me envió una carta —dijo Chanel de pronto, y ambas la miramos de inmediato—. Me pide perdón por el comportamiento de mi madre, y dice que no puede esperar a conocer a su nieto.
Limpió una lágrima caprichosa y sonrío. En esos últimos días, era usual ver como comenzaba a llorar sin motivo, y si bien Lydia le atribuía la razón a las hormonas, no significa que no sea algo extraño de ver en alguien como la ex líder de los porristas. Supongo que el embarazo realmente cambia a las personas.
***
Estábamos sentadas en la plaza central de Ridgewell, iluminada apenas por los faros, observando atentamente el silencio reinante en el campus. Lo único que se podía distinguir era la luz proveniente de la cafetería y de algunas habitaciones en los edificios, pero la quietud se rompía únicamente por el cantar irregular de los grillos.
Yo pasaba los dedos por el pasto mojado por el rocío, y la rubia a mi lado estaba recostada sobre su espalda mirando a las estrellas.