Drawn | Serie: Sangre de dragón

CAPÍTULO 3

RACHEAL

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Camino hasta el estudio de mi padre y detengo mis pasos en la puerta para dar un respiro. Detesto tener que ser llamada por él. Siempre salgo con un mal humor. Con ganas de golpear a cualquiera que se me cruce. Sobre todo, cuando se trata del matrimonio arreglado. Echo un vistazo en mi mano, directo al anillo. Drawn me lo dio justo en mi cumpleaños.

Sonrío leve.

Elevo mi mano y deposito un beso en la pequeña joya.

—Espero que me des suerte en esto, querido —susurro.

Dejo un lado aquello y decido abrir la puerta, poniéndome la máscara de Racheal James, la hija del presidente que pudo levantar una empresa de años. Medio que abro, la figura de mi padre, aparece de pie y con la mirada hacia el estante de libros que tiene.

El olor a cigarrillo inunda mi nariz.

—Al fin llegaste, Racheal.

Camino hasta él de manera calmada y fría. Directo a su pequeño bar. Saco el mejor wisky y sirvo dos vasos. A él, le encanta beber conmigo. Por mi parte, solo lo hago para que los sumos no se suban a mi cabeza.

—¿A qué me has llamado, padre?

Ríe.

—¿Tanto apuro? —pregunta. Sus ojos cielo, igual que los míos, me observan—. ¿Acaso estabas con tu querido prometido Klein?

Odio que lo nombre.

—Tuve un percance con una chica, pero lo solucioné —digo, entregándole el vaso con el licor ámbar—. Solo tengo otras cosas que hacer.

—Muy bien. Me gusta que sepas que el tiempo vale. —Bebe de un bocado todo el licor, igual que un agua—. Un James, siempre debe saber de ciertas reglas.

—Siempre lo tengo en mente, padre.

Sonríe con esa malicia que lo caracteriza.

Solo yo conozco esa parte de él, los demás lo conocen como el amable presidente James. Me ha moldeado a su gusto. Aunque, lo que no sabe, es que también tengo mi modo de ser.

—¿Has escuchado la historia de dragones?

—¿Dragones?

—Sí. De esas lagartijas con alas. Son gigantes y lanzan fuego.

—¿A qué viene eso? —pregunto sin comprender a que venía el comentario de seres sobrenaturales—. No comprendo.

De nuevo, ríe.

Esta vez, camina hasta la estantería de libros. Se agazapa y de uno de los cajones que estaba con llave, extrae una caja de manera alargada. Ante mi mirada, la abre y al instante, una pequeña cuchilla de plata sale a relucir.

—La pequeña cuchilla que puede matar a uno.

—No pensé que mi padre era fanático a esas leyendas —replico sin quitar mis ojos del filo de la cuchilla—. Yo no creo en ello.

—Los dragones existieron en tiempos antiguos. —Saca la cuchilla y la mueve con sus manos—. ¿Quieres saber la leyenda como un dragón y un humano mezclaron su sangre?

No pensé que mi padre, le gustara las leyendas de este tipo.

—Adelante.

—En tiempos antiguos, los dragones habitaban en las montañas más altas. Eran muy codiciados por los humanos, por llevar sangre muy poderosa —cuenta a medida que me mueve la cuchilla con experiencia aterradora—. ¿Sabes qué pasa cuando miramos algo peligroso?

—Podemos perder la vida —contesto.

—Exacto. —Sonríe escalofriante—. La codicia y la curiosidad, tienen doble filo. Por eso, en ese tiempo, uno de los dragones, pidió a los Dioses convertirlo en humano.

¿Qué?

—¿Un dragón pidió a los dioses convertirlo en un humano?

—Uno de esos seres, se enamoró de una humana. El amor siempre es tonto. —Mueve un poco la cuchilla y la apunta de mí—. No todo es perfecto. Los Dioses le cumplieron el deseo. Ese dragón se convirtió en humano, pudiendo mezclarse entre ellos.

—¿Qué tiene que ver esta historia, padre?

—Nuestra familia es la descendiente de la consecuencia de aquel deseo —dice—. No. No la parte de los dragones, sino de la sanguinaria de ello. —Sigo sin entender—. Los humanos tienen debilidades. Los dioses entregaron la debilidad más peligrosa a ellos. Un trato lleno de igualdad.

—¿Qué le entregaron?

Tuerce las comisuras de sus labios, formando una sonrisa siniestra.

—Los caballeros.

—¿Qué?

Se acerca a mí y entrega la cuchilla en mis manos. Lo observo sin comprender lo que se trata de ello.

—Los caballeros pueden matar a los dragones con una daga que va en generación en generación —cuenta. Un escalofrío pasa por mi espalda—. Nosotros somos descendientes de ellos.

Descendiente de caballeros, los cuales, matan dragones.

Eso quiere decir que yo….

—Esta cuchilla…..

—Sí, querida hija. Tú debes matar a uno de ellos con la cuchilla que ha pasado en nuestra familia hasta ahora —extiende una de sus manos y aparta un mechón de cabello largo de mi rostro—. Matarás a uno de los descendientes de los dragones.




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