Nate Morales
Su cuerpo se hallaba en el césped del parque Blues. Sus orejas estaban cubiertas por unos audífonos color rojo y su cabello rubio se balanceaba con la brisa del atardecer.
Los dedos de su mano se balanceaban en el aire al ritmo de la música que tronaba en sus oídos, Nate soltó un suspiro.
"Si tan solo... Si tan solo estuvieras aquí." Pensó observando el cielo que lo cubría con colores dorados y rojos gracias al descenso del sol. Se sentía solo eso era innegable.
Sin embargo, terco como él mismo. Nate no deseaba compañía, lo anhelaba, sí pero aún estaba reacio a dejar todo atrás y seguir adelante. Se aferraba al sentimiento perdido con tanta fuerza que incluso olvidó que lo primero que debía tener en cuenta era su corazón. Tan roto y perdido, desolado y frío.
No duró mucho más en el suelo pues se levantó a la hora y caminó como gato perdido buscando algún lugar cálido en el cual pasar la noche. Vagó y vagó por las calles hasta finalmente dar con el bar que tanto quebraba su corazón; el lugar en donde conoció a su estrella fugaz.
Nate observó las letras neón por más minutos de los que pudo recordar hasta que por fin se dio la vuelta y huyó de allí. Ir hacia "Ocean 's Dream" no era la mejor opción para pasar la tusa, mucho menos en el que supondría sería su segundo aniversario con 'él'.
Antes de darse cuenta comenzó a revivir cada uno de los recuerdos que tanto había mantenido en su cajita de cristal. El más preciado de ellos había sido la vez en la que fueron de viaje a una isla y se hospedaron en un hotel de alto lujo, nunca lo olvidaría, el arroz con coco se había tatuado en su paladar. Pero el arroz de coco no había sido la razón de su feliz recuerdo, no; todo ocurrió cuando a 'él' se le ocurrió la loca idea de caminar en la playa de noche -cosa prohibida gracias a las medusas venenosas que salían a esa hora- y Nate como buen enamorado, lo siguió.
La arena entre sus dedos, la cálida brisa y la melodía de las olas del mar. Todo tan vivido en su cabeza.
Nate se había arrodillado en la arena y había extendido sus brazos hacia el hombre que sonreía tan grande que sus mejillas se ahuecaban, tan hermoso e irreal. Sus manos alcanzaron el rostro ajeno y de manera lenta sus rostros se fueron acercando hasta que sus labios se encontraron, el danzar de ambos belfos aún provocaba una carrera en su corazón.
Infiernos. Lo extrañaba tanto.
Volviendo a la realidad en la cual se encontraba solo, limpió con resentimiento sus ojos y se dejó llevar hacia donde sus piernas eligieron.
Mala elección.
Se detuvo cuando el viento salado del mar llegó a sus rostro, golpeándolo con la humedad y los sentimientos. Probablemente estaría alucinando pero a sus fosas nasales llegó un olor tan dulce que sus ojos volvieron a lagrimear.
Nunca nadie le dijo que superar a alguien iba a ser tan difícil.
Caminó aún si su corazón se retorcía a cada paso. Se detuvo sólo cuando sus pies fueron acariciados de manera leve por las suaves olas. Se arrodilló y observó a la luna, implorando por algo que le diera las razones suficientes para dejar su miseria atrás, imploró por paz.
Las olas colisionaron contra sus rodillas, algunas gotas besaron su rostro de manera suave. Nate cerró sus ojos y respiró profundo; gritó, gritó con tantas fuerzas que creyó que hasta los peces se habían asustado y huirían de él.
Y así dejó salir todo lo que corroía su interior.
Está vez, las olas llegaron a sus muslos y lejos de asustarse cerró sus párpados. Sintió algo frío recorrer la piel descubierta de sus piernas hasta reposar en sus hombros, un suave apretón y entonces una sensación helada asentándose en su mejilla.
Abrió de golpe los ojos.
Su respiración se atascó en su garganta evitando que algún sonido saliera de su boca. ¿Estaba alucinando o había un hombre mitad pez enfrente suyo?
“¿Tu… Bien?” El ser desconocido habló con voz suave y extraña.
Nate tomó un profundo respiró.
Y gritó.