El helado se derretía en sus manos.
Lo había comprado hace unas horas, cuando el sol aún estaba presente. Admitía que comprarlo había sido solo un capricho pues él no era fan del dulce pero después de todo lo que había pasado hace unas semanas -si, pasaron dos semanas- pensaba que necesitaba un premio.
Superó su recaída y aquí estaba. Si es que eso era digno de admirar, claro estaba.
Admiró a las personas en el patio del colegio en el que trabajaba. Los niños ya se habían ido hace un par de horas y él seguía ahí. Con su mano pegajosa y su corazón intentando darle un incentivo por el cual seguir.
Su cabeza era una cuestión distinta.
Aunque su corazón intentaba animarle, su cabeza le decía y recordaba cada una de las cosas que hizo mal alguna vez. Incluso pedía a gritos volver por quién supuso fue en el algún momento su lugar seguro.
Ya no lo era, la venda en sus ojos había sido arrancada por la cruel realidad.
Tiro el cono a la basura y limpio sus manos en el fregadero del baño.
Cuando salió de su trabajo el viento lo golpeó con una fría ráfaga que lo despertó de su ensoñación.
¿Qué demonios estaba haciendo?
Corrió.
Sus piernas dieron lo mejor de si mientras sus pulmones quemaban gracias al clima de invierno que helaba cada parte de sus huesos. Su nariz dolía y así mismo lo hacía su pecho.
Con cada paso que daba podía darse cuenta hacia donde iba, pues en su arrancón de energía había despegado sin más. A lo lejos divisó el muelle, adornado por luces navideñas y pequeñas tiendas a sus alrededores.
Se olía la navidad, los buñuelos y las natillas. También las molestas reuniones familiares y lo más importante: El pavo.
Nate casi pudo saborear el trozo de pavo que desayunaria apenas entrarán en época de las velitas.
Entre fantasía y fantasía, sus tenis ya estaban envueltos de arena.
Soltó un jadeo. El mar estaba helado.
¿Cómo pudo haberle tomado tanto tiempo recuperarse? Había dejado a su nuevo amigo en soledad, aunque si era sincero; tuvo miedo de volver a encontrar a quien despidió su reunión la última vez.
No podía seguir siendo un cobarde.
Con las manos en su cabellera rubia, Nate divago por la playa, el sol terminó de asentarse y ahora las estrellas fueron su compañía. Suspiró trayendo una nube que salió de sus labios.
Desearía que las cosas fueran más fáciles.
Desearía ser más fuerte.
Y desearía... Volver a verlo.
Porque aunque sus reuniones habían sido pocas y las palabras escasas. Su corazón se había sentido bien, él se había sentido bien. ¿Qué más necesitaba? Era un chico simple con sentimientos simples. Solo quería ser feliz.
Sus pasos se detuvieron en una cueva con luces a su alrededor, pudo leer alguna que otra escritura obscena así como nombres de pareja. No le dio importancia y entró, sus dedos ya se encontraban morados y su cabeza empezaba a doler.
En cuanto entró, se encontró con un espacio más amplio de lo que esperó. En los alrededores de la roca había arena y en su centro yacía un pequeño estanque que se iluminaba por algunas luces artificiales.
Nate se acomodó en la arena y descansó. Su cabeza se reposó en la dureza de la piedra y pensó.
Su cabeza se llenó de imágenes de un bonito tritón haciendo muecas al intentar comunicarse y fallar. Era tan adorable. O la manera en la que se emocionó cuando Nate accedió a ser su amigo. Maravilloso.
Si su corazón latía fuerte al pensar en él. ¿Por qué resistirse? Solo debía esperar el momento y hacer las cosas bien. No sería igual de imbécil que su tonto ex.
Las horas pasaron y de ser posible, el frío también. Había pensado en tomar una pequeña siesta y recuperar las fuerzas que aún no adquiría gracias a su apretada agenda, pero en cuanto menos se lo esperó. El amanecer ya se veía venir.
Y unas extrañas manos lo estaban acariciando.
Se levantó exaltado, asustando a su vez a su anhelado tritón.
Lo ojos de Nate brillaron. El cabello del tritón había cambiado a uno negro, resaltando el ámbar en sus ojos y el rosa en sus labios. Incluso sus escamas parecían brillar más.
Estaba fascinado.
“¿Q-Qué?” Preguntó el mitad pez al observar su expresión estupefacta.
“Te ves hermoso.” Murmuró llevando sus manos al cabello largo del chico.
“¡O-Oh! T-Temperatura... ¿Cambio?” Dijo con torpeza logrando sacar una estúpida risa en Nate.
Cuando se calmó dijo; “¿Tu cabello cambia por la temperatura?” Consiguió un asentimiento. “¿No te hace daño?” Cuestionó. Pues si hace unos momentos Nate pensó que el clima estaba helado, no quería imaginarse en las profundidades del mar.
El tritón lo pensó y negó con su cabeza. “Fuerte...” Levantó sus dos brazos y sonrió. Mostrando por primera vez dos largos colmillos que lejos de asustar a Nate, lo maravillaron aún más.
“Nunca te había visto sonreír...” Mencionó atontado aún.
La reacción del contrario le hizo darse cuenta de lo problemáticas que pudieron ser sus palabras. El rostro del hombre había cambiado de la felicidad a la incomodidad en un segundo.
Había tanto que no sabía.
“Lo siento... No quise incomodarte.” Nate puso sus manos encima de las contrarias.
El chico negó con su cabeza nuevamente.
“N-No...” Parecía dispuesto a decir algo más así que Nate esperó. “Piratas... ¿Siglos? Torturaron nosotros...” Murmuraba entre pucheros que dificultaban más la comprensión de sus palabras.
Gracias a Dios Nate educaba niños con dificultades similares.
“Colmillos asustaban y ellos... ¡Push!” Imitó el movimiento de una espada sobre su cuello.
Nate no supó si reír por lo adorable que se vió o llorar de lo perturbadora que sonaba aquella experiencia.
“Entiendo.” Dijo con dulzura. “A mí me gustan, así que no tengas miedo.” Acunó las mejillas contrarias y sonrió.