Diciembre 28.
El día estaba nublado, el calefactor estaba dañado y la cafetera no funcionaba. ¿Había algo más que podía salir mal?
Sacudí mis manos despejandolas del agua que había usado para lavar mi rostro y me dirigí a la cocina, podía escuchar el teléfono timbrar en una esquina pero lo ignoré y agarré una tostada; le puse mantequilla de maní y mermelada de fresa.
A pasos lentos y devorando la tostada, me dirigí al sofá y encendí el televisor. Día libre significaba no hacer nada y comer como un animal.
Me recosté, cruce mis pies al estilo indio y seguí devorando mi tostada mientras miraba uno de mis animes favoritos: Full Metal Alchemist.
El teléfono siguió vibrando y la tostada fue desapareciendo poco a poco.
Con mis dedos pegajosos y migajas decorando mi camisa, me levanté y me dirigí al baño. Tome una rápida dicha y entonces: Ring, Ring, Ring...
El teléfono aún vibraba y emitía aquel sonido irritante que comenzaba a ponerme nervioso.
Después de ponerme algo de ropa, finalmente agarre el teléfono y contesté: —¿Diga?
Al otro lado logré oír la voz del guardia del edificio: — Señor, tenemos a un hombre aquí que dice conocerlo.
Pellizque el puente de mi nariz con estrés, entonces murmuré;— ¿Nombre?
Escuche algunos susurros hasta que finalmente un sonido seco llegó a mis oídos.— Es un poco complicado entenderle... ¿Podría venir, por favor?
Se escuchaba nervioso e incluso yo comencé a sentirme de esa manera. ¿A qué se refería con no poder entenderle? Sin reparar más en el echo, me puse mi abrigo y salí de mi apartamento.
Pulse el botón del ascensor y en poco tiempo me encontré cruzando el lobby a pasos largos. Cuando llegue a la entrada podía ver la gruesa figura del hombre moverse de un lado a otro.
Me acerqué a él con la intención de cuestionar pero la pregunta quedó estancada cuando observé a una figura alta, cabello largo y ojos dorados. ¿Estaba alucinando?
A pasos cortos logré estacionarme al lado del guardia, observaba estupefacto como la figura de hombre enfrente mío me miraba con una sonrisa apenada. Su cabello cubriendo sus orejas y aún así no escondiendo su extraña proporción puntiaguda.
El hombre a mi lado carraspeo incómodo: —¿Y bien?
La pregunta resonó por unos instantes en mi cabeza, sin embargo, estaba más centrado en el ser enfrente mío que en cualquier otra cosa. Levanté mi mano y mi palma aterrizó en la suavidad de una mejilla.
Aclaré mi voz y dije: —¿Eres tú? ¿Mis ojos me están engañando?
Porque no era posible que la misma criatura que había visitado en una cueva estuviese frente a mis narices luciendo casi como un humano. Para mí sorpresa él asintió y acunó mi mano entre las suyas, fue cálido.
Ba-dum.
Giré mi rostro hacia el guardia, que miraba inquisitivo entre ambos.— Si, déjalo pasar, es un amigo.
Y sin decir más jalé al chico a mi lado y lo guíe hasta el ascensor.
¿Quizás Google podría explicarme qué había pasado?