Duele Crecer

Capítulo 16 “Así te rompe la guerra”

El camino se hizo más estrecho, devorado por el frío, la humedad. El lodo aguado, otras veces espeso, alcanzaba casi las rodillas de las bestias, y cada paso era una lucha contra el fango. Ana iba montada con la espalda encorvada, aferrada a la montura con manos débiles. Desde el golpe no había vuelto a hablar mucho. El costado del cuerpo le dolía con cada respiro, pero lo peor era la hinchazón en la cabeza por ese maldito culatazo.
El golpe no había sido un empujón, ni una caída fortuita. Había sido la fuerza de un arma sin compasión por la anciana. Doña Ana solo sintió el impacto seco y la sensación del peso de su cuerpo que se vino al suelo como un telón de golpe.
Ovidio no había dicho nada entonces. Solo la recogió del piso toda magullada, toda vuelta nada. Pero desde ese momento notó el temblor constante, la desorientación creciente, el calor anormal que le subía por el cuello. Ana hablaba poco, y cuando lo hacía era como si hablara desde otra parte del universo.
—Ovidio… —decía a ratos—, era él… lo vi con mis propios ojos.
Él no tenía el corazón para contradecirla. No ahí. No mientras la fiebre le robaba el color del rostro.
Al caer la noche mañanera, la neblina cubrió la trocha como un sudario. Ovidio se desmontó en una curva donde los árboles formaban una especie de refugio natural. Amarró las bestias y ayudó a Ana a bajar. Ella se descolgó más que bajar. Apenas podía sostenerse.
—Vamos a terminar de pasar aquí lo que falta de la noche, doña Ana. No hay más remedio.
Le acomodó una lona entre dos ramas bajas, extendiendo su propia ruana sobre unas hojas secas, y le dio un poco de agua. Ana la tomó con dificultad, como si le costara recordar qué hacer con ella.
—¿Dónde está? —susurró—. ¿Dónde está mi muchachito?
Ovidio se sentó cerca, atento a cada gemido, a cada espasmo involuntario. La fiebre crecía, como un incendio lento. Ana sudaba frío, murmuraba el nombre de Martín, a veces entre sollozos, otras con una voz que parecía la de una niña perdida.
Al amanecer, ya no hubo duda. Tenía los ojos enrojecidos, la frente ardía, y no podía mantenerse en pie. Ovidio la sostuvo entre los brazos y maldijo por lo bajo. Ya no era seguro seguir buscando. Necesitaba ayuda médica. Y rápido.
Sabía de un destino. Una trocha que conectaba con una vereda más baja. Si llegaban allá, quizás un chivero podría llevarlos hasta el pueblo de donde Ana había salido.
Cargó a Ana como pudo, la amarró con cuidado sobre la bestia y emprendió el descenso. Cada curva era un riesgo. Cada raíz, un enemigo. Pero no se detuvo.
Dos horas después, cuando el sol ya asomaba, llegaron por fin a la vereda. Un grupo de hombres descansaba bajo un techo de zinc. Entre ellos, uno reconoció a Ovidio y corrió a ayudar.
—¿Qué pasó, Ovidio?
—Es doña Ana... venimos del monte. Le dieron un golpe los armados. Está con fiebre, mal. Necesito llevarla al hospital.
El otro ascendiendo. No hubo preguntas. Llamaron al chivero, que rugió con esfuerzo cuesta arriba. Montaron a Ana en la parte trasera sobre costales de café. Ovidio la sostuvo por todo el camino.
El vehículo avanzaba lento, traqueteando entre baches. Ana ya no respondía. Solo murmuraba a veces:
—Martín… mi amor, no te sueltes…
Cuando llegaron al hospital del pueblo, dos enfermeras que vieron el chivero arrimar con urgencia, salieron a recibirla. El conductor gritó desde el asiento:
—¡Es grave! ¡Ayuda!
La bajaron entre varios. Ana tenía la cara pálida, el cabello empapado de sudor, las uñas moradas. Una enfermera preguntó:
—¿Quién es?
—Es doña Ana —respondió Ovidio, con la voz quebrada—. Está buscando a su hijo. Y se nos fue enfermando en la montaña a causa de un duro golpe en su cabeza…
Las puertas del hospital se abrieron como una bocanada blanca. Ana desapareció tras ellas.
Ovidio se quedó en la entrada, solo, cubierto de barro y con la ruana colgándose de un hombro. No le dejarán pasar. Solo le dijeron que esperara.
Y así, bajo el primer cielo despejado en días, Ovidio entendió que a veces la guerra no te mata con plomo. A veces te quiebras lento. Y deja que lo veas todo segundo a segundo.




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