Dueña de mis letras

Todos odiamos algo, o alguien.

Ay el aire de Londres es tan bueno y fresco para mis pulmones.

Mis padres me trajeron aquí de pequeña porque tenía cierta dificultad con la calidad del aire en mi país natal, y quién podría tenerla en un país que goza de horrible fama por tener una de las mayores concentraciones de contaminación, aun así. AUN ASÍ. No me gusta Londres, no. ¿Que si me quiero morir ahogada? No, pero tampoco quiero morir entre medio de esta gente que se burla de mis orígenes. Permíteme ponerte en contexto.

Soy una mujer morena del sur de Asia, pero de aquí en adelante usaremos el término “Desi”, porque con ese nos referimos entre nosotros. Sé culto o culta y apréndetelo, quizá algún día sorprendas a alguien con ese dato. El punto es, que a la gran mayoría, por no decir que a todas las chicas morenas se nos discrimina un poquito; diciendo que nuestro color de piel es feo, que vinimos a invadir su país —cosa contradictoria porque durante siglos fuimos controlados por los ingleses —, que olemos mal, que nuestra comida es asquerosa, que nuestras costumbres y cultura no tiene sentido y así. De pequeña mi mamá me tranquilizaba diciendo con su aún marcado acento indio, que todas esas cosas que decían eran producto de su envidia, que querían ser como yo, una hermosa niña india, pero al crecer, me di cuenta de que no era así.

Pregúntenme si me gusta algo sobre mí. Si esperabas que dijera que nada, olvídalo, amo mis pobladas y perfectamente arregladas cejas negras y mi hermoso y largo cabello oscuro de peluquería, fuera de eso, sí, tienes razón, nada. Me he acomplejado por todo lo que forma mi ser, desde dentro, para fuera. Pero ojo, no por eso repulso mi cultura, eso jamás, porque me fascina ser del país que soy, sobre todo cuando hay partidos de Cricket e India juega contra Inglaterra o Pakistán. En esas ocasiones visto la polera del uniforme nacional y grito el singular y melodioso “India, India, India” o el nombre del grandioso, mejor jugador, apuesto y maravilloso esposo de Anushka Sharma: Virat Kholi. Esos días más que nunca soy orgullosa de portar los más bellos tres colores. Naranja, blanco y verde.

Pero cuando salgo a la calle suelo avergonzarme de eso y agacho un poco la cabeza sin querer llamar la atención de los demás.

Los tiempos cambian y el racismo va disminuyendo, pero sigo sintiendo las miradas despectivas de la gente a mi alrededor.

Llego a las oficinas de una de las más importantes editoriales con la que siempre soñé trabajar, pero cada vez tengo menos ánimo de seguir adelante. ¿Por qué?

Te enseño una cosa mía primero y luego continuamos.

¿Contarte una historia? Por supuesto, me encanta, pero me voy por las ramas y termino dándote un gran contexto antes de seguir adelante con lo que quieres escuchar.

Soy amante de los libros desde que tengo memoria, y es que yo era una pequeña bachcha y ya estaba entusiasmada con la lectura, cosa que con los años se volvió mi pasión y más grande adicción, entonces un día pasó por mi mente una brillante idea —o así lucía en el pasado —, y me dije a mí misma que sería fenomenal ganar dinero leyendo libros. Descubrí lo que era la edición y me enamoré de ese futuro prometedor, pero para mi sorpresa, sí, leo, es mi trabajo leer los borradores de todos esos autores que firman contratos con nosotros, pero a veces debo hacer otra clase de trabajo, pero ese no es el problema, el bevakooph problema es que la literatura de hoy en día es distinta, llena de pornografía barata y romances tóxicos. Pareciera ser que todos los autores utilizan, reciclan y exprimen los mismos clichés. Y es que a ver, Jane Austen hizo un estupendo trabajo con los tropes, pero oye, ¿acaso eres Jane Austen? No.

Nota para el lector: Con esto, yo Chandra no estoy diciendo que los clásicos sean mejores, por supuesto que no. Que se joda Shakespeare, nunca pude leer uno de sus libros.

Estoy cansada, agotada, aburrida de leer y corregir la misma basura, pero lo peor de todo, y es que lo peor, lo que es la guinda de la torta, es el hecho de que consiguen miles, y hasta millones de ventas en sus ejemplares. ¿Cómo? Escribiendo comida chatarra.

Me siento en mi cubículo y enciendo el ordenador para revisar los correos del día, y a pesar de que acaba de empezar la jornada laboral, tengo tres mails que responder. Vaya lunes, ya quiero que llegue el fin de semana.

—Señorita Gupta —dice la secretaria —. El jefe la quiere en su oficina.

Kameene.

Me volteo dramáticamente y asiento con una enorme sonrisa de oreja a oreja, pero ella nota que es falsa, y es que hasta la misma secretaria odia al jefe, un hombre francés que jura que todas las mujeres están detrás de él. Pero quién podría fijarse en un hombre con un nombre tan ridículo. Chacumbele. Parece expresión para referirse a la caca. Doy un ejemplo.

“Con permiso, voy a ir al baño a hacer Chacumbele”.

Hacer del Devlin. Hacer Chacumbele.

Sin muchos ánimos de encontrarme con su señoría, me pongo de pie y camino en dirección al jefe y director de la empresa. O mejor dicho, heredero de la millonaria empresa.

Golpeo la puerta de cristal con unos cansados nudillos esperando a que tenga la decencia de levantar la cabeza, pero sigue concentrado en un libro que posa en su regazo. Cualquier mujer desearía ser ese libro, pero a mí no me causa más que asco y repulsión.

A ver, no puedo negar que tiene cierto atractivo, digo, ese sutil acento francés que incluso gritando podría debilitarte las piernas, pero por supuesto, yo no pienso así.

Vuelvo a golpear el cristal, y esta vez sí logro captar la atención del príncipe de Francia, el cual, levanta una ceja para darme la autorización de pasar a su para nada intima oficina.

Antes pensaba, ¿acaso al jefe no le gusta la privacidad para que todas sus paredes sean de vidrio? Luego entendí que se debe a su singular obsesión por tener todo bajo control, y de ese modo, sólo de ese modo, poder observar a los demás trabajadores y llamarles la atención si están haciendo algo además de trabajar. Yo sé, es más fácil levantar el culo y darse una vuelta por la oficina, pero cada uno tiene su manía.




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